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Opinión

Complementariedad, no guerra sexual

Guillermo Fabela Quiñones

Apuntes

La jornada feminista el fin de semana satisfizo las expectativas de las principales organizaciones de mujeres que luchan por sus derechos fundamentales. Fue una catarsis necesaria para dejar salir la rabia y la frustración acumuladas en generaciones de dramáticos sufrimientos, por un modo de vida que se volvió “normal” y dejó de percibirse como una más de las terribles afectaciones de la explotación a la que ha sido sometida la mujer.

Hubo algunos actos de vandalismo, sin trascendencia gracias a la firme conciencia colectiva en torno a los móviles ajenos a la causa feminista, como provocar una respuesta violenta del gobierno federal. En esta movilización, que alcanzó amplitud nacional, el movimiento espurio de quienes se dedicaron al vandalismo más absurdo, en tanto que los resultados se les revirtieron, se afianzó la convicción de que el feminismo es una lucha política, no contra el machismo en sí como fenómeno histórico, sino contra la doble explotación de clase que sufren las mujeres.

La violencia de género es una realidad ahora inocultable gracias a “las benditas redes sociales”. No es que se haya incrementado, como se dice en forma tendenciosa, sino que casi de inmediato sale a la luz pública un acto que victimiza a una mujer, en niveles de violencia que horrorizan y patentizan el drama de la descomposición social como causa fundamental del flagelo.

El grito que se escuchó en la mayor parte del territorio nacional, como un eco que seguirá resonando en la conciencia ciudadana, “¡Ya Basta!”, es el inicio de una larga batalla que no se podrá ganar mientras subsistan estructuras medievales que han mantenido a las mujeres en la indefensión, no obstante sus frecuentes luchas reivindicatorias a lo largo de la Historia. De ahí la trascendencia de una educación cívica, desde el kínder, que concientice a los niños sobre la igualdad entre sus padres.

En nuestro sistema educativo, desgraciadamente, tal objetivo es una asignatura pendiente, y lo seguirá siendo en la medida que las mujeres, ya liberadas del yugo machista, adopten una actitud contraria al compromiso de formar un núcleo familiar con igualdad de derechos y obligaciones entre sus miembros. El feminismo mal entendido se expresa como una revancha contra el hombre, a quien se le debe cobrar la factura de tantos siglos de vasallaje en sus más diversas expresiones.

Es preciso recordar que tal interrelación entre los sexos viene desde la más remota antigüedad, primero por la debilidad física de la mujer que la hacía dependiente del macho, después por las ideas prejuiciosas en las religiones surgidas al paso de los siglos y que permanecen en la actualidad, sobre todo en el Islam y el catolicismo. En consecuencia, se trata de una lucha que tiene muchos frentes y es muy desigual, no porque la mujer sea más débil, sino porque no hay la suficiente claridad sobre el imperativo de hacer un frente común con los hombres, no contra ellos.

No se trata de una guerra entre los sexos, sino de tener conciencia de una complementariedad que se le ha negado a la mujer, pero que ella misma está obligada a lograr, con una actitud de autovaloración que ahora no existe, porque las elites saben que mientras menos valore la mujer su propia dignidad, más posibilidades hay de manipularla. Así lo demuestran los medios masivos de comunicación. La mujer, sin valorarse a sí misma, es convertida en mercancía cuyo valor lo da el mercado.

guillermo.favela@hotmail.com

Twitter: @VivaVilla_23

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