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Opinión

Idus de marzo

León García SolerA la Mitad del Foro

Se adelantó la primavera. Ni memoria, ni semejanza con la ilusoria Primavera Arabe que floreció en Egipto y se diluyó al calor de la violencia y permanencia del Ancièn Régime. Florecieron las jacarandas. Y desde arriba, desde el cielo, bajo la región más transparente del aire, lucieron color violeta las anchas avenidas. Una marcha, como alud de belleza, color y valientes esperanzas pintó el cuadro del valor de las mujeres, decididas a proclamar su libertad y la equidad que trasciende a la igualdad.

En México, en todo México, las mujeres salieron, marcharon, exigieron justicia; fin a la impunidad en el caos anarquizante de un Estado que se repliega ante las fuerzas criminales y espera todavía que las mujeres pidan permiso para marchar y exigir respuesta, reconocimiento, del final al sistema del patriarcado. Desde la cuna hasta la tumba. De nada sirvió a sicofantes y cortesanos decir que la autoridad otorgaba “permiso”. La libertad no pide permiso de nada, a nadie. Y las mujeres de este Idus de marzo ni lo pidieron ni lo esperaban. Saben que los del patriarcado, de arriba abajo, creen todavía que mandan, que todavía es suyo el poder, que nadie dictará sentencia a los diez feminicidios cometidos cada día.

Pero el piso del país pintado de violeta, las jacarandas que se adelantaron como la primavera, ya florecieron. Un coro formidable de voces de mujer entonó la respuesta: “¡Llegaron los idus de marzo. Pero no han pasado, César!” Las jóvenes de sonrisa eterna, las mujeres que resistieron humillaciones, golpes, violencia y violaciones. Con las abuelas a un lado, de la mano de las nietas, hijas de madres de esta generación valiente, como todas las del pasado, pero ahora sabedoras del poder de su presencia, de la desobediencia a la fiera y falaz autoridad del macho, de tanto pobre diablo que se imagina “ser más hombre.”

Ellas siempre han sabido que se es hombre o no se es. Porque siempre han sabido ser mujeres. Bajo el cielo del Bajío, de los Altos de Jalisco, de San Luis Potosí y sus siete vecinos, de Sonora a Tamaulipas, del Río Bravo al Suchiate, se sabe ya que el gobierno ensimismado y los del combate imaginario entre dueños de poder y dueños del dinero, no se van a caer, ¡los van a tirar! No es asunto de negocios, ni de partidos políticos despojados de ideología y visión de futuro; es la fuerza de la naturaleza, la verdad que lo es, dígala Agamenón o su porquerizo. Los campiranos advertían en las horas violentas y confusas de la revolución: Si los ves desde lejos y vienen juntos, o son perros o son coyotes; porque nada más no se juntan.

¿Cuántas eran? En la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, aseguraron solemnemente que marcharon ciento ochenta mil. Desde las alturas y al paso del Monumento de la Revolución al Zócalo, era visible que eran muchas más. Y junto a las de aquí, los miles y miles de mujeres que marcharon, gritaron, cantaron sus proclamas, sus formidables manifiestos de liberación, de igualdad; el llamado a la justicia, al cumplimiento de la primera, inalterable, obligación del Estado: garantizar la seguridad de quienes lo integran, sin distinción alguna, sin dejar de ejercer el monopolio de la fuerza armada en defensa de los derechos humanos de sus mandantes todos.

Desde el espacio infinito se podía ver la mañana de las jacarandas en flor y las mujeres vestidas de morado, la sonrisa vital y alegre de la belleza que habita entre los planetas y las estrellas. El recuerdo de la voz poética anticipando que cuando cumpliera sesenta años se vestiría de púrpura y, sentada en la banqueta, vería pasar al mundo entero.

Hoy llegaron los Idus de marzo. Pero no han pasado sin haber traído al coronavirus. Nadie se mueva. Una instrucción, una orden del titular del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. Ojalá y sea a tiempo de impedir que las autoridades sanitarias en quienes depositó la confianza nacional y ante las que asumió su propia disciplina, tropiecen con el escenario de la llamada segunda etapa y el número de contagiados del Covid-19 alcance las cifras de la ya declarada Pandemia por la Organización Mundial de la Salud. Por ahora, las indicaciones de los expertos mexicanos se reducen a las recetas para la primera etapa, de enfermos contagiados en el extranjero o por quien haya visitado a los países de mayor incidencia y llegado a México. De uno en uno. Y si inicia el crecimiento exponencial, mal podrían salir con eso de “tenemos otras cuentas”.

Hay demasiada incertidumbre. Nadie puede decir con certeza cuántas transmisiones del virus podrían darse de personas que no muestran síntoma alguno, o apenas pequeños síntomas. Lo sabido es que los países que dejaron pasar el tiempo para no generar pánico, o que optaron por la cautela de no tomar decisiones socialmente disruptivas, clausuras de actos de masas que podrían evitar contagios, o las adoptaron para no perjudicar a la economía nacional y las utilidades empresariales, alcanzaron aceleradamente las decenas de miles de enfermos y la enorme presión a los servicios hospitalarios y disponibilidad de oxígeno y de instrumentos indispensables para auxiliar a la respiración. Y así, pausadamente decidieron aislar unos cuantos pacientes y llegaron al cierre del país mismo.

Italia, por ejemplo. El país entero está en cuarentena. Calles vacías y una angustia a la cual encuentran respuesta los de Siena y Milán, Roma y Nápoles, con la musicalidad de voces que cantan desde los balcones y son coros de formidable fuerza social. Y sin embargo, nada reduce la tristeza de calles vacías y tiendas a las que pueden entrar los compradores de uno en uno, guardando siempre la distancia recomendada de un metro entre cada uno. Cierto, es indispensable la disciplina para seguir las recomendaciones de las autoridades médicas sanitarias; hay que impedir el pánico que precipitaría la explosión del mal. Pero no tenemos derecho a llevar cuentas alegres cuando estábamos ya en crisis del sistema hospitalario y la demanda podría multiplicarse hasta hacer imposible toda respuesta. A menos que desde ahora se proyecten las necesidades de camas y equipos en los hospitales públicos y privados, así como el recurso de erigir tiendas de campaña y otras instalaciones improvisadas y dotadas de instrumental y equipos indispensables.

No hay manera de aislar totalmente a nación alguna. Los del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas y de Alergias dirían a una comisión del Congreso en Washington que los Estados Unidos podrían llegar a tener de 70 millones a 150 millones de casos de coronavirus. Y Donald Trump, después de haber llamado “un engaño” a la pandemia, declaro emergencia nacional, después de largos meses de negarse a aceptar la realidad. Como siempre, negó toda responsabilidad en la parálisis que deja al país más rico del mundo sin suficientes pruebas disponibles para el diagnóstico; y aseguró que habrá muy pronto millones de pruebas disponibles. No tarda en volver a ver al Sur y lanzar acusaciones absurdas al vecino. A México, señor Presidente López Obrador.

Acá, de este lado, no faltan tragos amargos y culpas que atribuir al otro. El subsecretario que habla a nombre del Presidente mismo y no del silencioso secretario de Salud, afirma que no hace falta suspender actos y espectáculos de masas, etcétera. Somos todavía una República Federal y laica. Los gobernadores Enrique Alfaro, de Jalisco, y Quirino Ordaz Rocha, de Sinaloa, decidieron prohibir actos públicos masivos, deportivos o artísticos. La UNAM, el Instituto Politécnico Nacional y otras escuelas públicas de educación superior decidieron suspender actos de masas y determinadas clases.

De todo hay, el PRI recupera la voz de Alejandro Moreno Cárdenas y llama a la “urgente transformación de estructuras, la reforma de marcos normativos y el diseño efectivo de políticas públicas para la igualdad de género. (...) se trata de un eje transversal que toca a los tres órdenes de gobierno y poderes públicos, en aras de ir eliminando la segregación vertical y horizontal que hoy sufren las mujeres y que postran a nuestro país en la mediocridad y la violencia”.

De todo hay, decía. En Oaxaca, Alejandro Murat, “como gobernador del Estado y responsable de la salud de nuestra entidad, con carácter eminentemente preventivo, he tomado las siguientes medidas y acciones para proteger por encima de cualquier otro criterio y objetivo, la salud de nuestra población...) Y de inmediato difundió la información de la “reunión de trabajo con 102 delegadas y delegados sindicales de las 7 subsecciones y las 6 jurisdicciones sanitarias de la Sección 35 del @SntsaMX, (en la que) reforzamos y difundimos las medidas preventivas, así como los planes integrales de abordaje a implementar sobre el COVID-19.”

Despacio que voy de prisa. Menos mal, porque el Coronavirus ya infectó y afectó gravemente a la economía global; en Wall Street se desploma la Bolsa de Valores y tienen que suspender temporalmente las operaciones, un día si y al otro también. Reconozco la seriedad de los datos sobre las finanzas que maneja el secretario de Hacienda. Y su jefe no ha dicho que él tiene otros. Pero asegura que en México “hay oportunidad de crecimiento, a pesar de la epidemia”. Se desploma la Bolsa de Valores aquí; Pemex perdió la mayor cantidad imaginable de miles de millones y entre Arabia Saudita y Rusia hacen que se caiga el precio del barril de crudo. Y el peso mexicano del orgullo proclamado pierde valor frente al dólar.

No acertó José López Portillo al sentenciar que “Presidente que devalúa, se devalúa”. Pero está feo pa’ dentro y todavía no empezamos a contar los enfermos de la pandemia en la segunda etapa.

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