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Opinión

La riesgosa libertad

Jorge Lara Rivera

El de profesar (o no) una fe religiosas es uno de los más preciados derechos humanos. Con todo, no está exento de polémica. Y es que resulta uno de los más complejos porque, a través de la historia, ha dado pretexto a las más aberrantes y sanguinarias contradicciones entre quienes se dicen fieles de credos que preconizan la bondad y la compasión y lo niegan con sus atroces actos. Aunque ejemplos abyectos sobreabundan ad nauseam en el pasado, el presente también ofrece su cuota de horror y bestialidad en los fundamentalismos de todo signo, lo mismo en Oriente que en Occidente. La guerra de Bosnia y Serbia, la de Yemen, la intolerancia de talibanes, yihadistas, fedayines, cristianos ortodoxos, judíos ultraortodoxos, el grupo Bokoharam y de los supremacistas y neonazis, etc., son ilustrativos y elocuentes al respecto. Igual que Francia, reconocida como cuna de las libertades del hombre (y de la mujer, conseguidas al precio de su vida por Marie Gouze, alias ‘Olympe de Gouges’) y del ciudadano (y de la ciudadana, gracias también a las sufragistas de Estrasburgo) ha decidido prohibir el velo islámico a las niñas que asisten a la escuela. Como antes al Egipto ptolemaico con el catolicismo, la tolerancia proverbial del Indostán en esta materia ha costado caro a India. Ya que así fue como perdió, luego de que recuperó su Independencia (1947), una porción considerable de los territorios hinduístas la cual devino en el actual Pakistán, siendo un país con más de 2,500 dioses, el islamismo y el cristianismo –especialmente el católico, cuya notable exponente allí fue la madre Teresa de Calcuta– están oficialmente prohibidos, aunque funcionan pero bajo vigilancia. Aparte la larga frontera de 2 mil 912 km y el recelo (por motivos religiosos irreconciliables) que se dispensan mutuamente después de 3 sangrientas guerras (1947, 1965, 1971/1972) de haber estado al borde la guerra nuclear en 1988 y de algunos conflictos menores pero cruentos y numerosos incidentes armados, compartidos; India y Paquistán padecen muchos de los flagelos que la naturaleza (alta sismicidad), la historia (la disputa de mil años entre pueblos de origen étnico común por el territorio llamado Cachemira y el acecho de poderosos vecinos y potencias globales, pero también extremismos como el de Al Qaeda y guerrillas intestinas como la de los Tamiles) y la modernidad han creado (enormes brechas de desigualdad a la par que desarrollos económicos acelerados y asimétricos, erosión cultural, etc.). Apenas el martes 26 de febrero se suscitó un inopinado pero gravísimo incidente entre aeronaves militares de ambas naciones que reavivó la posibilidad de una 4ª guerra indopaquistaní, situación que si bien no ha escalado, aún entraña peligro para la región, próxima a otros grandes focos rojos de violencia del planeta. La tensión entre las 2 naciones reinició el 14 de febrero cuando un atentado con coche bomba perpetrado en Srinagar, provincia de Cachemira, explotó dejando 44 policías hindúes muertos, el peor atentado desde 2002. El grupo Jaish-e-Mohammad, ligado al movimiento separatista para anexarse a Pakistán, reclamó la autoría del mismo. India culpó a Pakistán de no hacer lo suficiente para controlar a los terroristas avecindados del otro lado de la frontera paquistana y aunque el gobierno de Islamabad deploró esa acción y negó tener alguna responsabilidad en los hechos, ése motivó una acción de represalia hindú con incursión en el espacio aéreo paquistaní, con el consecuente derribo de 2 aviones indios de fabricación rusa, cuyos pilotos fueron detenidos y la consecuente réplica de la fuerza aérea de Paquistán contra India que también derribó 1 aeronave de su vecino. Luego que ambos países anunciaron el derribo de aviones de guerra enemigos, se intensificaron los esfuerzos diplomáticos para impedir que la ruda retórica de los discursos intercambiados propiciara mayores incidentes. Paquistán devolvió al piloto hindú, quien para entonces, se había convertido en un símbolo nacional de heroísmo como gesto de buena voluntad. La poderosa República Popular de China, la cual ocupa una porción de Cachemira arrebatada al estado Ladakh de India y que es aliada de Pakistán, a su vez cercano a Estados Unidos, pidió moderación a las partes; y el depauperado Bangladesh (Pakistán Oriental, antes de lograr su independencia en 1971) no son, en modo alguno, ajenos a esta crisis. Por diversos motivos –entre ellos la vecindad y la identidad religiosa– Turquía, pero también Rusia, se han pronunciado al respecto. Ésta recomendando prudencia a Nueva Delhi y a Islamabad, a fin de no comprometer la seguridad de la zona, y la primera ofreciendo sus buenos oficios para mediar en el conflicto a fin de desactivar la crisis. No es para menos, tomando en consideración que tanto India como Pakistán poseen arsenal atómico y sus 2 poderosos vecinos son también potencias nucleares con intereses geoestratégicos propios ¡Vive Dios!

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