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Opinión

Asesinato en un consulado del Cercano Oriente

Jorge Lara Rivera

La serie de eventos generados por la desaparición desde el 2 de octubre del periodista saudí Jamal Khashoggi tras su ingreso al consulado de su país en la ciudad de Estambul, Turquía, ha despertado los peores temores por remitir a la vigencia en la realidad de usos brutales de épocas que se querían ya superadas. Pero también por involucrar a países que forman verdaderos vértices del Islam en el Cercano Oriente y a potencias extra regionales que libran un pulso por ganar influencia en la zona.

Arabia Saudita y Turquía, desde luego, pero también Estados Unidos y Rusia forman nudos en la maraña de interrogantes, inquietudes, suspicacias y efectos colaterales que alcanza ya niveles de intriga internacional digna de las novelas de misterio y películas del género por su horror. El tema pareció enrarecer el clima cordial de las relaciones diplomáticas entre los dos influyentes países islámicos, tanto porque la víctima pertenecía a la Hermandad Musulmana, agrupación con cuya línea de ideología política simpatiza el presidente Recep Tayyip Erdogan, como por la violación que, de confirmarse oficialmente, el crimen supone al territorio turco.

Sin ningún cadáver hasta el momento en que se redactan estas líneas, pero con indicios perturbadores, pasma que tanto los gobiernos de Ankara como Washington se refieran al caso como un asesinato matizando el alcance de sus declaraciones, y que el de Ryad, sin admitirlo, proceda en el ámbito diplomático dándolo por sentado, al tiempo que se evidencia la cautela de Moscú para evitar dañar sus vínculos con el quisquilloso reino del desierto al cual los expertos consideran en materia petrolera “equivalente a la reserva federal estadounidense” en la economía global, por su influencia; sin desperdiciar de paso la ocasión de atribuir corresponsabilidad a la Casa Blanca en el asunto debido a la condición de asilado en Norteamérica del desaparecido, lo que motivó una alusión oblicua a las misiones de atentados contra opositores al régimen de Vladimir Putin realizadas en el extranjero por agentes rusos, por parte del país que a través de la CIA nunca ha desdeñado la práctica de aquéllos al nivel que considere conveniente a sus intereses, incluyendo el magnicidio.

Detalles escalofriantes han venido revelándose entre tanto. Citando declaraciones de fuentes policiacas turcas anónimas con base en presuntas grabaciones de audio y vídeo que dan cuenta de la saña y falta de escrúpulos presentes en el caso de desaparición, posible secuestro y eventual homicidio. Se sabe que el periodista colaborador de prominentes medios de Estados Unidos y el Reino Unido, sin ser enemigo de la monarquía saudita, era particularmente crítico del intransigente príncipe heredero, que había obtenido el estatus de refugiado en Estados Unidos y residía temporalmente en Estambul a la espera de contraer segundas nupcias con una ciudadana turca. Que ésta lo acompañó al consulado y lo esperó afuera por 11 horas, que el propio Khashoggi la había instruido sobre con qué agrupaciones ponerse en contacto “en caso de que algo pasara”, según refirió el medio ‘Al Jazeera’. Que, de acuerdo a la evidencia y contrario a lo comunicado por el consulado saudita, el periodista ingresó pero nunca abandonó la sede (al menos no normalmente), que su cita fue necesaria porque el consulado dijo no tener listos los papeles requeridos para la boda y que tal coincidió con el arribo de 2 vuelos privados procedentes de Bahreim y Qatar de aviones de una línea perteneciente a un millonario saudiárabe próximo a la Casa Real saudí y que en ellos arribaron 15 personas que abandonaron el país el mismo día, entre ellos figuraba un alto mando de la inteligencia árabe y un jefe del departamento forense que habría viajado con una sierra quirúrgica para cortar huesos. Todos ellos ingresaron en una caravana de 7 vehículos a la sede diplomática alrededor del momento de la cita.

Según las filtraciones y el testimonio de alguien que se encontraba en el consulado e inopinadamente logró salir de él, el periodista fue detenido para un aparente interrogatorio que no ocurrió –una versión saudita indica que hubo una pelea–, se le llevó a una sala contigua donde había una mesa sobre la cual se le colocó entre las protestas del cónsul (“Hagan esto en otro lado, me van a causar un problema”) a quien se amenazó (“cállate si quieres seguir vivo cuando regreses a Arabia”), se le inyectó una sustancia paralizante y se le descuartizó y decapitó cuando aún estaba vivo, en medio de horribles gritos ante los cuales el forense ordenó ponerse audífonos mientras lo desmembraba.

La pelea estaba siendo grabada y transmitida a su novia a través de una aplicación en el reloj del periodista. Con autorización del gobierno saudita ha revisado 2 veces el edificio de varios pisos y sótano del consulado, así como la residencia del cónsul y ha recogido muestras para análisis. Los pedazos del cuerpo habrían sido colocados en maletas y sacados en una caravana de 7 vehículos que recorrieron un bosque poco traficado en la parte europea de Turquía en el estrecho del Bósforo y una provincia cercana situada a orillas del mar de Mármara, zonas peinadas por la policía turca para encontrar restos humanos.

Las especulaciones crecen con los días. Las usualmente cordiales relaciones bilaterales Turquía/Arabia Saudita inevitablemente se han visto ensombrecidas por más que el propio rey saudí Salman Ben Abdelaziz al Saúd salió al paso de la crisis para salvar la situación ofreciendo a Ankara formar un grupo dual de trabajo que incluyera a las autoridades turcas a efecto de resolver el misterio y distender la situación entre los dos gobiernos con intereses comunes (incluida la guerra civil de Siria) en la zona.

Y es que el clamor internacional condenando la desaparición y exigiendo su esclarecimiento no ha parado de crecer, al punto que el propio Presidente Donald Trump, muy a su pesar, debido a la Ley Magnitsky relativa a responsabilidad de derechos humanos, aunque vacilante y veleidoso en diversos momentos ha tenido que enviar a su Secretario de Estado Michael Pompeo para tratar de salvar apariencias y ofrecer que en caso de que se compruebe la participación saudí en el crimen, impondrá sanciones severas a su quisquilloso aliado –su principal socio en la zona, su más importante comprador de armas y proveedor estratégico de crudo– que no ha tenido empacho en hacer pagar un alto precio a la economía canadiense por las críticas que el país de la bandera de la hoja de maple expresó con respecto al estado que guardan las libertades en ese reino del desierto; por lo pronto Ryad ha dicho que no tolerará sanciones de Washington ni Londres, ofreciendo que responderá a cualquier medida con otra mayor, lo que podría encarecer los precios del petróleo y aun determinar su escasez, precipitando una crisis económica mundial.

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