Ricardo Andrade Jardí
Despojo y destrucción ecosistémica es lo que ofrece el capitalismo en cualquier geografía y peor aún cuando además se disfraza de verde.
En el marco del Día Mundial del Medio Ambiente el gobernador de Yucatán, Mauricio Vila, exhortaba a sembrar miles de árboles para reforestar Mérida.
Pero al mismo tiempo el gobernador avala los cerca de 20 megaproyectos energéticos ilegales que violan las normas jurídicas nacionales e internacionales cuando menos en lo que se refiere a las consultas a los pueblos originarios. Por no profundizar ahora en la violación a las normas ambientales que se desarrollan o se pretenden desarrollar en la geografía yucateca, estado rico en biodiversidad pero sistemáticamente agredido por la industria irracional del cemento. Los megaproyectos energéticos que el gobernador avala –al tiempo que exhorta a las y los yucatecos a sembrar arbolitos– seguirán en nombre de un falso progreso destruyendo el ecosistema y, por ende, toda forma de vida. El disfraz verde del capitalismo es un peligroso ardid publicitario que oculta una crisis civilizatoria. Múltiples son los ejemplos de que los parques eólicos o fotovoltaicos, que hoy amenazan la naturaleza alrededor del planeta y particularmente a Yucatán, no traen beneficios sociales y sí una inmensa miseria y degradación de naturaleza y cultura.
No deja de ser un ejercicio inmoral, o amoral incluso, el exhortar a la población a reforestar ciudades, que buena falta hace, cuando el mismo Ejecutivo es incapaz de regular la irracionalidad de una industria voraz e incontrolable, como lo es la del cemento, que sepulta a diestra y siniestra cientos de terrenos verdes destruyendo una inmensa cantidad de naturaleza para imponer por toda la ciudad su lógica de muerte.
El aumento del calor en la ciudad de Mérida, es proporcional a la cantidad de inútiles edificaciones y a un pésimo transporte público, tolerado por todos los niveles de gobierno, que benefician los bolsillos de una pandilla de empresarios en contra del discurso ambiental de propiciar ciudades ambiental y humanamente responsables.
Existe una doble moral en el exhorto de propiciar una falsa cultura ecológica que es aplastada por una economía rapaz que no tiene la menor intención de preocuparse de ninguna manera por el bien común; al tiempo que se agudizan y profundizan los conflictos territoriales en el interior del Estado, ante la imposición de los megaproyectos energéticos y la declarada Zona Económica Especial, que aunque se disfrace de “progresismo” no es otra cosa que la enajenación de soberanía territorial en favor de grandes capitales nacionales y extranjeros, así como continuar con una lógica de producción y consumo que es ya insostenible para el planeta entero.
Hoy cuando queda más claro que nunca que el capitalismo como modo de producir y consumir nos llevará a estrellarnos contra los límites del planeta, mostrándonos como nunca antes sus propios límites físicos y mentales, al insistir en expandir la destrucción de la biosfera sin poder garantizar, ni cumplir, con su falsa promesa de gozo y bienestar de sus propios beneficios. En esta doble moral del capitalismo verde y de la ecología como moda: la “nueva clase política” ya sea de derecha o pretendida izquierda, que se empeña en abanderar la irracionalidad se puede identificar con cierta claridad uno de los puntos medulares para entender la crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos.
Pero entender la contradicción de esta doble moral sistémica, de esta crisis de civilización, es la posibilidad de iniciar la decontrucción colonial del pensamiento que permita el surgimiento de subjetividades resistentes antisistémicas –en oposición al fanatismo– de las subjetividades oprimidas y opresivas que parecen llenar todos los espacios del espectro político desde un “pensamiento crítico” totalmente colonizado.