No es lo mismo vivir, que entender la vida. Entender nuestra existencia cotidiana con todo lo que nos topamos cada día; lo planeado, lo inesperado, los logros, los fracasos, los momentos de paz, los sufrimientos, la lucha entre la fe y el escepticismo. No faltan relaciones que nos generan nobles expectativas que terminan con frecuencia en dolorosas decepciones. A todas estas experiencias podemos encontrarles un sentido, si conseguimos integrar una visión amplia de todo esto.
La visión que tengamos es el primer paso del proceso interminable de entender la vida. La visión significa tocar, mover, activar cualitativamente la consciencia. Pero, ¿cómo impactarla positivamente, sin forzarla, ni manipularla en una relación interpersonal? El mejor camino es el diálogo de consciencias, un encuentro de interioridades humanas para realizar el bien común. No pocos alegatos versan sobre cuestiones banales, superficiales que por lo general derivan en litigios innecesarios.
La visión personal es el resultado, la síntesis de lo que alguien es, de lo que está siendo. La visión de cada quien significa la propia síntesis existencial. Nuestra consciencia, como facultad de darnos cuenta de las cosas, se va educando gracias a la dinámica de la visión, consistente en una parte que se va definiendo (estática) y otra que sigue creciendo con nuevos conocimientos (progresiva) Nos tenemos que preguntar: ¿Qué vemos? ¿Cómo vemos? ¿Qué, no vemos? ¿Cómo miramos a Dios, a nosotros mismos, a nuestros semejantes, a la vida, la historia, la naturaleza? ¿Cómo significamos la información recibida?
Los lentes fijos no nos sirven para estar analizando realidades mutantes. La vida está transformándose cada instante. Lo convencional, lo estereotipado, lo rutinario, no funciona para leer adecuadamente las experiencias, descubrir prejuicios, el sentido común, para echar abajo mitos, temores. Sin duda los peores anteojos son los del vidrio opaco de nuestro egoísmo.
Es posible también poder contemplar todo, todas y todos desde los nítidos cristales del amor incluyente. De cómo miremos depende nuestra actitud ante la vida.
Hay quien ve poco y mal, anclados en el pasado y en intereses mezquinos. Dos ejemplares son Donald Trump y Jair Bolsonaro. Cortaditos con la misma tijera: Los peores enemigos del planeta. Así, mientras arde la Amazonia, una niña sueca llamada Greta Thumberg ha venido reclamando a irresponsables como este par, que la Tierra es de todos, también de las nuevas generaciones y las del futuro. Desde luego yo me sumo a esta defensa del planeta cuyo único dueño ¡es Dios!
Hay quien ya no ve nada, o todo lo ve perdido; para él todo es malo, es pesimista. Y claro que esta actitud conduce a un suicidio existencial, y a veces físico. Hay muchas maneras de dejarse morir. Uno puede ser su mismo verdugo.
Por encima de actitudes derrotistas, está todo el tiempo a nuestro alcance, la maravillosa óptica de la fe, de la vida cualitativamente distinta de Jesús resucitado. Esa vida pascual (el paso de la muerte a la vida) arranca de la construcción de una nueva percepción de la existencia; que nos conduce a una narrativa optimista, equilibrada, humanista, espiritual, holística, ¡Apta para salvar vidas! Muy recomendable, es así mismo, esforzarnos mentalmente por ubicarnos como parte de la gran familia humana; colocarnos existencialmente en el horizonte histórico, en el cosmos y desde ahí, tratar de entender también nuestra dimensión trascendente.
Una nueva forma de ver las cosas; una consciencia abierta, expandida en todos los campos de la comprensión humana, nos creará las condiciones favorables y más cercanas a la realidad para ¡ENTENDER LA VIDA! La vida es una palabra pequeña, pero contiene en sí, todo lo relacionado con las condiciones existenciales de la especie humana y su entorno.
Entender la vida es estar conscientes de diversas direcciones, dimensiones, distintos aspectos, incluyendo todos los rincones sociales, de todas las épocas pasadas y actuales. El mundo digital nos facilita esta expansión en el tiempo y el espacio, incluso en tiempo real. Jamás podremos abarcar todo el conocimiento existente, eso le corresponde sólo a Dios. Sin embargo, nuestra capacidad cognitiva, consciente, tiene un objetivo ¡entender la idea!
Podemos mejorar nuestra comprensión de la vida en la medida en que seamos hábiles para adaptarnos a las circunstancias; me refiero a ser resilientes y fuertes para resistir a las condiciones adversas, flexibles y comprensivos ante situaciones secundarias que no podemos modificar. Y por supuesto que no me refiero a una adaptación moral o de principios degradantes. Tampoco hablo de no modificar las condiciones indignas, inhumanas, no, contra ellas no debemos adaptarnos nunca. Hay que ser creativos, no andar mucho por los caminitos hechos.
Otro elemento clave para ayudarnos a entender la vida es la aceptación de la diversidad humana. La diversidad siempre ha existido, pero no la conocíamos como ahora, ni la hemos aceptado. No estamos educados para ver y aceptar tantas realidades humanas que antes se ocultaban, se prohibían. Hoy la vida cotidiana es un escaparate, las redes sociales son evidencia de esto. Aceptar la existencia de la diversidad no es igual que estar de acuerdo con ella, pero sí relacionarnos respetuosamente con ella, incluso, con empatía y amor. Comenzamos por aceptarnos a nosotros mismos, reconociendo la originalidad de cada quien, contando con nosotros mismos; aceptar lo que somos, lo que estamos siendo dentro de procesos de aprendizaje y humanización, ¡sin un acabado final!, siendo imperfectos, inconsistentes. Somos una obra maestra, pero sin terminar.
Aceptar a los demás como son no es resignarnos a lo que nos parece mal de ellos, sino captar que están en proceso, están siendo, se están haciendo. La obra no está concluida, ni tiene plasmada la firma del Autor, quien al final exclamará: “¡Esta, éste, son mis hijos muy amados en quienes pongo mis complacencias!” No juzguemos por lo poco que vemos de alguien, pues eso es un paso intermedio de una persona en transformación. Contemplemos sí, con esperanza, aunque no presenciemos la obra concluida. Miremos sí, con fe, por lo que los semejantes y yo seremos cuando se agote el último peldaño de nuestra metamorfosis terrenal. Lo prioritario es aceptar a los demás como son y no como quisiéramos que fueran. Aceptarlos es tocar lo que es único y original. Es por eso que la visión de alguien es sumamente valiosa. Al compartirla nos está regalando horas, días, años de investigación, lecturas, observación, reflexiones, ¡es un modo de darse él mismo!
El secreto de la evolución o involución en la consciencia y de la visión que va adquiriendo radica en los referentes; personas referenciales, de influencia poderosa para bien o para mal, según su calidad moral, ética, estética, espiritual; según su contenido de amor incluyente y su compromiso por el bien común de la humanidad. Para los cristianos el primer referente es Jesús y ese Dios Padre del que nos hablaba, un Padre, por cierto, con rasgos de ternura maternal. Un amigo como el joven Jesús de Nazaret es una excelente influencia, el mejor referente, sobre todo para los cristianos. Un buen ejemplo, una buena acción de alguien, abonan a esa influencia positiva.
Los Evangelios, el Nuevo Testamento, la Tradición oral cristiana y otros escritos contemporáneos nos ofrecen información sobre Él. Jesús es el iniciador del Reino. Mucha gente se preguntó por su identidad. Los cristólogos, los investigadores, nos ofrecen aspectos diversos de su tránsito por Palestina, en el siglo primero de nuestra era.
Jesús es el migrante más famoso de la historia. Él es migrante de principio a fin de su existencia, es al mismo tiempo un hombre gradual, que sigue procesos humanos como cualquier persona. Su conocimiento, su comprensión de las realidades son progresivos. Va tomando sus decisiones de acuerdo a lo que va percibiendo y entendiendo.
Jesús es un joven fascinante con un altísimo nivel de conciencia, analista, sensible, con una enorme capacidad para responsabilizarse ante todo lo que dañe al ser humano.
Mucha gente carece de referentes, como son: la familia, una amiga, un amigo, una buena lectura. Una vida sin referencias, es como andar a la deriva. En lugar de personas con quienes dialogar, a fin de ir formando su consciencia y su propia visión, prefieren hundirse en el mundo digital. La tecnología moderna es una maravilla, pero no sustituye las relaciones personales con Dios, con uno mismo, con los demás y con nuestra vital naturaleza.