Jorge Canto Alcocer
En las últimas horas, mientras la mayoría de los mexicanos dedicaba su tiempo, recursos y emociones a la celebración de la Navidad, dos buenas noticias abrieron espacio para la esperanza en el delicadísimo tema que tratamos: los asesinos de Yucenia Gómez, una joven estudiante chiapaneca de apenas 19 años, y de Lucía Ugalde, una profesionista michoacana de 36 años, se encuentran ya en prisión, y enfrentan juicios por feminicidio, por lo que seguramente pasarán el resto de sus vidas pagando su crimen. Pero, contemporáneamente, la dolorosa lista de feminicidios aumentó, al registrarse tres más, dos mujeres que hasta el momento se reportan como desconocidas, y cuyos cuerpos aparecieron en la ciudad de Reynosa, y la adolescente Nazaret Bautista, de apenas 15 años, quien fue asesinada en las instalaciones de la Universidad Autónoma de Chapingo, institución en la que estudiaba su preparatoria.
Estamos en los inicios del segundo año de la administración de AMLO, una gestión sin duda exitosa hasta el momento. Si bien las cifras macroecónomicas no son del todo buenas, el presidente ha logrado revertir la caída del salario por primera vez en treinta años, el sector educativo tiene muchos más positivos que pendientes –aquí el asunto más espinoso es el de la educación superior, y merece un análisis particular–, la crisis en salud ha tocado fondo, aunque las carencias aún son notables, en tanto que los programas sociales, particularmente los dirigidos a jóvenes y a adultos mayores, van ampliando a cada momento su cobertura y aceptación. Incluso en el tema de la violencia criminal, con pocos frutos hasta ahora, tiene su lado de claridad, sobre todo a partir de la captura en los Estados Unidos de Genaro García Luna, un trancazo del que la derecha panista no se ha podido recuperar.
Con sus claroscuros y sus pendientes, la Cuarta Transformación va mucho mejor de lo esperado, lo que mantiene a López Obrador como el gobernante latinoamericano más popular, algo especialmente llamativo en un año de crisis para casi toda la región. Pero las campanas no pueden echarse al vuelo, ni mucho menos. Aún falta muchísimo por hacer, en todos los ámbitos, y casi todo –que es una enormidad– en el tema de la violencia de género, una situación NO necesariamente vinculada al neoliberalismo, pues su sustento, el patriarcado, es una fortísima y antiquísima ideología que ha perdurado en las sociedades durante, al menos, decenas de miles de años, atravesando todos los modos de producción conocidos, todos los sistemas políticos, todas las creencias y todas las culturas.
La agudización de la violencia feminicida NO es responsabilidad de un gobierno o de una ideología, es, paradójicamente, consecuencia del propio empoderamiento femenino, que pone en evidencia con cada vez mayor vigor la vulnerabilidad masculina, así como la injusticia e inoperancia del machismo. Lo anterior quedó trágicamente demostrado en el caso de la historiadora Raquel Padilla, una de las mujeres más exitosas y valientes de nuestro país, quien fuera asesinada con sádica crueldad, frente a su pequeño hijo, por quien fuera su pareja. Raquel, con su extraordinaria trayectoria académica y política, logró doblegar el poderoso machismo del pueblo yaqui, que la consideró una de sus figuras principales, y conserva sus cenizas en la mítica Sierra de El Bacatete, y ser la primera persona NO yaqui, y una de las pocas mujeres que han recibido el mayor honor que otorga este indómito pueblo. Nuestra admirada amiga pudo vencer el machismo de los yaquis, pero NO sobrevivió al rencor del hombre frágil con quien compartía su vida privada.
Comprender el fenómeno de la violencia de género, y del feminicidio, su mayor expresión, es extraordinariamente importante, pero también extraordinariamente complejo. Las leyes de la igualdad civil han cumplido ya un siglo, pero la ideología patriarcal, la doble moral, la agresividad masculina, el celo enfermizo por motivos eróticos, profesionales o de cualquier índole, mantienen su presencia, incluso se fortalecen precisamente ante los avances laborales, profesionales, económicos, sexuales, etc. de la mujer. En otras palabras, mientras haya más mujeres exitosas, habrá más violencia, gestándose un círculo vicioso que es deber del gobierno combatir.
En este tema no caben ambigüedades ni búsquedas de popularidad. La violencia de género está creciendo en México, y el aumento de feminicidios da cuenta cabal de ello. Con la Cuarta Transformación cabalgando a buen ritmo en otras esferas, el fracaso en la asignatura pendiente emerge con mayor gravedad. Sin demoras, sin dobleces y sin deslindes, el presidente debe encabezar una fragorosa campaña para su erradicación.