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Opinión

La senda de los abrojos

Por Jorge Lara Rivera

Con el pronunciamiento unánime de culpabilidad por abuso sexual contra 2 menores imputado al australiano Cardenal George Pell, ‘Prefecto de la Secretaría de Asuntos Económicos’ (o sea, Tesorero del Vaticano), consejero muy próximo al Papa Francisco y considerado el número 3 en la jerarquía clerical, por el jurado de un tribunal de Melbourne, el cieno y la falta de credibilidad han alcanzado a la Iglesia cristiana católica del rito romano.

Tras haber mentido reiterada y contumazmente negando las denuncias, el prelado australiano Pell quien enfrentaba numerosas acusaciones por negligencia y omisión ante abusos sexuales perpetrados por sacerdotes contra menores durante su ministerio en la isla continente de Oceanía, además de un juicio por encubrimiento de pederastia por el que fue condenado (3 de julio) y cumplía prisión domiciliaria allí (tiene 77 años) en casa de su hermana, en Central Coast, ha perdido toda autoridad moral.

El eufemismo de “la aceptación de la renuncia al ministerio” del prelado por parte de la curia romana no es más que una formalidad que no consigue disimular el cese obligado de éste que ha tenido lugar a despecho de su buen amigo Jorge Mario Bergoglio Sívori alias ‘Francisco’ (Papa 266º de la cristiandad católica), ex confesor del dictador argentino Gral. Jorge Videla. Desde semanas previas a este septiembre en que su arresto quedó firme, el Vaticano “alargó” la dispensa (licencia) a su ‘Prefecto de Economía’ emitida a fines de junio de 2017 para que hiciera frente a las graves acusaciones de las cuales se ostentó inocente. No es, a propósito, el momento más oportuno en Roma para una noticia así, pero mejor cortar por lo sano antes de que esa ‘Legión’ arrastre al fango el trono de San Pedro, sometido a una sorda guerra intestina entre ultraconservadores y reformistas tibios (‘Francisco’ ha cedido terreno a aquéllos al desdecirse de su inicial posición pontifical con respecto a la homosexualidad). Sólo hace unos días dio la vuelta al mundo la noticia de que un par de vividoras con hábitos de monjas, 2 urracas ladronas disfrazadas de servidoras de la Fe que dilapidaron en casinos de Las Vegas el jugoso botín de sus hurtos de cuotas para mejorar los servicios de una escuela cuyo presupuesto siempre dijeron “deprimido” y se conoció igual casos de escándalo por monjas que –acaso víctimas del síndrome de Estocolmo o desenfrenadas en el masoquismo– se niegan a obedecer al Papa aceptando la destitución de su superiora, acusada de abusos de poder, incluso amenazando con colgar los hábitos. Pero también se abrió paso la denuncia de monjas que acusan haber sido víctimas de abusos sexuales perpetrados contra ellas por sacerdotes, y otras mujeres de vida consagrada a quienes ultrajaron ministros protestantes tal consigna su sitio “#MeToo” abierto porque se les ha ordenado callar. Hay que agregar la sombra de sospecha por faltas a la castidad de sacerdotes arrojado con el inesperado hallazgo el 29 de octubre en la mismísima Nunciatura –por su estatus diplomático territorio de la Santa Sede– del Estado Vaticano ante Italia, en el barrio romano de Parioli de una osamenta que puede ser la de Emanuela Orlandi y huesos de mujer que bien podrían pertenecer a Mirella Gregori, adolescentes de 15 años desaparecidas en circunstancias misteriosas hace 35 años (en 1983). Asimismo continúa manando pus la purulencia del clero chileno donde vio luz el escándalo por el abuso sexual de un sacerdote en perjuicio de sus monaguillos (acólitos).

A todo ello precedió el informe hecho público por la titular del Ministerio para la Infancia en la República de Irlanda, Katherine Zappone, sobre abuso contra menores (71 todavía integrantes de la organización Ireland Scouts abusaron sexualmente de 108 menores entre las décadas de 1960 y 1980) institucionalizado por el clero católico en una país que ha sido por siglos bastión de la Fe pero donde ingentes agravios clericales a la feligresía (abusos –de poder y sexuales–, trabajos forzosos a que monjas de la regla ‘Hermanas de la Magdalena’ sometieron a niñas huérfanas, adopciones forzosas, separación de familias, insensibilidad de la jerarquía católica ante los crímenes de los curas, dieron al traste con una visita de apenas 36 horas planeada para no exponer de más al Sumo Pontífice que tuvo que encarar ausentismo y protestas callejeras, semejantes a otras en Europa continental donde las recientes peticiones de perdón regateadas por las iglesias polaca y española ante los múltiples casos de pederastia perpetrados con impunidad en sus diócesis, iglesias, seminarios, conventos, orfanatos y escuelas mientras la jerarquía eclesiástica “miraba a otro lado” llegan acaso demasiado tarde.

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