Hugo Carbajal Aguilar
Así le decíamos de niño y era el más chiquito de los vecinos de esa calle aquí en Zacatepec. Wito y Mey –mi hermano– eran los chiquitines del barrio, los hermanitos más pequeños a quienes los grandes hacían pelear con guantes sólo por diversión. Es –sigue siendo– la calle Madero justo frente al portón principal del Estadio Agustín Coruco Díaz, ahora reconstruido, de los Cañeros del Zacatepec, aquí en la Selva Cañera donde, a decir de Angel Fernández, se escuchaba crecer el pasto.
Eramos Juan y Daniel su hermano, apodado El Quila, grandote y gordo; Pancho y Alejandro, mis hermanos menores; “El Bolillo” y otros más grandes como Fermín y Santiago, los del molino; y Víctor, el del Billar de la esquina. Ah, también Paco, hermano mayor de Wito, que ya siendo jugador defensa del Zacatepec le anotó un golazo al Cruz Azul, golazo que hizo rico a un zapatero de Taxco pues fue el único que le apostó al Zacatepec en la quiniela de los pronósticos.
“El Bolillo” era el hijo del panadero que no era tan bueno como Don Romualdo el de “La Vencedora”, porque hacía unos bolillos bien doraditos y unos encanelados deliciosos. El pan, otra de nuestras gulas. Juntábamos 1 ó 2 pesos, si bien nos iba, para comprar también galletas saladas y chiles en vinagre que devorábamos como una rica botana. Si alcanzaba podíamos comprarle a Mari un raspado de tamarindo. Jugábamos en la calle que era de pura tierra –y si estaba mojada, mejor– donde poníamos piedras para marcar las porterías. Sólo interrumpíamos el juego cuando se aproximaba un coche o alguna carretilla. Jugábamos canicas también y éramos “bien vagos” (así se decía de alguien que era bueno para jugar algo), tanto que podíamos “pelusquear” a chavitos de otras calles hasta llenar dos botellas de canicas.
En esa calle –que era todo nuestro universo– se podía pintar el ron para jugar a las canicas o Sol y Luna para el trompo o aviones para saltar y brincar haciéndoles el juego a las niñas; o rascar unos hoyitos para tirar la pelota y jugar a los quemados, motivo más que justificado para atizar a los amiguitos unos pelotazos en el lomo que ardían bien y bonito… hasta allá. Jugamos luchas en la arena y los grandotes nos ponían los guantes para hacernos pelear, a mí con El Quila y a Mey con Wito. Para nosotros no era muy divertido pero nadie se quejaba… ni lloraba.
Esa calle sólo se llenaba de coches los domingos de fútbol. Nos poníamos abusados para correr, llegar con el chofer y ofrecerle nuestros servicios:
–¿Se lo cuido? ¿Se lo cuido? Al terminar el partido nos acercábamos para recibir nuestra propina de 20 cts., o bien, de 50 si éramos suertudos y nos tocaba un chofer generoso.
Wito era flaco y desgarbado. La cercanía del estadio, el contacto visual y amistoso con los jugadores, la práctica del fútbol y todo eso hicieron que Wito y su hermano Paco empezaran a entrenar con los chavos dirigidos por el Piteco Sánchez o la Cira Dávila, así fueron destacando, Paco como defensa central y Wito como portero. Su estatura fue una herramienta clave. Y es que el futuro de los niños de Zacatepec se reflejaba, se escenificaba en ese estadio jugando fútbol siendo como el güero Raúl Cárdenas… o la Rana Quintanar… o el Chale Silva… o el Teto Cisneros… o el Chavo Cisneros… o Genaro Tedesco… o el Gallo Núñez… o el Nene Piña… Más adelante como el mismo Wito o el Diablo Peralta.
Y tuvo éxito. Siendo portero del Zacatepec fue seleccionado y jugó en un Mundial. Se recuerdan sus temerarias salidas y su resorte excepcional que le valió jugadas espectaculares.
Todavía se animó a participar en estas últimas elecciones. La añeja amistad nos orilló a ponernos de acuerdo y se tomó la molestia de venir a casa. Los resultados lo desanimaron un poco pero los aceptó sin mayor molestia aunque sí se sintió decepcionado.
Valga este pequeño escrito como un grato recuerdo porque tenemos muchos, muchos recuerdos, recuerdos infantiles simpáticos y divertidos. Quedémonos con eso, animémonos, nada de tristezas por favor…