Manuel E. Yepe
Encontrar el equilibrio adecuado entre la seguridad pública y la libertad personal después de COVID-19 “requerirá una revisión de todo lo que en Estados Unidos decimos que tenemos que hacer en aras de nuestra seguridad, lo que debía implicar dejar de lado los enfoques militarizados de los problemas globales, en favor de muchos otros instrumentos de poder e influencia de los estadounidenses”.
Así reflexiona Christopher A. Preble, vicepresidente del Instituto CATO para la Defensa y la política exterior con sede en Washington DC, en un artículo publicado en la revista “Responsible Statecraft”, sobre las posibles implicaciones del brote de COVID-19 en el futuro de la política exterior estadounidense.
Entre las responsabilidades que tienen muchos funcionarios del gobierno de Estados Unidos está la de identificar las amenazas a la seguridad nacional y priorizar, entre muchas opciones, aquellas herramientas adecuadas para hacerles frente.
Quienes abogan en favor de incrementos en los gastos del Pentágono –los conocidos por halcones en el lenguaje habitual- es probable que argumenten que no se debían recortar recursos al ejército para liberar más recursos para la salud pública.
“Pronto volveremos a la normalidad”, dirán desde su perspectiva, “no sería prudente reorientar nuestra estrategia de seguridad nacional y el gasto para hacerle frente a un particular tipo de amenaza, a expensas de todas las demás”.
No es así exactamente como la política respondió después del 11 de septiembre, pero, en aquel caso, los militares eventualmente salieron victoriosos. De hecho, cualquiera que se opusiera al enfoque militarizado (el de las palomas, que consideran la lucha contra el terrorismo como un problema principalmente de la inteligencia y de aplicación de la ley), fueron atacados por los halcones por no tomar la amenaza suficientemente en serio. “Sólo una guerra sería suficiente; cualquier otra cosa sería ingenua, o incluso insensible: un signo de indiferencia ante el inevitable sufrimiento de las futuras víctimas de ataques terroristas”.
Esa perspectiva, fijada a pocos días o semanas del 11 de septiembre de 2001, ha persistido. Incluso hoy, las propuestas de retirar las fuerzas estadounidenses del Afganistán, por ejemplo, son recibidas con graves advertencias de que esto aumentará el riesgo de futuros incidentes terroristas en Estados Unidos. Se nos dice que “sólo una presencia militar estadounidense continua y de duración indefinida puede manejar este riesgo y lo mejor que podemos hacer es manejar ese peligro.
¿Sobrevivirán tales argumentos a la crisis actual aquí en casa? ¿Qué político argumentará que los estadounidenses tendrían que morir de
COVID-19 hoy para asegurar que otros estadounidenses no sean asesinados por un terrorista en el futuro? Y, ¿será cierto que ese personal militar tan dispuesto a “ayudar” a otros países es necesario para salvar al nuestro?
La sugerencia pareció absurda durante generaciones, porque el peligro no estaba cerca, ni siquiera en el horizonte. Ahora, llegó.
Si antes se consideraba ingenuo dudar de que el terrorismo representaría en el futuro una muy grave amenaza para la seguridad pública, y los escépticos eran considerados como peligrosamente fuera de la realidad, ¿Se someterán ahora a un mayor escrutinio las afirmaciones de los tradicionales halcones de la defensa, sin que algún senador o representante pregunte, por ejemplo, cómo podría funcionar ese barco, tanque o misil contra una pandemia mortal.
En la era posterior al 11 de septiembre, unos pocos se atrevieron a cuestionar si los enormes gastos en que habíamos incurrido equivalían a una innecesaria reacción exagerada. Pero la mayoría de los estadounidenses cayeron literalmente en esa línea.
La enfermedad y sus secuelas deberían provocar un fuerte debate sobre cómo preservar la seguridad nacional de EEUU.
En un giro peculiar, los que piden más gastos para derrotar las enfermedades podrían llamarse los halcones de la pandemia, mientras que los que argumentan en contra (y prefieren que la mayoría de los recursos se queden en el ejército) se convierten en las palomas. La sugerencia podría parecer extraña, y los términos halcón y paloma pertenecen a algo más que a las prioridades de los gastos. Porque, aunque el coronavirus no cambiara todo, cambiará forzosamente muchas cosas.
El alto dirigente del Instituto CATO para la Defensa y la política exterior con sede en Washington DC concluye con la afirmación de que “encontrar el equilibrio adecuado entre seguridad pública y libertad personal tras COVID-19 requerirá que los estadounidenses revisemos todas las cosas que decidamos qué tenemos que hacer para mantenernos seguros y dejar de lado un enfoque militarizado de los problemas globales”.
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