Alejandro Solalinde
Nos ubicamos históricamente en una etapa de alta transición política, estamos impactados por remanentes culturales, estructurales, de tiempos pasados; perviven y conviven formas de gobernar muy diversas y hasta contrastantes: monarquías, repúblicas, regímenes socialistas, teocracias, todo esto con luchas entre potencias hegemónicas, religiones milenarias, Iglesias cristianas, católica, evangélica en crisis. Todo esto en proceso de síntesis hacia un destino común ciertamente de unidad universal, pero también dentro una compleja diversidad, con feligresías y ciudadanías desconcertadas por cambios vertiginosos y el debilitamiento de valores y referentes éticos. Escándalos de ministros de culto dan cuenta de ello. El sistema capitalista ha hecho estragos sobre todo en las relaciones humanas, infectándolas de materialismo, consumismo, una sed de poder de dominio. En México la corrupción y la impunidad están dejando de ser toleradas por parte del Poder Ejecutivo, falta que pueda permear a los otros Poderes del Estado.
A un tipo de gobierno autoritario, civil o eclesiástico, corresponde una población, una feligresía temerosa, sumisa, inmadura, y sometida; muy lejana de una actitud crítica, propositiva. La democracia arranca de la voluntad soberana del Pueblo, con un Estado que le sirva a través de sus tres Poderes. Una conciencia controlada no puede contribuir a la transformación de un país. ¿Cómo levantar la conciencia, luego de tantos años de sometimiento y control por parte de sistemas autoritarios? ¿Cómo romper la indiferencia de la inconciencia? La apatía social es un suicidio colectivo.
A fin de alcanzar una conciencia sólida, idónea y recta es indispensable irla formando con buenos referentes, superando amenazas, rechazando todo intento de manipulación, control o limitaciones a la libertad. Pero, sobre todo, no dependiendo del qué dirán, expresando valientemente lo que se piensa, no actuar por intereses mezquinos, sino responder fielmente a los dictámenes de la conciencia.
Desde ese santuario de la conciencia hay que elaborar una lectura diferente y más integral de la realidad, incorporando análisis con nuevas variables y metodologías que nos permitan hallar soluciones más eficaces y cualitativamente distintas. Una de ellas inédita en México, a nivel nacional, es el análisis que nos ofrece el Reino de Dios propuesto por el joven galileo Jesús de Nazaret. Hasta ahora, el Reino de Dios se ha mencionado como una cuestión religiosa o dogmática, reducida al ámbito de las iglesias cristianas. Sin embargo, se trata de un radicalmente transformador. En este siglo XXI es lo que puede hacer contrapeso al avance destructivo y esclavizante sistema neoliberal capitalista.
El análisis que nos ofrece el Proyecto del Reino está centrado en las relaciones personales, comunitarias, institucionales, internacionales y ecológicas, como paso previo a la elaboración de un diagnóstico integral sociopolítico, económico, humano, espiritual.
El Joven Nazareno, no analiza la realidad a través de factores subjetivos religiosos, de prácticas de piedad, se fija en el tipo de relaciones observables, que a su vez dejan entrever actitudes interiores. Su interés principal no radica en que la gente sea más religiosa, sino que, movida por su fe, se relacione mejor, con todos, todas y todo. El orden propuesto por Él, es: Primero el Dios de todos, en seguida las personas, y al último los medios materiales. Él quiere una sociedad justa e incluyente. En el joven Jesús de Nazaret está la clave para interpretar correctamente los Evangelios y signos de los tiempos; Él es el Signo Primordial del Reino, toda vez que en Él se realiza plenamente la voluntad de Dios, es decir, Él es el modelo de excelentes relaciones con Dios y con los semejantes. Él mismo es el Signo de los signos. Pero es también signo de contradicción: enfrenta todos los poderes del anti reino, opuestos a la justicia. Él manifestó su Proyecto en todas sus relaciones: con su Padre, con los pobres y excluidos, con las mujeres, los niños, las autoridades, con los enfermos...El joven Jesús, no sólo rezaba, trataba a todos con justicia y con amor.
Sólo desde una lectura aproximada de su vida y obra, se puede comprender y proseguir su Causa, su Propuesta.
Los avances del Reinado de Dios se efectúan en el marco de “experiencias de contraste”, de las relaciones injustas que Dios no quiere.
Descifrar los signos de los tiempos desde la clave del Reino es peligroso para el statu quo, pero hacer pública esta lectura es más riesgoso, porque mueve poderosamente la conciencia social, ¡es el despertar de los pueblos!, de cara a enormes intereses políticos y económicos, mantenidos desde la ignorancia y el miedo sembrado por el poder abusivo. Los poderes de dominio y explotación abonan la inconciencia. Por eso controlan los medios de comunicación y reprimen, criminalizan y masacran la protesta social, persiguen a defensores, las de DDHH y periodistas.
La verdad que se descifra es altamente liberadora para una sociedad desinformada, agraviada y atemorizada. No se cansa Jesús de repetir que ¡la verdad nos hará libres!
Los profetas de los signos de los tiempos denuncian las estructuras injustas, al mismo tiempo que esclarecen nuevas posibilidades de relación con Dios, con los semejantes y con el patrimonio ecológico universal, cuyo único dueño es Dios.
Los signos de los tiempos son señales de la llegada del Reino de Dios, son un llamado a responder a los daños y amenazas ocasionados a las relaciones por las fuerzas del anti reino ciego y mezquino. La respuesta carga su acento en la construcción de mejores lazos interpersonales como epicentro de toda transformación en la sociedad.
Para responder adecuadamente a este llamado tomamos como referencia la propuesta del Reino de Dios, como instrumento de análisis y acción. Cotejamos si cada relación está de acuerdo a los valores evangélicos y universales. Podremos descubrir si en cada relación está o no está reinando Dios, al mismo tiempo que detectaremos las señales de ese Reino. En otras palabras, conoceremos con certeza si las buenas relaciones no existen, se atoran, no avanzan. El Buen Dios quiere que avancen.
Las manifestaciones del Reinado de Dios se producen de manera oculta y conflictiva. Se aprende a descifrarlas aun en medio de las contradicciones y fuerzas opuestas.
El Reino avanza cuando convergen las buenas voluntades personales motivadas por el amor incluyente y el servicio desinteresado, cuando las responsabilidades institucionales se orientan al bien común.
La democracia evangélica como forma de vida estructural, sistémica, integral, será fruto de la convergencia de gobernantes-servidores y ciudadanos-corresponsables, ya que el Reino es una propuesta de ruptura con la lógica excluyente y dominante, es una subversión con el desorden social que prevalece y pervierte las relaciones nacionales a causa de la sobrevaloración del dinero y pasa a la fuerza del amor organizado para el bien común.
Por tanto, si la principal preocupación del Reino es la buena relación, un servicio de autoridad distorsionado, convertido en poder, y casi siempre en poder de dominio, es contrario a la voluntad divina. Por el contrario, valores sustantivos de la vida política y de la buena política encaminada al bien común son: información suficiente, veraz y oportuna; canales de consulta y participación encaminadas a la incidencia política, autogestión, con respeto a la libertad, a la decisión de la mayoría. Un sistema democrático es el que sirve a la ciudadanía, al pueblo, atento a sus necesidades, en un diálogo continuo ¡respetando su soberanía! Cualquier poder que decida solo, desde arriba, desde las cúpulas, sin consultar a la población, o que no respete su decisión, lo está despojando de sus derechos ciudadanos. Está decidiendo para sus intereses y en lo obscurito. Los políticos viciados tejen sus planes a espaldas del pueblo, aliándose con poderosos influyentes que calculan les asegurarán lograr el puesto ambicionado, aunque sea con trampas y traiciones.
Nuestro país está listo para escuchar el primer informe del Ejecutivo este uno de septiembre. En su discurso ha reiterado su voluntad democrática, nítida y definida. Pero en el Senado de la República ya se empieza a ver, no las célebres tribus del PRD, sino un Morena polarizado, partido en dos: los comprometidos con AMLO, la 4T y con el Pueblo de México, y Ricardo Monreal con sus monrealistas seguidores, orientados hacia su proyecto presidencial de 2024. ¡Así de claras están las cosas!
La disyuntiva es clara: o la Cuarta Transformación, o la vuelta del sistema priísta anterior; o el empoderamiento de la ciudadanía, o una nueva imposición de la vieja política tramposa y autoritaria. ¿Está de vuelta de la tradicional cargada?
¿De qué lado se irán unos morenos cuando se den cuenta del alcance de lo que pasó en el Senado? ¿Le darán la espalda al presidente y al cambio? ¿Cómo reaccionará la ciudadanía ante esta amenaza a la democracia desde el interior del partido?
Hay que escoger: o Reino de Dios, o anti reino. La política como bien común no es cuestión del gobierno ni de un partido, es responsabilidad de todos y todas las personas que vivimos en México. La Iglesia Católica ha insistido en la responsabilidad de participar en todo aquello que tiene que ver con el bien de todos.
Lo sucedido en el Senado el pasado 19 no es un pleitillo entre morenos; ahí se puede estar jugando el futuro del país y de la transformación mandatada el 1 de julio del 2018.