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Opinión

Desde lo profundo del corazón

Cristóbal León CamposA mi hija Valeria

Su llegada cambia la vida, revoluciona todo, genera dudas e ilusiones, nos enfrentamos a una responsabilidad y al mismo tiempo a una enorme alegría. De mirada dulce, risa que enamora al instante, manos pequeñas y traviesas, sus caricias tienen el don de suavizar el rostro más duro, la resonancia de sus primeras palabras y los pasos que inicia, convertirse en padres es una transformación constante. La capacidad de amar es inherente al ser humano, los sentimientos y su complejidad nos hacen particulares en el concierto de la naturaleza, las divisiones de género y sus roles nos han marcado desde el nacimiento, el deber ser y la tradición siguen agudizando un hecho inexistente: se dice que mujeres y hombres, hombres y mujeres, tienen por sus capacidades y características biológicas deberes determinados en la sociedad. Idea falsa y absurda que hoy sigue marcando las vidas y generando conflictos en las relaciones sociales. Nos fragmentan y nos catalogan.

En el viñedo hay todo tipo de uvas, algunas agrias, otras dulces, unas más coloridas y algunas opacas, los seres humanos somos diferentes, no es el sexo, no son los roles y ni los géneros, son los prejuicios y las formas de dominación las que insisten en mantenernos distantes, todos somos humanos, hay de todo entre nosotros, eso es verdad y es natural, ni la maternidad es una obligación para la mujer ni la paternidad es una fobia para el hombre. Esos pensamientos son absurdos, los padres aman a sus hijos como las madres aman, el amor no conoce de colores o de fronteras genitales, el amor es amor simplemente.

Ahora bien, hay cosas que son necesarias mencionar, algunos seres humanos procrean, tienen hijos, pero ni la maternidad ni la paternidad se desarrolla en ellos, no sienten ese llamado al que se le ha dado el nombre de “natural”, sencillamente algunos no lo desean o no lo asumen, cada quien sabe cómo actúa. Lo que sí es verdad es que debido a esa división de géneros y roles, se ha profundizado la idea falsa de que es la mujer la encargada del cuidado de los hijos, se le delega a ella toda la carga, se vuelve obligación escrudiñada por la sociedad, señalada la que no cumpla eso que se llama “rol social”. El hombre entonces, en muchos casos, se desentiende de cualquier aspecto relativo a los hijos y, además, llega él mismo a convertirse en otro hijo de la mujer cuando viven en parejas de la concebida familia tradicional. Esta es una triste realidad. Se reduce el papel del hombre ante los hijos al de un proveedor, trabaja para obtener dinero para el consumo necesario, pero ¿y el amor?, eso es cosa de mamá. Tradiciones que se heredan, imposiciones que oprimen.

Al mismo tiempo en que la idea tradicional de la familia va resquebrajándose, también se comienza en mayor forma a reconocer que el hombre no es únicamente un proveedor ante los hijos, esto se reconoce en doble sentido, primero, la sociedad abre un poco más los ojos, siempre ha habido padres amorosos e interesados y otros que ni el nombre merecen y, segundo, el mismo hombre, ahora sí, en su concepción sexual y de género con todos sus roles sociales, comienza a reconocer su papel más activamente en la educación, el cuidado y el afecto hacia los hijos, esas ideas del padre duro, del padre sin sentimientos siempre ocupado y cansado, al que no hay que molestar y los hijos deben permanecer cuidadosos de no incomodar, esas ideas, con las que algunos o mejor dicho, muchos crecimos, van cayendo sobre su propio peso. No significa lo anterior que la tradición no siga, significa que las nuevas generaciones van formando su tradición con una carga más humana y amorosa.

La sensibilidad conquista terreno en el mundo de las relaciones padre-hijo, la imagen del hombre áspero de sentimientos que el machismo ha generalizado, es cuestionada en la práctica por la cotidianidad de las relaciones que se expresan con nuevas lógicas, se valora públicamente lo que antes se reconocía en silencio, la vergüenza que alguna vez impidió ser cariñoso a un hombre, ahora es reconocida como un acto de valor que traspasa aquellos esquemas tan absurdos. Somos por esencia afectivos, somos amorosos, a pesar de ello, nos falta mucho, mucho para dejar las tradiciones obsoletas y los esquemas inhumanos, es un gran lastre el que hay que dejar de un lado, pero silenciosamente el machismo, la idea tradicional de familia y sus roles internos van resquebrajándose. El amor de los padres se expresa por igual desde lo profundo del corazón.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

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