Alberto Híjar Serrano
Hace unos veinte años, pregunté a un investigador cubano aposentado en Cuernavaca por un intercambio con el Instituto de Biotecnología de Cuba, cuál era la diferencia con su equivalente mexicano del que era huésped. Sin dudarlo, respondió que los experimentos mexicanos no tenían consecuencias prácticas. En cambio, los descubrimientos cubanos son de aplicación inmediata, pese al bloqueo yanqui, hasta ganar el reconocimiento como vanguardia mundial en la producción de vacunas y el desarrollo, por ejemplo, de la investigación del principio activo del alacrán azul para la curación del cáncer. Gracias a mi amigo, había visitado en Cuba el Instituto donde recibí como respuesta a mi asombro por la juventud de los investigadores, la necesidad de contar con su fortaleza física para cumplir con tareas de limpieza y mantenimiento y ahorrar así personal y sueldos.
Ahora, Cuba aporta el medicamento producido en la planta Charg Heber en la provincia de Jilín, propiedad compartida con China, donde están produciendo un medicamento contra el coronavirus cuya presencia dañina y mortal determina la emergencia internacional de la Organización Mundial de la Salud emitida el 30 de enero de 2020. El interferón cubano tiene un lugar principal entre los medicamentos en proceso de investigación urgente. Lo que queda de socialismo maoísta en China, aporta esta manera de priorizar la urgencia por encima de los intereses mercantiles de los consorcios traficantes con las enfermedades. La construcción de un hospital de mil camas en quince días y su reproducción en otro sitio estratégico, es otra prueba del trabajo colectivo organizado para servir al pueblo.
Contrasta esta práctica de la salud más allá de su reducción a la cura de enfermedades, con los frecuentes hallazgos recientes de los grandes negocios hechos a costa de la salud pública en México. La resistencia para detener el derecho universal a la atención médica institucionalizada por el Instituto Nacional de la Salud y el Bienestar Integral, INSABI, significa la oposición de los gobiernos panistas defensores del tráfico criminal de medicinas y servicios de mantenimiento y equipamiento. Los grandes contratos, los sobornos, el ajuste a las necesidades impuestas por los grandes laboratorios, significan una industria de la enfermedad singularmente próspera en México desde que Pfizer descubrió la abundancia en México de un vegetal con un principio activo carísimo en Europa. La historia de la medicina en México, que no es materia de estudio en las facultades mexicanas, resulta aleccionadora. Hay eventos aislados como el del Colegio Nacional organizado por Eugenio Juaristi en 2015 para divulgar la historia de la medicina con participación de investigadores europeos frente a un auditorio lleno en el precioso edificio colonial restaurado en el Centro Histórico de México.
Tras la reducción de la salud a combate precario de las enfermedades, se oculta la ley del valor de la acumulación capitalista concretada en el control de la distribución y en los altos costos de las medicinas. Hay laboratorios riquísimos gracias a la producción de algún medicamento mercantilizado a precio equivalente a la multiplicación centenaria de su costo original.
Una vez más, la lección socialista pone el ejemplo de lo que es servir a la humanidad y el buen vivir, como proyecto de salud pública integral. Difícil de emular.