Jorge Lara Rivera
Harry –el hijo menor de Diana Spencer– y su esposa han dejado la Casa Real de los Windsor y privilegios principescos con cargo al erario para empezar por su cuenta una vida propia en Canadá. La noticia, relevante para la prensa del corazón, distrae a las mayorías. Pero Isabel II firmó mientras el documento que formaliza la salida de su Reino (Unido de la Gran Bretaña –que incluye Inglaterra, Gales y Escocia– y Ulster –Irlanda del Norte– así como Gibraltar) de la Eurozona, y el Parlamento Europeo ha votado en Bruselas aceptándolo.
Los acontecimientos se han precipitado tras las más recientes elecciones en que se alzó triunfante el partido conservador británico que lidera Boris Johnson concediéndole un mandato claro para terminar el ‘impasse’ en que el Reino Unido se había sumidos desde hace un par de años y ratifica la apretada decisión del referéndum que resolvió abandonar la Comunidad Europea y al cual amplias dudas e indecisión de la gente común volvieron cada vez más impopular, al punto que la creciente oposición amenazaba con otro, bajo liderazgo del partido laborista, para revertir aquélla.
Es un paso trascendente y arriesgado para la vieja Isla de Shakespeare que ha desafiado a Roma, al imperio español de Felipe II, a Napoleón Bonaparte y a Hitler, no sólo porque se trata del primer país que abandona (dividido, ya que Escocia quiere seguir en el bloque paneuropeo e Irlanda del Norte afronta inminentes dificultades porque Irlanda sigue siendo parte de la zona Euro) esa comunidad, sino porque tras haber menospreciado la iniciativa paneuropea de Alemania y Francia para formar una unión continental, en la década de los 70, Gran Bretaña tuvo que tragarse el orgullo y la llamada “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher (líderesa conservadora, ironía de la historia) velando por la prosperidad de su pueblo hundido en la peor crisis económica de posguerra, debió firmar el Acta Unica Europea de ese bloque económico al que precedió el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) devenido luego en la Comunidad Económica Europea (–su plena integración se concretó en los 80s–), algunos de cuyos logros más notables como Unión han sido la adopción de una moneda única –el euro–, un gobierno supraestatal –el Consejo de Europa y el Parlamento europeo con eurodiputados–, estándares comerciales y de calidad de vida comunes, una política internacional exterior unificada y un perfil más propio del Viejo Continente para sus ejércitos convergentes en la OTAN, reforzados con los del flanco oriental provenientes del fenecido Pacto de Varsovia. Aspectos, todos, importantes en el contexto de los grandes bloques económicos mundiales (Federación Rusa, T-MEC, Asia Pacífico, BRICS, Mercosur, CARICOM, etc.) contemporáneos.
Se habla siempre de la categoría “especial” que guardan las relaciones bilaterales de Washington con Londres en detrimento de la galvanización de voluntades del Consejo de Europa en momentos decisivos. Las 2 guerras del Golfo (Pérsico) en Irak, la intervención occidental en Afganistán, así como en la guerra civil de Siria y las sanciones contra Irán, por citar lo más reciente. La “madre patria” se entiende con su vástago rebelde del Nuevo Mundo, Pero nada asegura que los estrechos aliados de hoy, afectados por factores tan volubles y volátiles como las decisiones de Donald Trump conservarán vínculos confiables. Y la propia Unión Europea tampoco sabe hasta dónde le afectará la deserción.