Jorge Lara Rivera “Abyssus abyssum invocat (el abismo llama al abismo)” previene el salmo XLI de David en el viejo libro. A partir de las denuncias de víctimas de violación y abuso sexual cometidos por sacerdotes de Boston contra menores (2002) y desde que los crímenes sexuales contra 200 niños y adolescentes sordos por el padre Lawrence Murphy perpetrados en el colegio St. John’s de St. Francis, Wisconsin, Estados Unidos, y su encubrimiento por los altos jerarcas de la Iglesia alcanzaron resonancia mundial (marzo, 2010) se destapó la cloaca que es el clero católico y esa fosa séptica no ha dejado de manar podredumbre.
Para encarar la mayor crisis de la Iglesia Católica en 2 milenios, del 21 al 24 del recién concluido “mes del amor y la amistad” tal moteja a febrero la mercadotecnia (coincidiendo con la aparición en librerías del libro “Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano” del escritor francés Frédéric Martel que ahonda en la corrupción e hipocresía de esa institución), ha tenido lugar en Roma la 1ª cumbre de presidentes de las conferencias episcopales del mundo dedicada a tratar el tema de la pederastia en la Iglesia y los abusos sexuales cometidos por clérigos pedófilos y sus indeseables consecuencias (como el pago de demandas de las víctimas que erosionan las “sagradas” arcas del tesoro vaticano; ah, y también por el desprestigio que le acarrean a su ascendiente moral ante los feligreses).
Convocada por el Papa Francisco en septiembre pasado, tras acordarlo con el Consejo de Cardenales ante las acusaciones en el interior de la Iglesia Católica contra obispos, arzobispos y cardenales y el propio Jorge Mario Bergoglio Sívori (alias “Francisco”) y sus antecesores Jozef Ratzinger (Benedicto XVI) y Karol Woytila (Juan Pablo II) por haber sido omisos o negligentes cuando no encubridores y cómplices de los crímenes al permitir la impunidad e incluso el ascenso de depredadores sexuales ya señalados como Theodore McCarrick, Marcial Maciel Degollado, y Fernando Karadima, entre cientos más. Precisamente en vísperas de esa insólita cita, mientras el llamado Papa Francisco eludía con argucias la solicitud del presidente venezolano Nicolás Maduro para mediar en el conflicto que enfrenta a su gobierno con la oposición conservadora y ha derivado en una grave crisis sociopolítica, de manera inopinada la arrogante y cerrada Conferencia del Episcopado Mexicano, por voz de su presidente el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López, hizo de conocimiento público cifras perturbadoras de los casos de violación y abuso sexual contra menores perpetrados en México por su personal. Era de esperarse porque ya no podían seguir ocultando “la viga en su propio ojo”, luego de aporrear tantas veces la lengua contra “la paja en el ajeno” estigmatizando a prójimos de orientación sexual distinta de la heteronormativa quienes afrontan, sinceros, a la sociedad y sus prejuicios (muchos producto de la prédica hipócrita y de odio de la Iglesia) sin la impunidad de sotanas, ni cuentos chinos aberrantes de supuesta santidad, castidad y abstinencia de esos arteros lobos disfrazados de ovejas que masacran al rebaño. Así, ha trascendido un revelador informe de los últimos 9 años el cual consigna que 152 curas pederastas han sido “retirados” de su ministerio y ¿varios? –no se reportó la cantidad– han compurgado pena o están en la cárcel. De las víctimas de aquéllos, el Episcopado dejó entrever la insinceridad de su “preocupación” por ellas y la verdadera importancia que les da, al referir “no tener cifras exactas” porque a pesar de derrochar el dinero en autopromocionarse y estigmatizar con sus acedas posiciones al prójimo con el semanario “Desde la Fe” a la manera en que lo hizo el nefasto cardenal Norberto Rivera Carrera, “en México no hay un centro de recopilación de información” ni estadística sobre la materia, pero calculó que sería una cifra “equivalente” a la de los pedófilos. Así como desconocía si en el país había casos de violaciones a monjas por curas, ni abusos sexuales contra mayores vulnerables. Y es que “de que la perra es brava hasta a los de casa muerde”, pues en fechas previas (6, 8 y 10 del mismo febrero) el propio Francisco admitió públicamente los abusos sexuales –esclavitud sexual incluso bajo la falaz ‘Teoría del amor de la amistad’ por el sacerdote Marie-Dominique Philippe– y espirituales (en el sentido mental) contra religiosas como las monjas Rocío Figueroa y Doris Wagner-Ressigner. En el marco mismo de la cita romana, la Iglesia de Estados Unidos no ha tenido empacho en referir (febrero 16) que, por fin, tras 50 años, cuando la acción penal caducó, ha expulsado del sacerdocio a Theodore McCarricck, quien fue influyente cardernal de la Iglesia en Norteamérica y ex arzobispo de la Diócesis de Washington, Estados Unidos, por faltar al 6º Mandamiento abusando de menores y adultos. La mentada cumbre interepiscopal anti pederastia terminó con buenos propósitos pero sin establecer medidas efectivas y eficaces para erradicar estos crímenes de seminarios, conventos, parroquias y comunidades religiosas y seglares, para frustración de las víctimas de nuevo postergadas.