Quintana Roo

Rechazada por ser enfermera

Adela Castillo es enfermera desde hace siete años, y desde entonces trabaja en la Unidad de Medicina Familia Número 16, en la avenida Nichupté, y aunque sabía de agresiones a gente que forma parte de su gremio -médicos y enfermeras- en otras partes del país, nunca imaginó que le fuera tocar a ella.

Su error fue entrar a una tienda de frutas y verduras, en la Región 91, donde le negaron el servicio, por el “error” de portar su uniforme, y a pesar de que le pidió al despachador que le diera lo que ella necesitaba, aún así la echaron con el argumento que ya iban a cerrar el lugar, cuando de antemano, por ser vecina, se sabe los horarios del negocio.

Reconoció que sintió un “nudo” en la garganta, pero se aguantó las ganas de llorar por la impotencia, de ver cómo no le vendieron las frutas  y verduras que ella necesitaba llevar a su casa, para alimento de sus hijos, todo por ir con el uniforme de trabajo.

Actualmente ella trabaja cinco de los siete días a las semana, de 7 de la mañana a 3 de la tarde. Uno de los días laborales, como lo hacen sus otras 15 compañeras enfermeras, está asignadas a un área especial, donde llegan pacientes con síntomas de COVID-19.

Se trata del “módulo respiratorio” donde están pacientes que no están muy graves, pero temen que sean síntomas de COVID-19, y los doctores les recetan medicamentos, siempre y cuando los síntomas no se consideren graves, se les manda dos semanas a casa, con recomendaciones de cuidado, ya que de lo contrario tendrían que ser hospitalizados.

Estar en el “módulo respiratorio” no es nada fácil, ya que el hospital les entrega un “kit” que consiste en guantes, cubrebocas y todo lo necesario para evitar un eventual contagio.

Dice que es muy agotador traer el cubrebocas porque los elásticos les lastiman las orejas, y también los guantes se convierten en un problema cuando les empiezan a hacer llagas por estar tanto tiempo manipulando las manos.

Reconoció que les hace falta más equipo, pero en este momento la atención está centrada en sus compañeros enfermeros del Hospital de Especialidades del IMSS, en la región 509, que se convirtió en “Hospital COVID-19”, para atender a los pacientes que son portadores del coronavirus.

Aunque asegura que su trabajo le gusta mucho, lo que más le duele es ver a las personas mayores cuando se les dificulta la respiración, y empiezan a llorar porque temen que están para morirse, y aunque ella y sus compañeros les dan aliento, nada es suficiente cuando se está a unos pasos de la muerte.

“No hay duda de que quedarse en casa es lo mejor, mucha gente no cree que le pueda pasar algo hasta que llega al hospital porque no puede respirar”.

De la marginación de que fue objeto en la tienda de frutas y verduras, lo ve como parte de los riegos de su oficio, del que ella se graduó hace siete años.