TAPACHULA, Chiapas, 22 de julio (AFP).- El hondureño Rolando Rodrigo llegó la semana pasada a la ciudad mexicana Tapachula con su familia, en su camino hacia Estados Unidos. Enfrentados a mayores controles aplicados por México a instancias de Washington para frenar el flujo migratorio, consideran posponer por un tiempo el “sueño americano”.
Horas después de que los jefes diplomáticos de Estados Unidos y México estrecharan sus manos celebrando “avances” para frenar la migración ilegal hacia el norte, Rodrigo deambula con su hijo de tres años por la plaza central de Tapachula pidiendo dinero para comer.
De 29 años, este hombre llegó apenas el viernes a México junto a Gadiel, de tres años, su esposa Miriam y su otra hija. La ruta que tomaron, evitando el fronterizo río Suchiate, responde al despliegue de seguridad lanzado por las autoridades locales contra los migrantes indocumentados, a exigencia de Estados Unidos.
Ahora viven en un modesto cuarto de hotel en esta localidad del sureño estado de Chiapas, que pueden pagar solo por unos pocos días más.
Los Rodrigo cruzaron por la zona del Tacana, un volcán de más de 4,000 metros justo sobre la frontera con Guatemala, cuya geografía escarpada y boscosa le ha ganado el apelativo de la Suiza chiapaneca.
Rolando asegura que pasaron “sin nada de problemas” con la Guardia Nacional u otros agentes de seguridad.
“Como uno conoce bien el camino, entonces uno se la sabe jugar también”, dice con leve altivez, mientras recapitula su trayecto, primero en combi, a las cuatro de la madrugada, y luego en otro autobús hasta Tapachula.
Desde finales de junio, agentes migratorios, militares y policías controlan permanentemente al menos nueve puntos habituales de acceso por el río Suchiate, frontera natural entre México y Guatemala, haciendo casi imposible lo que antes era un desplazamiento sencillo y cotidiano.
Un cruce más difícil
El cruce ilegal de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos escaló desde octubre a niveles inéditos incluso para las autoridades mexicanas, tradicionalmente tolerantes y omisas frente al fenómeno.
La furiosa reacción del mandatario estadounidense, Donald Trump, ante estos flujos alcanzó su clímax a finales de mayo, cuando advirtió que impondría aranceles progresivos a todas las exportaciones de México –vitales para su economía– si no frenaba el acelerado éxodo.
Bajo amenaza, México se comprometió con Washington el 7 de junio a reducir el flujo migratorio ilegal, desplegando para ello 6,000 soldados en su frontera sur y más de 15.000 al norte.
El canciller de México Marcelo Ebrard, que el domingo se entrevistó con su homólogo norteamericano Mike Pompeo, dijo que México logró una reducción del flujo migratorio hacia Estados Unidos de alrededor de 36,2 % e indicó que ambos volverán a reunirse para hacer un nuevo balance en un plazo de 45 días.
Según el departamento de Estado, “las detenciones en la frontera suroeste de Estados Unidos cayeron un 30 % desde junio”.
Rolando y su familia no solo tuvieron que cambiar el fácil cruce del Suchiate por una travesía entre empinadas y neblinosas montañas, sino también el terco sueño de llegar hasta el país del Tío Sam... al menos por ahora.
“Se está poniendo más difícil porque hay tantos (agentes) de migración. Con mi esposa lo hemos pensado que queremos estar aquí por lo menos unos dos años”, confiesa este joven padre, de ojos de peculiar color turquesa, que trabajaba reparando computadoras.