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Opinión

Aniversario 37 de Gilberto, un huracán que nunca se olvidará

El meteorólogo Juan Vázquez Montalvo recuerda al gran huracán Gilberto, fenómeno natural que marcó un antes y un después en la Península de Yucatán.
Aniversario 37 de Gilberto, un huracán que nunca se olvidará
Aniversario 37 de Gilberto, un huracán que nunca se olvidará

Era lunes 12 de septiembre de 1988, comenzaba una semana más de Caribe mexicano, en chamba en Playa del Carmen, específicamente en Playacar, haciendo hidrogeología. A eso del mediodía, un rumor empezó a esparcirse y nos llegó: un ciclón muy fuerte se dirigía a la zona, pero los habitantes de esa zona nos tranquilizaron diciendo que a ese bello paraíso, que por entonces crecía como la espuma, no le pegaban los ciclones tropicales porque una gran bolsa de aire en el Canal de Yucatán, derivado de una Alta Presión natural, hacía que se desviaran y los enviaban al Oeste de la isla de Cuba.

Y si no, vean qué pasó con el poderoso huracán Allen, que nos amenazó en 1980 y a última hora se desvió, y así ocurrió con otros, cuando mucho solo lluvias nos trajeron, dijeron a coro, confiados, los lugareños de la zona que trabajaban con nosotros.

Un año antes, por las mismas fechas, trabajaba con otros compañeros en la llamada Milla de Oro —entre Cancún y Puerto Morelos— en pleno septiembre, con el mar tranquilo como un plato, y el agua calientita, por cierto. Los pescadores más grandes de edad y con mucha experiencia, me decían que era un mal augurio para Quintana Roo, que el Mar Caribe estuviese tranquilo y caliente; no es normal, insistían, y seguramente, sino este año (era 1987), en el siguiente llegaría un gran huracán. Y cuánta verdad encerraban sus palabras. En aquella época, un servidor aún no se dedicaba de lleno a la meteorología, pero ya hacía indagaciones por mi cuenta.

Esa noche fui a visitar a un amigo aficionado de hueso colorado a la meteorología, que tenía su parabólica y captaba la señal de El Canal del Tiempo de los Estados Unidos. Lo encontré muy asustado y me dijo muy alarmado: “mira ese monstruo que está pasando sobre Jamaica, se llama Gilberto, es un huracán categoría 4 y se dirige a nuestra zona, es tan grande que aunque dé la vuelta nos tocara”. Yo pensé, este sistema tiene dos caminos, hacia el Canal de Yucatán y Oeste de Cuba, o al norte de Quintana Roo, o sea hacia nosotros. Rápidamente, mi amigo y yo checamos las lecturas de un barómetro que tenía en casa, y me comentaba que desde el domingo por la noche empezó a caer su valor y no se recuperaba lo suficiente, siempre dando curva hacia abajo. Dedujimos que, seguramente, la presión de Gilberto bajaba de forma tal que seguiría creciendo y alcanzaría la máxima categoría de 5 en 24 horas cuando mucho. Le pregunté si ya le había informado a su amigo el Capitán de Puerto, me dijo que sí, y que al parecer no le hicieron caso, pero que al día siguiente, martes 13, habría una reunión de emergencia, por si acaso.

El martes amaneció con lluvia y muy nublado en el norte del Caribe mexicano, Gilberto se encontraba todavía entre Jamaica y Gran Caimán, pero su extenso manto nuboso ya estaba sobre el norte de Quintana Roo y el Canal de Yucatán, y su dirección Oeste y Noroeste franco lo enviaba directo a la joya del Caribe mexicano, Cancún, y todo indicaba que ya nada los desviaría. Lo peor es que ese martes, al caer la noche, se convirtió en el peor huracán que el Atlántico haya visto, al alcanzar la categoría 5 y dirigirse directamente a las modernas instalaciones turísticas del Caribe mexicano. Lo demás, ustedes ya saben lo que ocurrió, fue sin duda un parteaguas en la historia de la Península de Yucatán, pues se aprendió a tener respeto por estos fenómenos meteorológicos y, sobre todo, que, antes que nada, la vida es lo más preciado.

Las autoridades del Caribe mexicano hicieron una junta a toda prisa a las diez de la mañana en el palacio de gobierno, para tomar decisiones y medidas superurgentes, ya que el ciclón estaba a menos de 24 horas de impactar; para las cuatro de la tarde, un viento con fuerza de tormenta tropical comenzó a sentirse en la zona cuando faltaban más de 16 horas para la llegada del huracán. El pánico se apoderó de toda la población de la zona norte de Quintana Roo; se hicieron los preparativos y compras de pánico.

Mientras, en Yucatán, con una cultura incipiente contra huracanes, por la tarde se había decidido evacuar a la población de la costa, desde Dzilam Bravo hasta el puerto de El Cuyo, por si acaso, como medida preventiva. La emergencia se tomó con demasiada tranquilidad, muy poca gente tomó precauciones, de los que tenían casa en la costa veraniega, solo algunos fueron a asegurarlas y traer lo más valioso, por si acaso. Esa decisión se pagaría muy caro en Yucatán.

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