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Opinión

Aprender a luchar hoy

"Las organizaciones internacionales de hoy, algunas de ellas políticamente tan inoperantes como un club de criquet, y otras estructuradas bajo el criterio de que el número es lo importante, son víctimas del gigantismo que las vuelve ineficaces" escribe Jorge Gómez Barata.
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Aunque documentos históricos como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y su Constitución fueron acordadas en foros trascendentales, en ninguna reunión se refrendó la descolonización afroasiática, no hubo resoluciones de la OEA que neutralizaran el poder de las oligarquías o impidieran las dictaduras latinoamericanas, y ninguna votación ha hecho nada por las mujeres y las niñas en los países islámicos fundamentalistas.

La ONU, principal organización multilateral, que no pudo evitar la guerra de las Islas Malvinas, fue, en cambio, eficaz en la partición de Palestina, mediante la cual se despojó a sus habitantes de su territorio para entregarlo a los judíos, que construyeron allí un estado. En 80 años, más de mil resoluciones y acuerdos de la ONU han sido desconocidos por Israel. En este caso, la organización mundial ha sido parte del problema más que de la solución.

Las organizaciones internacionales de hoy, algunas de ellas políticamente tan inoperantes como un club de criquet, y otras estructuradas bajo el criterio de que el número es lo importante, son víctimas del gigantismo que las vuelve ineficaces, como ocurrió con el Movimiento de Países No Alineados y el Grupo de los 77.

El culto a la cantidad y la forzada pluralidad política, ideológica y confesional es un riesgo que corre la plataforma BRICS, que se inclina además a abarcar tantas actividades como sea posible para crear la ilusión de que es útil. Ya he escuchado de juegos deportivos de los BRICS, incluso de un evento asociado a la moda.

Algunas de estas organizaciones, para evadir la socorrida fórmula de las votaciones, según la cual se impone la mayoría, han recurrido a las decisiones por consenso, un procedimiento que requiere de la unanimidad, por lo cual, un voto en contra evita un acuerdo. Recientemente, en los BRICS bastó la opinión en contra de Brasil para impedir el ingreso de Venezuela en la organización. Lo mismo ocurre en la Confederación de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC). En ambos casos funciona el veto de modo análogo, como ocurre en el Consejo de Seguridad de la ONU. No obstante, lo máximo en materia de formalismo multilateral son los “acuerdos no vinculantes”, como los de la ONU, que convierten a la Asamblea General en un club de discusión.

Años atrás, reflexionando sobre estos temas, escuché a Fidel Castro argumentar que quizás los líderes no eran tan decisivos como las ideas avanzadas, respecto a las cuales es más factible crear consenso a escala de la sociedad, incluso de la humanidad. Así ocurre, por ejemplo, con las ideas acerca de la democracia, que se han universalizado no porque las promueva este o aquel estadista, sino porque su certeza las hace compatibles con la condición humana y con los intereses de las mayorías que, al hacerlas suyas, las convierten en paradigmas.

En la era moderna, todas las revoluciones y todos los grandes movimientos sociales que alimentan los procesos civilizatorios se han realizado en nombre de la democracia. Un profesor me enseñó una vez por qué era difícil encontrar grandes personalidades de la cultura y el arte que fueran reaccionarios, ultraconservadores, fundamentalistas o enemigos de la democracia.

Está bien que se predique a favor del multilateralismo y del mundo multipolar pero hacerlo en detrimento, por ejemplo, de la globalización -que es un suceso de alcance civilizatorio, resultado de la suma de procesos históricos indetenibles y positivos que, amparados por la evolución tecnológica, el auge de los conocimientos, la democratización de la información, el crecimiento del consumo, aportan al desarrollo humano- es un enfoque erróneo que, de imponerse, pudiera tener consecuencias negativas para la humanidad.

A la vez que se reconoce el enorme volumen de saberes que forman la cultura de la humanidad, de la cual aún los más sabios disfrutan una mínima parte, también se comprende que bastan unos pocos conocimientos y valores para transitar por la vida con felicidad y estar del lado correcto de la historia.

Asumir los Diez Mandamientos y evitar incurrir en los pecados capitales; creer y defender las ideas más avanzadas, en especial aquellas que aluden a la libertad y al derecho, defender la democracia, luchar contra la opresión y trabajar por eliminar la pobreza y las desigualdades ofensivas en todos los foros y hacerlo en paz y en democracia, es un camino que hace viable las grandes metas.

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