Alfredo García
El fantasma de Esquipulas recorre Venezuela. Cuatro décadas después del “Acuerdo de Esquipulas”, pacto internacional manipulado por el presidente, Ronald Reagan, para frenar al movimiento revolucionario centroamericano, la Administración Trump lanza la propuesta del “Marco de Transición Democrática para Venezuela”, nueva versión de la vieja estrategia de “garrote” y “zanahoria”, que con diferentes matices ha caracterizado la política exterior de Washington hacia América Latina y el Caribe, desde principios del pasado siglo.
La pasada semana el presidente Trump ordenó un despliegue de fuerzas navales y aéreas sin precedentes en el Océano Pacífico y en el Mar Caribe, con el pretexto de impedir planes del narcotráfico para introducir droga en EU, aprovechando la crisis de pandemia coronavirus. El objetivo son los carteles mexicanos y el presidente, Nicolás Maduro.
La orden estuvo precedida por la acusación del Fiscal General de EU, William Barr, contra el presidente venezolano Nicolás Maduro y el anunció de una recompensa de 15 millones de dólares por información que conduzca a su detención. La insólita acusación recordó el pretexto utilizado por el presidente George W. Bush para invadir Panamá y derrocar al general Manuel Antonio Noriega, instalando un gobierno subordinado a sus intereses en medio de la crisis que provocó la parálisis política soviética. Sin embargo ni Venezuela es Panamá, ni el mundo hoy es unipolar.
El método de “garrote” contra la patria de Bolívar, tiene más parecido con la crisis centroamericana en la década de los 80 del pasado siglo, que con las fáciles invasiones a Panamá o Haití. En 1981, después de asumir la presidencia, Ronald Reagan, su secretario de Estado, general Alexander Haig, anunció la intención de “ir a la fuente” para detener la supuesta “exportación de la revolución” por parte de Cuba a Centroamérica. Alarmado por una posible intervención militar norteamericana, el presidente mexicano, José López Portillo, impulsó una alternativa de diálogo entre ambos países y se ofreció como mediador, lo que culminó con una reunión secreta en el DF a finales de noviembre de 1981 entre el ministro cubano Carlos Rafael Rodríguez y el general Haig. El éxito obtenido por el impensable diálogo entre EU y Cuba, motivó a los recién elegidos presidentes de Colombia, Belisario Betancourt y de México, Miguel de Lamadrid, promover un plan de paz para Centroamérica, secundado por el Primer Ministro sueco, Olaf Palme, varios premios Nobel y los presidentes de Venezuela y Panamá, dando nacimiento al grupo de Contadora. El plan fue respaldado por el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, pero no recibió apoyo de EU. En su lugar apareció dos años más tarde el “Proceso de Esquipulas”, manipulado por Washington con sus aliados, los presidentes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, que finalmente logró los “acuerdos de paz” en Centroamérica, donde los intereses norteamericanos y de las oligarquías locales quedaron protegidos con un maquillaje “democrático”.
Como era de esperarse en esta ocasión, la Unión Europea, UE, fue la primera en aprobar la iniciativa de Washington: “La propuesta estadounidense va en la línea de la UE de proponer una salida pacífica a la crisis, a través de una vía negociada hacia un Gobierno democrático, lo cual es ahora más necesario que nunca”, afirmó, Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea. “Apreciamos la importante propuesta de los Estados Unidos de América, Marco para la Transición Democrática en Venezuela”, siguió un comunicado del abyecto Grupo de Lima. Para ambas agrupaciones políticas, el amenazador despliegue naval y aéreo de EU pasó inadvertido. El escenario “negociador” diseñado por Trump bajo la amenaza de agresión militar contra Venezuela, sugiere la funesta “transición democrática” de Esquipulas.