Jorge Gómez Barata
Hay unos 40 países con un médico por mil habitantes y 50 sin ninguno.
Cuba con 100,000 galenos cuenta con nueve por cada mil. La estadística se ajusta debido a que la isla exporta servicios médicos. 400 mil de sus doctores han cumplido 600,000 misiones en 124 países. Actualmente, lo hacen unos 30,000. Las necesidades locales se cubren con unos 70,000. En lugar de nueve por cada mil habitantes son unos seis, cifra válida para ocupar el segundo lugar mundial.
Por la proporción de médicos por habitantes, unos países están mejor preparados que otros para lidiar con la pandemia. No obstante, un dato por relevante que sea, no lo explica todo. A España, Italia y Estados Unidos con 4 médicos por mil habitantes los primeros, y tres los norteamericanos, no le faltan médicos. Su debilidad emana de la carencia de sistemas de salud eficaces, de alcance nacional, así como de mecanismos gubernamentales y de acción social que los respalden.
En la lucha contra la pandemia, los médicos y la arquitectura del sistema de salud de Cuba pudieran hacer la diferencia. Ello no significa que su gente no se enferme, sino que la epidemia pudiera no tener las proporciones que alcanza en otros países.
El sistema de salud cubano es autóctono no porque Fidel Castro haya inventado la atención primaria, las especialidades médicas, las vacunas, los trasplantes, el parto institucional, las reglas de higiene y epidemiología, ni la producción de medicamentos avanzados, sino porque asimiló las mejores experiencias, sumó el talento vernáculo, incluido el suyo y los convirtió en un sistema integrado por unas 13 mil instituciones asistenciales que cubren a toda la población, tratan toda las enfermedades y son solventes para responder a la pandemia.
Uno de los cometidos de los estados es proveer salud a su población, para lo cual lo idóneo sería que los gobiernos asuman y actúen como pagador único de la cobertura para todas las personas, financiándola con dinero público. A elección, un esquema así pudiera compaginarse con un sector privado adecuadamente regulado. No se trata de un debate entre democracia y autoritarismo, sino sobre si la función del estado es ser o no garante del bien común.
De los aproximadamente setenta mil galenos disponibles en Cuba, unos 30,000 son médicos de familia, todos asistidos por una enfermera. Casi la mitad de ellos disponen de consultorios dotados de un instrumental, aunque mínimo, apropiado. A éstos se suman 19,000 estomatólogos y 85,000 enfermeras. El próximo escalón del sistema de atención primaria lo forman alrededor de 450 policlínicos y 150 hospitales con unas
80,000 camas.
En Cuba existen 13 universidades de ciencias médicas y 25 facultades de medicina con una matrícula de más de 60,000 jóvenes. En las facultades de tecnología de la salud se estudian unas 20 especialidades de apoyo a la asistencia médica. La joya de la corona es la magnífica industria biotecnológica y médico-farmacéutica cubana formada por centros de investigación de categoría internacional y alrededor de 40 empresas capaces de producir unos 1,000 medicamentos, sistemas de diagnósticos, equipos médicos y servicios de alta tecnología,
Las estadísticas revelan que alrededor de un millón de cubanos interactúan cada día con el sistema de salud. Un efecto colateral de esos procesos ha sido el fomento de una extraordinaria cultura médica en la población cubana. Un pediatra me contaba que en muchas de sus consultas confirmaba el diagnóstico realizado por las madres. En Cuba es una práctica corriente, aunque errónea, que las personas acudan al médico en busca de recetas porque no sólo conocen sus dolencias, sino que saben cómo tratarlas.
Según trascendidos, para detener una epidemia viral se necesita una comunidad inmune, capacidad para aislar a los enfermos e identificar los contactos y así cortar la cadena de contagio; facilidades hospitalarias para atender y medicar a los infestados y rangos de gobernabilidad que generen una respuesta positiva de la población a las orientaciones de las autoridades de salud. La isla tiene todo eso y más.
La verdadera fortaleza cubana y la fuente de sus esperanzas radica en la incorporación de sus once millones de habitantes a la lucha contra epidemia. Con unidad y determinación, en el pasado quienes construyeron el sistema de salud, organizaron las campañas masivas de vacunación, crearon los primeros medicamentos, detuvieron la propagación del SIDA y vencieron epidemias de fiebre porcina, cólera, dengue, y otras inspiran la determinación y la sabiduría de hoy cuando la batalla es más difícil.
Más que resignarse a ser pacientes, los cubanos se disponen a ser activistas de salud, en primer lugar, la propia y la de su familia.
Nadie puede vencer a la epidemia solo, todos juntos sí. Allá nos vemos.