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Opinión

El espía que surgió del calor

Iván de la Nuez

Los calores están batiendo récordes por estos días en los que el mundo va camino de convertirse en un eterno verano. Las últimas previsiones sobre el cambio climático alertan de que, si esto sigue así, es posible un incremento de siete metros en el nivel del mar. Ya está en marcha un ultimátum para el año que viene: si entonces, en el 2020, no se han tomado medidas drásticas, no habrá vuelta atrás para el planeta.

Estos calores te llevan a esconderte, moverte poco, vaguear todo lo posible en cualquier sofá, viendo películas viejas y nuevas, series de todo tipo. Cualquier cosa menos salir a abrasarnos en esta canícula. Si uno ve, por ejemplo, las películas clásicas del espionaje, muy pronto notará una incoherencia entre el calor ambiente y el vestuario de James Bond, del hombre que sabía demasiado, del espía que surgió del frío. Todos llevan traje y corbata, incluso gabardinas. Piezas que, por lo demás, permiten esconder un pequeño arsenal para desarrollar su trabajo.

No es que James Bond alguna vez no pudiera andar en bermudas o con una camisa hawaiana, pero la verdad es que han sido momentos esporádicos. Es el caso de 007 en una playa, supuestamente cubana, a punto para el encuentro de Pierre Grossman con Halle Berry. Pero siempre tiene lugar la vuelta al traje. Un bañador o un bikini no son precisamente prendas perfectas para ocultar un arma (de fuego). No digamos ya el famoso paraguas con veneno en la punta o un transmisor de los tiempos de la Guerra Fría.

El verano no es para espiar a la antigua manera. En esta estación todo está a la vista. Sea en el cuerpo o en las redes. Quizá el espía que surgió del verano lo lleve todo en el neceser de las cremas, la nevera de las cervezas. Pero ya estará sucediendo como comedia que antes fue tragedia. Y estaremos viendo una comedia donde antes encontrábamos drama.

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