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Opinión

Fatuos de fuego

Por Jorge Lara Rivera

El mismo día que Japón conmemoraba otro doloroso aniversario del advenimiento (en agosto 6 de 1945, Hiroshima y 3 días luego Nagasaki) de una época de terror no conocido jamás por el hombre e inseguridad internacional constante, por el uso contra su población civil de armas termonucleares, con un llamamiento (aunque asesine ballenas y masacre delfines) a los gobiernos del mundo para salvar el planeta, la dictadura de Kim Jung Il en Norcorea realizaba un ensayo, otro más, de sus misiles para explorar la portabilidad de armas “no convencionales” y la precisión de su alcance, en respuesta a las maniobras militares conjuntas de su vecino y rival Corea del Sur con Estados Unidos.

Es de justicia recordar que la guerra en el Pacífico que propició el empleo de armamento atómico fue iniciada por Japón, cuyas atrocidades contra población civil y prisioneros chinos y coreanos están pendientes de contrición y pedimento de perdón que sigue regateando Tokio. El artero ataque a Pearl Harbour contra la flota estadounidense anclada en Hawai mientras en Washington se sostenían conversaciones de paz y no agresión tuvo ya con tales bombardeos sobrado desquite. Precisamente la escindida población de la península de Corea, tras la victoria por Rusia y Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, paga el precio de la Guerra Fría que suscitó el sordo e irreconciliable odio entre pueblos hermanos al Norte y Sur del paralelo 38º, y si bien Pyongyang carga con la responsabilidad de haber invadido al Sur, también fue suyo el pago en sangre de casi el 15% de su población civil en el terrible conflicto conocido como Guerra de Corea; su indeseado ascenso al club nuclear y el desarrollo misilístico propio que le permite amenazar al continente americano quizá, pero con seguridad a la isla de Guam, le otorga hoy un estatus de riesgo que no puede ser tomado a la ligera y por su impredecible tozudez ese vals diplomático con el inquilino de la Casa Blanca no es para nada tranquilizador, menos en el contexto de la escalada de la guerra comercial entre China –su patrocinadora– y Rusia –su aliada– contra el intransigente imperialismo yanqui.

Cerca hay otro foco rojo encendido: Hong Kong, donde los opositores al injerencismo chino enfrentan cada vez más dura represión a sus manifestaciones callejeras exigiendo democracia en el insular enclave financiero, comercial e industrial y el respeto a sus derechos humanos pactado por Pekín. No suficientemente lejos de allí ni de la gente pacífica del mundo dos potencias nucleares pulen sus armas en preparación a lo que sobrevendrá por la partición de Cachemira (que pertenece a la India, pero sobre la cual Pakistán mantiene pretensiones territoriales con bases religiosas) a efecto de dar a Nueva Delhi un mayor control de la zona donde predomina, en una región, la fe musulmana, y asegurar la lealtad de los ciudadanos hindúes el proyecto de reforma legal para la partición avanza, mientras el ejército de Islamabad es puesto en alerta.

No sería la primera vez que ambos países se enfrentaran (batallan desde que la innegable tolerancia confesional del Indostán costó caro a India pues tan luego recuperó su Independencia del Imperio Británico en 1947, perdió una porción considerable de su territorio en aras del mahometanismo que devino en el actual Pakistán. 3 sangrientas guerras: 1947, 1965, 1971/1972, y haber estado a punto del holocausto nuclear en 1988, el sortear algunos conflictos menores pero cruentos y numerosos incidentes armados han curtido a sus ejércitos y tratándose de Cachemira, motivo de una disputa milenaria anterior al nacimiento de Pakistán, la posibilidad de una 4ª guerra indopaquistaní es real. China que ocupa militarmente una porción de Cachemira arrebatada al estado Ladakh de India, es aliada de Pakistán que a su vez es cercano a Estados Unidos; Bangladesh –Pakistán Oriental, antes de lograr su independencia en 1971 con ayuda hindú– se ve afectado), pero la eventualidad del uso de armas nucleares indica que podría ser la última.

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