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Opinión

Destrucción mutua asegurada

"El anuncio del presidente Donald Trump de que Estados Unidos podría reiniciar las pruebas nucleares cesadas en el 1996, ha desatado una vigorosa respuesta rusa como si las pruebas nucleares fueran una novedad", escribe Jorge Gómez Barata.

Destrucción mutua asegurada
Destrucción mutua asegurada

Donald Trump ha dicho: “Tenemos suficientes armas nucleares para destruir el mundo 150 veces”. Y viceversa, digo yo. Además, Estados Unidos es parte del mundo sentenciado a morir.  Obviamente, se trata de un farolazo. El mundo es demasiado grande.

La destrucción mutua asegurada existe desde el 1949 cuando la Unión Soviética, en respuesta a las tres explosiones nucleares realizadas por Estados Unidos en el 1945, realizó su primera explosión nuclear. Así comenzaron la Guerra Fría y la carrera de armamentos nucleares, la cual ha relanzado la guerra en Ucrania.

El anuncio del presidente Donald Trump de que Estados Unidos podría reiniciar las pruebas nucleares cesadas en el 1996, ha desatado una vigorosa respuesta rusa como si las pruebas nucleares fueran una novedad, cuando lo cierto es que, desde el 1945 hasta el 1996 -cuando se firmó el Tratado de Prohibición Total de las Pruebas Nucleares-, se han efectuado 2 mil 56 de estos ensayos. De ellos, mil 32 correspondieron a Estados Unidos y 715 a la Unión Soviética. Es decir, a Rusia. Curiosamente, nunca se hicieron daño.

La primera de las tres bombas atómicas fabricadas mediante el Proyecto Manhattan fue probada el 16 de julio del 1945. El experimento fue necesario porque aquella bomba utilizaba plutonio como material fisionable, una sustancia cuya forma de ignición era desconocida y de mayor complejidad que las bombas a base de uranio. Las otras dos, una de uranio y la otra de plutonio fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.

En los momentos iniciales, cuando las bombas estuvieron listas, persistían dudas y temores, algunos de ellos catastróficos. Se temía: el fallo del mecanismo detonador que determinaría el fracaso de todo el Proyecto Manhattan, algunos estimaban que la magnitud de la explosión y la ola de calor podía destruir al estado de Nuevo México, y se creía que, dado la presencia de hidrógeno y otros gases en el ambiente, que pudiera incendiarse la atmósfera e incinerar al planeta. La prueba descartó tales temores.

No obstante, era preciso continuar los ensayos porque, tanto las bombas norteamericanas como la soviética, eran imperfectas, aprovechaban poco el combustible nuclear y eran sumamente grandes, tanto que no existían aviones ni misiles capaces de ser portadores, lo cual las hacía prácticamente inutilizables. Por otra parte, el costo de 20 mil millones de dólares de los años 40 del siglo pasado las hacía económicamente inviables.

La bomba atómica arrojada por Estados Unidos sobre Hiroshima medía cuatro metros y medio y pesaba cinco toneladas. Para utilizarla fue preciso adaptar bombarderos B-29, el mayor de la época. Por su parte, la bomba soviética, llamada RDS-1, con una potencia de unos 22 kilotones, fue probada el 22 de agosto del 1949; poseía dimensiones análogas a la de los Estados Unidos.

Los años 50 y 60 fueron para norteamericanos y soviéticos de intensas investigaciones, trabajos ingenieros y pruebas de campo, incluidas cientos de explosiones nucleares para perfeccionar el arma, aumentando el rendimiento del material nuclear utilizado y reducir el tamaño y el peso de las bombas, proceso que se denominó “miniaturización”. A la par, se trabajaba en los llamados “medios portadores”, es decir, aviones y misiles capaces de operar con ellas, incluidas a grandes distancias, dando lugar a la aparición de los misiles intercontinentales y a la aviación estratégica. Simultáneamente, se desplegaba la carrera espacial.

Sin embargo, no fue hasta la década de los años 80 del siglo XX cuando, con la Iniciativa de Defensa Estratégica (Guerra de las Galaxias) promovida por el presidente Ronald Reagan se desarrollaron sistemas para interceptar los ataques nucleares, lo cual, como parte de una noria eterna, dio lugar a los misiles y aviones que por su velocidad aspiran a ser indetectables e infalibles. Para cada blindaje se crea un misil que lo penetra y viceversa. Así ocurre con los misiles hasta llegar al Oréshnik ruso, capaz de volar a velocidades 10 veces la del sonido.

Mientras Estados Unidos y la Unión Soviética desplegaban una afiebrada y esencialmente ruinosa carrera armamentista nuclear, los países europeos y Japón, liberados de tales gastos, utilizaban el dinero para fomentar los estados de bienestar o el socialismo real. Sofocada por aquella colosal dilapidación de recursos, la URSS promovió la coexistencia pacífica y se sumó a la política de “distensión” promovida por la socialdemocracia europeo occidental.

La regulación nuclear comenzó en firme cuando, en el 1961 los presidentes John F. Kennedy y Nikita Jrushchov se reunieron en Viena, acelerándose después del 1962, cuando la Crisis de los Misiles en Cuba reveló que la ficción de los ensayos nucleares y los juegos militares podía derivar en una catástrofe nuclear. Así aparecieron las negociaciones para la limitación de armamentos, el Acuerdo para la Suspensión Parcial de las Pruebas (1963), el Tratado de No Proliferación (1968) hasta que, favorecido por el colapso de la Unión Soviética, se llegó al fin de la Guerra Fría y a una verdadera distensión nuclear que hoy es agua pasada.

La Guerra en Ucrania, que no debió comenzar, puede concluir en tablas o en un acuerdo de paz. Si en lugar de eso se produce el colapso en los frentes y Ucrania es derrotada, no será la paz, sino la antesala de una guerra mayor y mucho más letal que involucrará a Rusia y a la OTAN y, naturalmente, a Estados Unidos que no podrá permanecer neutral. Como antes ocurrió, Rusia puede continuar con sus espectaculares anuncios de nuevos misiles que tal vez no utilice nunca y Trump podrá lanzar al viento otras bravuconadas amparadas por el poder militar de Estados Unidos. El quid de la cuestión es que no las utilicen, que es donde radica el peligro.

Ninguna prueba nuclear es un ataque y ningún ensayo de misiles sin carga es una amenaza real. Por ahora se trata de juegos militares y de una peligrosa fanfarria nuclear.