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Opinión

La seguridad colectiva. Mitos y realidades

Jorge Gómez Barata recuerda la Carta de la ONU, importante documento fruto de las ansias de la convivencia y paz de la humanidad.
La seguridad colectiva. Mitos y realidades
La seguridad colectiva. Mitos y realidades

La Carta de la ONU, el más importante documento jurídico y político de todos los tiempos, es fruto de las ansias de convivencia y paz de la humanidad que, al concluir la devastadora II Guerra Mundial, fueron resumidas por las mentes más ilustres de la época y aprobada por todos los estados libres de entonces.

La Carta de la ONU es la base del derecho universal, un acta para la convivencia humana en paz y la ley reguladora del comportamiento de las potencias y de todos los estados y sus preceptos, en primer lugar, la “Igualdad soberana de los estados”, una utopía convertida en ley.

En la época en que representantes de 50 estados reunidos en San Francisco, California, redactaron este y otros preceptos igualmente ambiciosos, los estados que emergieron de la más devastadora de las guerras, eran profundamente desiguales.

Días después de la victoria, cuando se celebraba el nacimiento de la ONU, las dos superpotencias que se unieron para conquistar la victoria sobre el fascismo, militar y económicamente prevalecían sobre Europa y el Mundo, ejerciendo una hegemonía total. A la vez, 50 países afroasiáticos eran todavía colonias e Iberoamérica era considerada patio trasero de los Estados Unidos.

En las conferencias de Yalta y Potsdam, todavía sin haberse disipado el humo de la guerra, las potencias ganadoras se repartieron el mundo en esferas de influencia. Entonces la desigualdad de los estados y las personas era la regla.

Los vencedores, Estados Unidos y la Unión Soviética, eran dos superpaíses extraordinariamente poderosos, uno de ellos poseedor de la bomba atómica y que, aunque su pueblo había realizado un aporte formidable a la lucha común, no había tenido que combatir en su territorio ni lamentaba bajas civiles.

La Unión Soviética, que soportó la ocupación más larga y cruel del fascismo hitleriano, sacrificó a unos 30 millones de sus hijos, unos en los campos de batalla y otros, masacrados en las ciudades sitiadas, bombardeadas, ocupadas y destruidas, así como en los de exterminio y las cárceles, celebró la victoria sobre las montañas de ruinas en que sus ciudades y aldeas, infraestructuras productivas, campos, carreteras y vías férreas, escuelas y centros de salud habían sido convertidos.

Debido a circunstancias conocidas, Estados Unidos y la URSS. cuya alianza propició la victoria sobre el fascismo, estaban confrontados por razones esencialmente ideológicas que, aunque dieron lugar a la Guerra Fría, finalmente no impidieron la coexistencia pacífica, base de lo que luego sería la seguridad colectiva de Europa y del mundo.

A pesar de enormes desavenencias y grandes crisis como las derivadas del bloqueo a Berlín (1948), la nacionalización del Canal de Suez (1956), y el emplazamiento de misiles nucleares en Cuba (1962), los Estados Unidos y la Unión Soviética avanzaron en acuerdos de limitación de armas nucleares y misiles portadores y se adoptó el Tratado de No Proliferación Nuclear.

Con el colapso de la Unión Soviética la homologación del sistema político y el modelo económico ruso al Occidental, curso seguido por países exsocialistas y los estados surgidos en territorios exsoviéticos, desaparecieron las contradicciones ideológicas y políticas que perturbaban la paz y hacían peligrar la seguridad en Europa y el mundo.

Aquel interregno fue de corta duración. Además de incentivar la hostilidad militar con China, Estados Unidos no hizo nada para contener la expansión de la OTAN, lo cual generó precauciones en Rusia que se fueron de control, hasta el punto de que ambas potencias se involucraron en los procesos políticos internos en Ucrania, dando lugar a una guerra entre Rusia, Ucrania y la OTAN, incluidos los Estados Unidos.

Como resultado, nunca antes fue más precaria la seguridad internacional, cuando hay más armas nucleares que en ningún momento anterior y las armas se imponen sobre la razón, haciendo de la fuerza un recurso geopolítico.

A pesar de que se realizan algunos esfuerzos válidos para poner fin a la guerra, tardará mucho tiempo para que la concordia regrese a Europa, se abran otra vez canales para el diálogo y se restañen las viejas y nuevas heridas abiertas por ambiciones y torpezas.

La verdadera seguridad que tanto Rusia como Ucrania reclaman, no radica en la fuerza ni en las armas, sino en la disposición y capacidad para generar ambientes de convivencia y en no hacer enemigos.

Lo principal ahora es apoyar los esfuerzos de paz, paralizar la carrera armamentista que se abre paso y detener la proliferación nuclear que puede desatarse en Europa y Asia. La paz es urgente.

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