María Teresa Jardí
El fanatismo los convoca y los une. Los agazapa y saltan raudos cuando se abandona la lucha que debe ser permanente contra ellos. Los fanáticos no se acaban y falange en España se descara y lo propio ocurre en Chile y ni qué decir de Haití, siempre tan olvidado ese pueblo masacrado de mil maneras... Se alzan en Turquía asesinando kurdos con el permiso de Europa y del imperio bastardo que hoy encabeza el perverso Donald Trump...
El fascismo saca de nuevo sus garras. Y, sí, son fascistas los Calderón y Fox y sus esbirros que en México se alarman por la cancelación de una masacre anunciada.
Pero aprovecho para decir algo que me causa alarma y ese afán de Andrés Manuel López Obrador de acusar de conservadores, escalando a llamarlos “fascistoides”, también, a los defensores de la tierra, opositores a los megaproyectos depredadores que acaban con el planeta, propiciando incluso ejecuciones como la de Samir Flores. Acusando de lo mismo a periodistas que le incomodan, generalizando; llamando conservadores a indígenas que defienden lo único que les queda: un trozo del gran territorio que pertenecía a los pueblos originarios.
Y me alarma porque invita, al llamar así a los que no son, a alcaldes a demandar a mujeres que pintan piedras o a las que abortan con el derecho que les da ser dueñas de un cuerpo como lo único, quizá, que les pertenece.
Se equivoca de enemigos AMLO y a los que sí son fascistas les da alas cada vez que erróneamente llama conservadores (fascistas) a los que no le gustan porque no le dicen a todo que sí y porque se alzan en defensa de derechos de causas que él no comparte —y está bien, la conciencia es algo personal ligado a las elecciones religiosas, culturales, opciones de vida, libertad de pensamiento— olvidando que los que votamos por él lo hicimos a pesar de no compartir sus creencias y que lo hicimos a pesar de algunos impresentables que lo acompañan porque era la única opción de cambio a algo mejor y sí algunas cosas van cambiando y haber parado la masacre que se habría dado en Culiacán es un acierto y parar el “huachicol” del petróleo y de los medicamentos también lo es y, aunque lento el combate a la impunidad Santiago Nieto es otro acierto.
Pero acusar de lo que no son, a los que no son, es dar permiso a los que sí son y la crónica adelanta que las confusiones no llevan jamás a buen puerto.
Hace unos meses un chalado, de esos que escudan su miseria detrás de los grupos que a sí mismos se autonombran pro-vida, atacó con un desarmador a la Dra. Sandra Peniche y cuando por fin empieza el juicio en su contra, los fanatizados regresan a las andadas. En unos días se celebrará una nueva marcha de mujeres y es de esperar que el alcalde de Mérida guarde sus arrestos para los asesinos y violadores de las mismas. La armonía se alcanza cuando se da el lugar que merece a cada evento. Las estatuas son piedras y si se pintan se lavan. Las mujeres asesinadas son víctimas de sus asesinos y de los gobernantes que dejan impunes a los feminicidas y de las leyes conservadoras que quieren mujeres sumisas y no se diga cuando las indígenas son las víctimas.
En Yucatán el maltrato a la mujer salta a la vista. Lo mismo que el maltrato a los animales al punto de que yo conozco casos de turistas extranjeros, ahora que importa tanto el turismo, que se han regresado a sus lugares de origen ante la imposibilidad de disfrutar de vacaciones en Valladolid porque se maltrata a los perros. Y en ese lugar, también, al regreso de una reunión una maestra maya, ya antes acosada por representantes de la empresa que quiere acabar con un cenote sagrado y contra la cual tiene presentado un amparo, encontró a dos de sus gatos envenenados.
Mala idea llamar lo que no son, a los que no son, otorgando apoyo a los que sí son fascistas.