Michael Vázquez Montes de Oca
Economía Popular
La inesperada aparición del COVID-19, su rápida propagación a escala mundial y la paralización de todo tipo de actividades con la consiguiente afectación de la economía mundial, ha hecho oportuno ir pensando y ejecutando medidas para la reactivación. Casi cinco meses después de su irrupción, parece estar bajo control en algunos lugares, aunque en plena expansión en otros, en particular en América y se considera la posibilidad de un nuevo brote por la Organización Mundial de la Salud.
Aún en medio de la incertidumbre, no es dudoso que el segundo trimestre de 2020 será doloroso, la contracción va a ser tan grave que provocará cifras de impacto negativo en los resultados anuales. El Fondo Monetario Internacional lo aprecia peor que lo sucedido en el 2008, calculando que el PIB mundial cae 3 puntos cada treinta días y la OCDE en 2 puntos, otras proyecciones consideran una caída del PIB global del 2.4% en el 2020, seguida de un crecimiento del 5.9% en el 2021 y otras las estiman en 0.5% en el 2020, seguida de una subida del 3.2% en 2021, en tanto la Comisión Europea pronostica que la zona euro va a experimentar una recesión del 7.7% este año, acompañada de inflación y el desempleo suba al 9.6%.
El golpe de la crisis sanitaria será pronunciado, son cientos de miles de millones los que se pierden y por ello los bancos centrales han modificado sus estrategias de política monetaria para insuflar liquidez a la economía y tratar de paliar los efectos en las cuentas de los países.
El hambre y las muertes podrían aumentar significativamente si no se adoptan medidas para garantizar que los residentes pobres y vulnerables tengan acceso a los alimentos, advirtió la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que espera que la pandemia pueda convertirse en un catalizador para transformar positivamente la forma en que se gestionan los sistemas alimentarios.
El presidente estadounidense declaró la emergencia nacional el 13 de marzo y los contagios diarios han subido como la espuma; más de 100 mil pequeñas empresas cerraron permanentemente y según el periódico The Washington Post, es probable que el resultado sea que las grandes tengan un equilibrio de poder aún mayor que antes, ya que presentan más posibilidades de sobrevivir.
Desde las primeras etapas de la epidemia, la respuesta de Trump ha estado definida por los intereses de la oligarquía corporativo-financiera, la prioridad ha sido salvar las inversiones de Wall Street y la riqueza capitalista, no las vidas humanas; estos dos objetivos –proteger a los rentistas y especuladores o al pueblo trabajador– son totalmente incompatibles. El conflicto irreconciliable entre la clase capitalista y la obrera, se refleja más obscenamente en la correlación entre el número de muertos, desempleados y empobrecidos y el explosivo incremento en los precios de las acciones en Wall Street, por el apoyo unánime de los legisladores, que asignaron varios billones de dólares para salvarla.
Según la CEPAL, un tercio del empleo mundial está en riesgo, decenas de millones de puestos de trabajo se perderán, el PIB de América Latina y el Caribe caerá en más de 5%, en tanto el Banco Mundial prevé 4.6% en 2020 y que en 2021 se recupere un 2.6%, sin contar a Venezuela, crecerá la pobreza, y la FAO advierte hambruna. Se nota el vacío que dejó la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la paralización de la Comunidad de Estados de América Latina y del Caribe (CELAC) y la completa ineficiencia de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Los analistas ven señales positivas, las buenas noticias: en China se levantan confinamientos, hay reaperturas de fábricas, los bancos centrales están actuando con rapidez para dar fluidez al mercado; las curvas de contagio se estén aplanando y las intervenciones gubernamentales se reflejan en aspectos como la estabilización del apetito de riesgo de los inversores o que haya bajado la volatilidad.
Las primeras evaluaciones realizadas señalan que el sector alimentario puede cerrar el 2020 con un nivel de actividad similar al del año pasado, que para que se levante el confinamiento pasarán al menos siete meses y la recuperación se realizará en tres fases, la primera podría finalizar a principios de junio.
El desplome repentino e inesperado de la demanda turística (entre 60% y 80% en 2020, con una pérdida de ingresos entre 910 mil millones y 1.2 billones de dólares estadounidenses) pone en riesgo las cuentas personales. A nivel mundial se calcula que 1 de cada 10 puestos de trabajo están vinculados con los viajes y en sectores relacionados. Para fabricantes de aviones, aerolíneas y proveedores de servicios aéreos, la disminución de la demanda ha planteado un escenario sumamente preocupante, que se traducen en inquietantes números rojos y en despidos masivos y las previsiones a largo plazo tampoco ofrecen buenas noticias y para la Organización de Aviación Civil Internacional, el total de pasajeros aéreos internacionales podría caer en hasta 1,500 millones para fines del 2020 y significa dejar de ingresar 273 mil millones de dólares.
Cuando se reactiven los viajes, lo “normal” empezará a ser diferente, la industria del ocio dependerá de la recuperación del sector aéreo, el cual deberá también cambiar y adaptarse a las exigencias de los clientes y será necesario hacer una “reconceptualización del turismo; la modalidad de Sol y playa tomará auge, siempre que se apliquen medidas tendentes a garantizar la sensación de salubridad, los espacios abiertos y la movilidad segura y libre marcarán la elección.
La capacidad de respuesta de los latinoamericanos dependerá en gran parte de la velocidad a la que se recompongan China y los integrantes del G-7, lo que llega a la región después de prácticamente cinco años de crecimiento bastante reducido y a ello se suma la inestabilidad social y política que estalló el año pasado en países como Chile, Ecuador y Bolivia.
En el siglo XXI, el fascismo adquirió nuevas formas, nuevos conceptos y líneas de acción. Usualmente promueven la militarización y buscan desequilibrar coaliciones, se consideran omnipotentes y no hay dudas de que por su “supervivencia” están dispuestos a matar, como ocurre regularmente en los Estados Unidos.
La actual crisis conlleva a más vulnerabilidad. Eso implica el peligro de que las ideologías de odio se expandan, que las libertades sean coartadas y que los pocos logros socioeconómicos conseguidos sufran mayor retroceso y el antídoto es la solidaridad, la búsqueda de la justicia, el rechazo a la violencia, el racismo y la xenofobia, pero no viene automáticamente, requiere del concurso de todos y cada uno.
Es hora de discutir seriamente el papel del Estado como ordenador y regulador de una sociedad en la que sus habitantes puedan mejorar su calidad de vida, tener salarios y condiciones de trabajo dignas. La acumulación del capital le impone a la humanidad problemas que no se resolverán con reformas fiscales, al aparato del Estado arrodillado ante las oligarquías o con más hospitales o escuelas ni más de lo mismo, hay que reformar integralmente los contenidos de cada institución; debe interpelarse profundamente el modo de producción y las relaciones de producción, la tenencia de la tierra, las “concesiones” a la minería, la soberanía de mares territoriales, el derecho de los pueblos a disfrutar las riquezas naturales y el producto del trabajo, hay que discutir toda la democracia burguesa.
Lo más urgente es la reorientación de la producción hacia el mercado interno y desvincular la producción local de las cadenas de suministro mundiales a través de una política comercial progresiva, una industrial agresiva y una agrícola que promueva la autosuficiencia y soberanías alimentarias. La creación de empleo es el criterio más inmediato y las ramas de la construcción de la agricultura, la producción y comercialización de alimentos serán las primeras que reciban el banderazo de reinicio, después vendrán las unidades productoras de piezas, partes, componentes, materias primas y otros insumos que se requieren en las industrias terminales.
No se puede sacrificar la economía nacional por una globalizada, un alto grado de autosuficiencia en la producción agrícola e industrial es una característica clave de la nacional. Será importante la promoción radical de la igualdad, que es crítica por razones de justicia social, urge la democratización de la toma de decisiones desde la cumbre del Estado hasta la fábrica y la elaboración de una relación entre la economía y el medio ambiente, que a veces se llama el “nuevo acuerdo verde”.
Si se pretende salir desde la lógica neoliberal el desastre será aún mayor que el generado por la pandemia. Sus efectos impactan de manera más sensible a los que menos tienen, no sólo en materia de salud sino también en lo referido a establecer el aislamiento obligatorio y la paralización afecta los limitados ingresos de los trabajadores sin empleo o informal, que no acceden a licencias pagadas y sin gremio que los represente y entraña una profundización de la desigualdad.
Volver a la anterior configuración del mundo, hegemonizado por el capitalismo neoliberal, es olvidar que está sacudiendo los cimientos ecológicos que sostienen toda la vida en el planeta. Retornar a la “normalidad” anterior sería prolongar una situación que podría significar la destrucción y las decisiones que tomen los gobiernos tendrán repercusiones trascendentales a la hora de garantizar que se pueda tornar a construir mejor y con mayor solidez.
Tal vez la pandemia es el equivalente de la Primera Guerra Mundial, o sea, ese momento histórico donde todo se desmoronó y los gobernantes ya no podían gobernar de la misma manera antigua, de ella surgieron tanto el socialismo como la barbarie y la exigencia de Trump de un regreso al trabajo deja en claro que el combate no sólo debe ser librado en el frente médico, la clase obrera se enfrenta, ante todo, a una lucha política y social contra el capitalismo.