Guillermo Fabela QuiñonesApuntes
Como era previsible, el gobierno de la Cuarta Transformación se inicia en un marco de gravísima crisis generalizada que obliga a tomar acciones de igual magnitud. Quizás ni el propio presidente Andrés Manuel López Obrador se imaginaba la podredumbre que encontraría al tomar las riendas del Estado, aunque desde luego sabía que el reto a enfrentar lo rebasaba si no contaba con el apoyo de la sociedad mayoritaria, el cual ha pedido de manera reiterada.
Los sucesos a partir de que se dio el cambio del Ejecutivo federal revelan la inviabilidad de la continuidad del régimen reaccionario carcomido por la corrupción. De hecho, estaba rebasado por el crimen organizado, al extremo de que tomaría el poder de facto con las consecuencias fatales que ello habría tenido para las actividades productivas ajenas a la economía ilícita paralela, como lo demuestra el mercado ilegal de combustibles.
Los candidatos del PRIAN, cualquiera de ellos, ya instalados en Los Pinos habrían quedado en calidad de “floreros” de las mafias delictivas incrustadas en la clase política. Esto era ya inaceptable para los grandes intereses trasnacionales, de ahí que tomaran la decisión de apoyar a López Obrador a fin de evitar el caos que sabían sobrevendría con la toma del poder político por parte del crimen organizado con disfraz de cuello blanco.
Ante la magnitud del reto a enfrentar, del cual el robo de gasolinas es una de las aristas más dramáticas, a López Obrador no le quedó más alternativa que tomar la única apuesta disponible, por más cuestionada que sea debido a los excesos habidos en el pasado: contar con la Guardia Nacional con todos los riesgos que esta medida implica, entre ellos la crítica y distanciamiento de fuerzas progresistas que no alcanzan a comprender la gravedad de una realidad que rebasó al Estado.
La opción será decisiva en los meses subsecuentes. Los enemigos a vencer por parte del gobierno federal son demasiado poderosos, y lo serán más a medida que se den cuenta que sus embestidas contra el Ejecutivo son infructuosas, no sólo por el apoyo de amplias masas que han visto la entrega del mandatario a un proyecto democrático y progresista, sino por el compromiso indeclinable de rescatar al país de las garras de la corrupción.
Lo único que le queda a López Obrador es otorgar toda su confianza a una Guardia Nacional comprometida con la Cuarta Transformación, depurada al máximo de elementos nocivos y carentes de principios. El mando deberá quedar en manos del comandante supremo como lo establece la Constitución de la República, con una coordinación civil que garantice el cabal cumplimiento de las estrategias y tácticas necesarias conforme al desarrollo de la lucha contra los flagelos.
El restablecimiento del Estado de derecho sólo será posible con el uso debido de la fuerza del Estado, sin componendas con organizaciones delictivas y sus facilitadores en las esferas gubernamentales. Se removerán estructuras muy poderosas, de arriba hacia abajo, procedimiento que exige una dosis de fuerza mayor que sólo podrá tenerse con el apoyo del pueblo, pero también de quienes son el escudo de las instituciones. Por eso es fundamental una Guardia Nacional capaz de neutralizar el poderío de los conservadores apátridas.
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