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Opinión

El papa, la Iglesia y la esperanza  

“El misterio, cosa común en la Iglesia y la fe, es: ¿cómo 130 purpurados de 70 países, sin acuerdo previo ni influencias externas, alinearon tantos matices? La cristiandad asume que Dios lo quiso”, menciona Jorge Gómez Barata.
El papa, la Iglesia y la esperanza
El papa, la Iglesia y la esperanza

Dado que ningún Papa se selecciona a sí mismo, sino que lo hace el cónclave, en términos generales, cada elección expresa la voluntad de la Iglesia como institución. El más reciente formado por 133 purpurados de 71 países, puede haber sido iluminado para responder a las urgencias del momento con una proyección de futuro. Un Papa equilibrado, avanzado y joven, puede ser un hallazgo.

Portadores de la milenaria sabiduría de la Iglesia, los electores generaron una exquisita ambigüedad. León XIV es estadounidense y peruano, americano de las dos Américas, ciudadano del Norte y del Sur y, a la vez, norteamericano. El misterio, cosa común en la Iglesia y la fe, es: ¿cómo 130 purpurados de 70 países, sin acuerdo previo ni influencias externas, alinearon tantos matices? La cristiandad asume que Dios lo quiso.

Aunque debido, entre otras cosas, a la universalidad de su perfil, la Iglesia tiende a alejarse de los asuntos temporales, al elegir a Robert Prevost, el Colegio Cardenalicio, al fin y al cabo, un grupo humano deliberante, puede haber considerado pertinente colocar a un clérigo proveniente de una potencia global, en la máxima posición de liderazgo espiritual, cosa que no ocurría desde los tiempos de Constantino (año 306). El que hubiera uno idóneo en Estados Unidos se puede atribuir a la Providencia.

A propósito, al declararse “sede vacante” debido al deceso de Francisco, el presidente Donald Trump se apresuró a manifestar que para Estados Unidos sería importante contar con un Papa, hecho consumado con la elección de Robert Prevost, León XIV, aunque tal vez, debido a los antecedentes del ahora Santo Padre, las cosas pueden no haber resultado a la medida de sus deseos. No obstante, la historia está siempre por escribirse, lo cual beneficia la duda que, en este caso, no alude a la desconfianza, sino a las expectativas.

No es de extrañar que, con buen tino, ante la oportunidad, la Iglesia católica, la primera entidad con carácter genuinamente global y que, aunque con diferente capacidad de impacto, ejerce su liderazgo espiritual por todo el planeta, haya optado por traer a la palestra a León XIV.

Aunque Rusia, otra potencia que en la coyuntura es decisiva para el avance de la civilización global, por razones, en parte asociadas a enfoques erróneos, felizmente superados que convirtieron el ateísmo en religión de Estado, el catolicismo se frenó, el visible auge de la religiosidad que penetra las esferas sociales y oficiales, puede contribuir a equilibrar fuerzas y atemperar comportamientos.

El acercamiento logrado por Francisco y Su Santidad el Patriarca de la Iglesia ortodoxa Kiril (Cirilo) que 971 años después de la ruptura en el 1054, se encontraron y dialogaron en La Habana, fue un nuevo comienzo que puede abrir perspectivas interesantes. La devoción religiosa y la empatía entre el presidente Vladimir Putin y el Patriarca Kiril puede ser un tanto a favor de lo más urgente que es la búsqueda de “la paz sin armas”.

La “paz sin armas” a que alude León XIV, no es sólo un pacto para parar lo que circunstancialmente ocurre, sino un compromiso para desterrar, para siempre a la guerra como recurso y como opción. Aunque no hay que dejar la solución en manos de los religiosos, sino promover su apoyo para que su liderazgo espiritual contribuya al bien común.

No hay que remontarse al siglo III ni afiliarse al dogma de que “fuera de la fe no hay salvación”, sino de sumar al credo religioso, las convicciones en la utilidad de la virtud y buscar la paz en la condición humana. El nuevo Papado es fuente de esperanzas. Corresponde a León XIV contribuir a realizarlas. ¡Que así sea!, o como se dice en castellano: Amén.

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