Alberto Híjar Serrano
Hubo que trasladar el acto por Ayotzinapa al Auditorio Mayor de la Escuela Nacional de Maestros que se llenó. La causa originaria del acto fue el descubrimiento de que Julio César Mondragón Fontes fue alumno efímero de la Normal. Por eso estuvo su viuda a la que se sumaron una mamá y hermana de desaparecidos, un profesor que leyó su escrito del 27 de septiembre de 2014, un sobreviviente de la noche del crimen y al final, un dirigente de la Isidro Burgos. Me pidieron hacer historia. Narré la historia de la crueldad extrema. La de la excomunión de Hidalgo maldiciendo cada uno de sus cabellos, sus ojos, sus oídos, su boca, la de todos sus descendientes. Luego de su fusilamiento, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron decapitados y sus cabezas enjauladas permanecieron en las esquinas del patio de la Alhóndiga de Granaditas, sitio de la primera victoria insurgente durante los once años que duró la Primera Revolución de Independencia.
“Rebeldes Fe”, como llama Víctor Hugo Sánchez Reséndiz a los creyentes levantados en armas por la justicia negada a sus pueblos, fueron ejecutados no siempre por fusilamiento. Cuando se sumaron como guerrillas contra los invasores franceses y yanquis, sufrieron torturas y sus pueblos fueron arrasados, como hicieron los hacendados de Morelos al quemar ingenios, siembras y caseríos para impedir la organización comunitaria de los zapatistas, mientras la prensa sicaria acusaba a Zapata de ser el Atila del Sur. Hasta José Guadalupe Posada lo grabó a caballo portando una bandera con calavera y caminando sobre otras. Su asesinato, el de Belisario Domínguez, luego de cortarle la lengua para que aprendieran los senadores valientes y los diputados como Serapio Rendón, también asesinado por órdenes de Huerta al igual que los mandatarios Madero y Pino Suárez. Regímenes despóticos caracterizaron las órdenes gubernamentales.
La Revolución Mexicana dio lugar a asesinatos, fusilamientos sumarios sin proceso alguno, torturas tan prolongadas como la de Ricardo Flores Magón abandonado en la cárcel de Leavenworth donde murió en pésimo estado durante el gobierno de Carranza que nunca lo reclamó al gobierno yanqui. El General Amaro, homenajeado con monumento y todo en el Campo Marte de la Defensa Nacional, fue famoso por incendiar pueblos enteros en Guerrero. El Movimiento Cristero animado por los curas, dio lugar al linchamiento de humildes maestros por el solo hecho de servir en escuelas del gobierno. Muchos fueron desorejados. Hay que leer “Dios en la tierra” de José Revueltas.
Desde 1926 cuando fue fundada la Escuela Normal de Ayotzinapa, la Cristiada la señaló como nido diabólico de guerrilleros. En 1940, armaron gran escándalo por el izamiento de una bandera rojinegra en la sagrada asta del lábaro patrio.
Los deudos reclaman ahora justicia para los asesinos de los dos normalistas asesinados por policías en la caseta rumbo a Acapulco. A los 43 desaparecidos, hay que sumar el asesinato del futbolista de los Avispones y del chofer del camión que los transportaba, así como la mujer víctima de una bala perdida en el transporte público. La crueldad extrema negó la atención médica a Edgar Vargas llevado por sus compañeros a la Clínica Cristina donde el médico a cargo y dos enfermeras no pudieron evitar su ingreso para luego ser sacados a golpes por los policías. Las patrullas cerraron el paso a la ambulancia que quiso entrar a la avenida Gómez Farías donde fueron cazados los estudiantes. Esa noche, alguien decidió desprenderle el rostro y los ojos en vida a Julio César Mondragón Fontes.
Los asesinatos de periodistas, las afectaciones y ataques a familias enteras, la huelga de hambre de Miguel Peralta impedido de asistir al juzgado con el pretexto de que no hay transporte, las masacres recientes en Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas, Chihuahua, las decenas de fosas repletas de restos humanos, la insuficiencia de atención forense resuelta con la desaparición de cadáveres, prueban la persistencia del terrorismo de Estado como recurso de convencimiento a quien quiera resistírsele. Pa’ que aprendan, dice el crimen organizado, y los cuerpos policiacos y militares, educados para el ataque y exterminio de supuestos enemigos, se someten a la cadena de mando en donde se extravían las responsabilidades. Cada quien cumple su trabajo, nadie es responsable, todos constituyen un sistema de protección del Estado urgido de la inclusión de poderes populares para cumplir con la consigna de “verdad y justicia”. Los insuficientes avances al respecto son impulsados por los reclamos de los familiares de víctimas y desaparecidos, y de las organizaciones que los apoyan. Asombra el trabajo incansable de los familiares de Ayotzinapa a diferencia de los que nunca reclamaron por los asesinados en Tlatelolco y los del 10 de junio de 1971.