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Opinión

Carrera nuclear. Segunda temporada

"Durante 80 años, después de la desdichada lección de Hiroshima y Nagasaki, las temidas armas nucleares han sido elementos disuasivos porque su uso carece de sentido. En ningún caso el presunto atacante podrá liquidar todo el poder nuclear del atacado" escribe Jorge Gómez Barata.

Carrera nuclear. Segunda temporada
Carrera nuclear. Segunda temporada

Cuando las guerras no son la solución, las armas no deberían ser la opción. Reiniciar las pruebas nucleares, como acaba de ordenar el presidente Donald Trump,que también invalidó el Tratado sobre Armas Nucleares de alcance Intermedio, suscrito en el 1988 con la desaparecida Unión Soviética y que supuso la eliminación, de un plumazo, de 2 mil 692 misiles. Como justifi cación, Estados Unidos alegó violaciones por parte de Rusia.

Volver a las pruebas de armas nucleares es sumar error al error. Cuando en el 1996 se paralizaron las pruebas, como parte de la Guerra Fría se habían realizado más de 2 mil, la mayor parte de ellas innecesarias y sin provecho alguno porque más que pruebas, eran demostraciones de fuerza.

Durante 80 años, después de la desdichada lección de Hiroshima y Nagasaki, las temidas armas nucleares han sido elementos disuasivos porque su uso carece de sentido. En ningún caso el presunto atacante podrá liquidar todo el poder nuclear del atacado.

Hacer estallar cada tanto una bomba o exhibir un nuevo misil o torpedo nuclear y emplazar ojivas atómicas en países donde no existen, es ostentar el poder de destrucción que se posee y que nunca será utilizado porque de vuelta recibirá una respuesta equivalente. Destrucción mutua asegurada, le llaman. En términos coloquiales le dicen: suicidio. Actualmente, todos los países nucleares cuentan con la llamada capacidad de segundo golpe, es decir, pueden responder a la agresión en el mismo rango.

Por añadidura, las superpotencias (Estados Unidos, Rusia y China) que poseen la tríada nuclear (misiles emplazados en tierra, aviación estratégica y submarinos nucleares) disponen de posibilidades de lanzar segundas y terceras andanadas, todo ello sin contar lo que puede haber en el espacio. Hacer más pruebas añade leña al fuego político y hace peligrar la paz, sin militarmente aportar novedad alguna.

Según trascendidos, el presidente Trump ordenó al Pentágono el reinicio “inmediato” de las pruebas nucleares, suspendidas desde el 1992, acerca de lo cual no se conocen detalles, aunque la fórmula de “inmediato” sugiere que Estados Unidos tiene “algo para probar” o mostrar. Obviamente, carece de sentido comprobar alguna de las armas o dispositivos en servicio, acción que durante la Guerra Fría llamaban “ensayo nuclear” y que consistía en exhibiciones de fuerza.

Entre el 1945 y hasta el 1949, fecha en que la Unión Soviética realizó su primera prueba ató- mica, Estados Unidos ejerció el monopolio nuclear. En el 1961, la URSS detonó la bomba atómica Zar, la mayor jamás fabricada con una potencia, equivalente a 50 millones de toneladas de TNT y un inconmensurable potencial radiactivo. La otra noticia es que no existía ningún objetivo militar para cuya destrucción se requiriera semejante potencia.

En el 1996, se adoptó el Acuerdo para la Suspensión total de las Pruebas Nucleares. Rusia realizó la última prueba nuclear en el 1990, Estados Unidos en el 1992 y China en el 1996. Está por ver si, como ha hecho Rusia que, recientemente, en el contexto de las operaciones militares en

Ucrania y con despliegue mediático, ha probado y puesto en servicio, varios dispositivos nucleares, entre ellos los llamados Oréshnik, Burevestnik y Poseidón, este último una especie de torpedo o dron lanzado desde submarinos con carga y propulsión nuclear.

El Oréshnik fue sometido a prueba en el 2024 (sin carga explosiva) contra una instalación industrial en Ucrania destinada a la producción de tecnología para misiles. Se trata de un cohete hipersónico, capaz de portar cargas nucleares y de alcanzar velocidades de hasta 10 veces la del sonido, lo cual lo hace difícil de detectar y derribar. Según se ha anunciado, el mortífero artefacto ya se produce en serie y se ha incorporado a la dotación de las tropas.

Por su parte, el Burevestnik es un arma que reta la imaginación, pues se trata de un misil movido por un reactor nuclear que le sirve como motor y que, debido a las propiedades del combustible atómico, pudiera funcionar indefinidamente. De ello se deriva que, portando una carga nuclear, puede deambular por el espacio y recorrer distancias ilimitadas, incluso dar varias vueltas a la tierra y alcanzar la estratosfera.

No obstante, no parece ser un arma que se destaque por su seguridad. En este caso no son difíciles de imaginar los riesgos de un reactor nuclear en vuelo, con peligro de ser derribado, lo cual plantea problemas de radiactividad de pronóstico reservado. Igualmente, permanecer mucho tiempo en el aire a velocidades subsónicas lo expone al fuego antiaéreo.