Por María Teresa Jardí
En materia de Justicia, sin devaluar el inmenso contenido de una de las palabras más bellas, pienso yo, del idioma castellano: Justicia, la que siempre debería poder escribirse en mayúsculas, hay dos extremos igual de importantes que además son precedente del control de la violencia cuando funcionan correctamente. De importancia capital es la prevención y un peldaño por encima se encuentra el ejercicio de hacer Justicia que corresponde a los jueces, magistrados y ministros. Estoy convencida, aclaro, de que todavía existen muchos jueces que eligieron por vocación la carrera de la judicatura. Menos bien pintan las cosas para los magistrados que empezaron a ser nombrados como cuota de poder de los que mandan y la Corte necesita un barrido a fondo para asemejarse siquiera a lo que fue antes del golpe de Estado propiciado por Ernesto Zedillo a ese poder que dejó de ser independiente y empezó a emitir sentencias oprobiosas.
La prevención corresponde a las procuradurías, fiscalías, policías…, y a otros ámbitos no menos importantes como la educación y la salud. Derechos humanos elementales que los que gobiernan deben fomentar y proteger, sumados a la expansión de la cultura en todas sus manifestaciones como control de todos los males que aquejan a la humanidad. A mayor cultura más bienestar y a mayor bienestar menos ganas de delinquir. Se me dirá que no y que personajes cultos, muy cultos incluso, son delincuentes, y sí, así es, pero yo responderé que me refiero a las personas comunes y corrientes como somos la inmensa mayoría de los habitantes de los pueblos. Hombres y mujeres con genuinos deseos de vidas honradas y dignas. Es fundamental la prevención como salta a la vista. Pero aún es mayor el deber de los juzgadores de impartir realmente Justicia.
La puesta en libertad con un fallo absolutorio emitido por el Tribunal Primero de Enjuiciamiento de los ya sentenciados por el homicidio del matrimonio integrado por Juan Manuel Gonzalo Campos de 91 años y de Lucelly Peniche de 87, ha sumado, a la indignación por la comisión de ese crimen atroz, la indignación por la absolución a los que presumiblemente sí son los asesinos.
Debo aclarar que no conozco el expediente. Pero leo en notas periodísticas y artículos de fondo del POR ESTO! que se contó con las cámaras de un hotel cercano que grabaron a los presuntos victimarios entrando en el domicilio de las víctimas para detenerlos. Un crimen innecesario, inmoral, incalificable... y con todas las agravantes. Habría bastado con amarrarlos para robarles, por la edad no habrían podido oponer resistencia. Lo que tampoco sería justificable. Pero se trata desde cualquier ángulo por el que se mire, de un crimen atroz y por lo mismo imperdonable. Y si los acusados, como todo parece indicar, son los autores de ese crimen, es un crimen igual de atroz y de imperdonable el fallo absolutorio.
Puede ser que las autoridades responsables de la puesta a disposición lo hayan hecho todo mal. Pero la grabación y la confesión de los imputados que fueron suficientes para dictar la sentencia en su contra deberían de haber sido suficientes para avalar la misma a pesar de la apelación del familiar correspondiente.
Escudarse en las malas integraciones, que sí, que existen, y en errores familiares, que sí, que también se dan, es un endeble argumento para no cumplir con el deber de impartir justicia.
La injusticia arruina la vida de la familia, de los amigos y conocidos, que pasan a la vez a ser víctimas. La injusticia rompe el tejido que nos relaciona como personas. Mientras que la Justicia es el derecho por el que se levantan los pueblos. Y ahí está Chile para quien quiera verlo.