Síguenos

Quintana Roo

“Cuando crecer duele en silencio": Cada vez más adolescentes en Quintana Roo viven atrapados en la depresión y ansiedad

En Quintana Roo, hay más número de adolescentes que luchan con la soledad, la incomprensión y entornos familiares emocionalmente frágiles.
Los jóvenes no cuentan con espacios donde puedan hablar libremente, expresar lo que sienten y ser validados
Los jóvenes no cuentan con espacios donde puedan hablar libremente, expresar lo que sienten y ser validados / Erick Romero

Desde muy joven, Mariela sintió que había algo en su vida que no encajaba. A simple vista, era una adolescente como cualquier otra. Iba al bachillerato, cumplía con sus tareas y trataba de sonreír frente a sus compañeros; pero, por dentro, todo era distinto. Había una soledad que no podía explicar con palabras y un malestar que crecía cada día. No era la escuela, ni los profesores ni los amigos. Era su casa o, más bien, lo que en teoría debía ser su hogar.

La relación con su madre era difícil. Vivía entre constantes discusiones, órdenes, reclamos y desacuerdos. Todo terminaba en un pleito, por más insignificante que fuera. Se sentía atrapada en su propia casa, agobiada, sin poder respirar tranquila.

Falta de atención, redes sociales y drogas: detonantes del suicidio adolescente

Noticia Destacada

Quintana Roo registra 496 casos de depresión y 109 intentos de suicidio en 2025

Siempre llegaba con la incertidumbre de no saber cómo terminaría el día, si en silencio o a gritos. Era como vivir en una tormenta que no cesaba. Las emociones se acumulaban sin encontrar salida. No tenía con quién hablar ni dónde apoyarse emocionalmente.

En ese contexto, comenzó a refugiarse en el consumo de cannabis; no por diversión, sino como una manera de calmar su ansiedad, de reducir el ruido emocional provocado por una depresión de la cual no tenía conocimiento que era presa.

Para ella, consumir era una manera de apagar, por un momento, lo que dolía por dentro. Al principio, parecía ayudar, le daba una sensación momentánea de alivio, pero el problema de fondo seguía allí, sin resolverse.

Con el tiempo, Mariela dejó de sentir su casa como un hogar; ya no descansaba ahí. Era un lugar que la ponía tensa, un espacio donde se concebía insegura emocionalmente. La falta de conexión familiar hizo que buscara afecto en otras personas.

El consumo de sustancias fue un intento de  silenciar un dolor que no sabía cómo nombrar
El consumo de sustancias fue un intento de silenciar un dolor que no sabía cómo nombrar / Erick Romero

Se volvió generosa en exceso con quienes la rodeaban. Compraba cosas para mantener cerca a quienes apenas conocía. Necesitaba compañía, y si eso significaba dar más de la cuenta, lo hacía sin pensarlo.

En esa necesidad de sentirse querida, cayó en una relación con un joven que, al inicio, parecía llenarla de atenciones. Le daba regalos, le cumplía antojos y la hacía sentir importante, hasta el punto de creer haber encontrado a alguien que realmente se preocupaba por ella.

Al poco tiempo, esa relación terminó de una manera dolorosa: la engañó con su mejor amiga. Fue un golpe duro, de traición, que la dejó fuera del círculo de amistades, y esa sensación de vacío se volvió aún más profunda.

La joven ya no tenía con quién compartir lo que sentía; ni siquiera podía desahogarse con alguien cercano. Las emociones se acumulaban; el dolor, la confusión y el enojo se mezclaban en su interior, sin orden. En medio de ese panorama oscuro, encontró algo de consuelo en su perro. Era el único ser con quien sentía que no debía fingir nada, que no la juzgaba ni la hería.

Empezó a volcar en él su cariño y confianza. A través de su mascota, se mantuvo en pie durante un tiempo, pero sabía que eso no era suficiente para sanar lo que venía arrastrando.

Después de mucho pensarlo, decidió ir a terapia. Acudió con miedo, sin saber muy bien qué esperar, pero convencida de que ya no podía seguir cargando con todo sola. En el espacio terapéutico, poco a poco fue desentrañando las emociones que llevaba reprimidas. Se dio cuenta de que muchos de sus comportamientos estaban relacionados con la falta de una relación afectiva estable con su madre, y esa carencia emocional la había llevado a buscar desesperadamente atención y cariño en otros lugares; sin embargo, no encontraba lo que buscaba, sólo más decepciones.

Pedir ayuda, el primer paso  para comenzar a reponerse
Pedir ayuda, el primer paso para comenzar a reponerse / Erick Romero

En las sesiones, Mariela comenzó a dejar atrás la idea de que debía perdonar todo para que las cosas volvieran a ser como antes. Comprendió que no era su responsabilidad reparar vínculos que no la respetaban y que el silencio no era sinónimo de fortaleza. Reconocer el daño que había vivido fue el primer paso para empezar a sanar.

Durante ese proceso, también comprendió que el consumo que había adoptado como refugio no era la solución. Aprendió a identificar sus emociones, a darles nombre, a procesarlas sin huir; ya no necesitaba silenciarse a sí misma. Descubrió que había maneras más saludables de cuidarse y, con el tiempo, dejó atrás el consumo; no de un día para otro, pero con pasos firmes.

Tras varios años de trabajo interno, Mariela logró reconstruirse. Hoy es una profesionista que labora con niños que tienen dificultad de aprendizaje. Está enfocada en generar entornos de inclusión, que cada menor se sienta visto, escuchado y comprendido. Desde su experiencia, sabe lo importante que es tener una red de apoyo emocional y lo que puede significar crecer sin ella.

Problemática juvenil frecuente: especialistas

Especialistas en salud mental explicaron que una de las problemáticas más frecuentes entre los jóvenes es la dificultad para establecer relaciones sanas. “Vivimos en una época donde se espera que todo sea inmediato, desde las respuestas hasta los resultados. Esta urgencia también afecta la forma en que las personas se vinculan, generando relaciones frágiles, poco profundas, donde cualquier conflicto se percibe como una amenaza. La baja tolerancia a la frustración, sumada a la falta de redes afectivas sólidas, puede desencadenar sentimientos de vacío, ansiedad y depresión”, indicaron.

Agregaron que, cuando los jóvenes no cuentan con espacios donde puedan hablar libremente, expresar lo que sienten y ser validados, muchas veces recurren a vías de escape que no resuelven nada y pueden ponerlos en riesgo. Por eso, hablar de salud mental no debe ser un tema tabú. Pedir ayuda tiene que ser visto como un acto de valentía, no de debilidad.

Con el acompañamiento adecuado, el apoyo emocional y una red  de contención, reconstruirse sí es posible
Con el acompañamiento adecuado, el apoyo emocional y una red de contención, reconstruirse sí es posible / Erick Romero

Alerta por depresión femenil

De acuerdo con cifras del Boletín Epidemiológico más reciente, correspondiente a la semana 18 del año, 496 personas fueron diagnosticadas con depresión en Quintana Roo en lo que va del año. De ese total, 132 son hombres y 364 mujeres, lo que refleja una preocupante tendencia que continúa afectando, con mayor fuerza, a la población femenina.

En comparación con 2024, cuando se registraron 694 casos de depresión, el número de personas afectadas sigue siendo considerable, lo que mantiene encendida la alerta en el sector salud.

El documento reveló datos preocupantes relacionados con las lesiones autoinfligidas, una forma grave de manifestación del sufrimiento emocional. Cinco personas han atentado contra su integridad utilizando métodos como el ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación, de las cuales, cuatro fueron hombres. Estos procedimientos suelen estar asociados con un alto grado de letalidad y desesperación.

Por otro lado, se reportaron 22 casos de personas que se hirieron intencionalmente con objetos punzocortantes, siendo 17 mujeres y cinco hombres. Este tipo de conductas suele estar vinculado con trastornos emocionales profundos y, en muchos casos, con una historia de abuso, ansiedad o depresión no tratada.

En lo que va del 2025, el estado registró 30 intentos de suicidio; 19 corresponden a mujeres. Estos datos confirman nuevamente una mayor incidencia entre el género femenino, lo que podría estar relacionado con múltiples factores sociales, económicos y psicológicos que deben ser analizados en profundidad por especialistas.

Además, otras 30 personas fueron atendidas por presentar síntomas y signos relacionados con alteraciones emocionales graves, entre ellos ideación suicida, es decir, pensamientos persistentes sobre quitarse la vida. De estos últimos casos, se identificó una distribución equitativa entre hombres y mujeres, lo cual evidencia que la salud mental afecta a todos por igual, aunque se manifieste de maneras distintas.

Efectos de la exposición a la pornografía

El psicólogo Ricardo Hinojosa explicó que la exposición temprana a la pornografía (desde los seis u ocho años) puede generar una sobreexcitación en etapas donde el desarrollo emocional no está preparado. “El placer se vuelve una compulsión, y lo que inicia como curiosidad deriva en adicción: una conducta repetitiva que domina la vida del adolescente”, señaló. Comentó que la pornografía puede derivar en una adicción, por ejemplo, a la masturbación. Entonces, todas las actividades sociales, cognitivas y escolares se dan en segundo o tercer plano. Esta dependencia muchas veces causa, a nivel interno e intrapsíquico, problemas como depresión y ansiedad, que son los principales síntomas que se provocan con la adicción a la pornografía.

La sobreprotección también puede anular;  aprender a contener sin invadir es clave
La sobreprotección también puede anular; aprender a contener sin invadir es clave / Erick Romero

Entramado emocional

Andrés tenía 16 años cuando su escuela lo refirió a consulta psicológica. Los reportes hablaban de bajo rendimiento académico, actitudes desafiantes y una constante dificultad para relacionarse con sus compañeros. Era habitual que respondiera con groserías o incluso agresividad, especialmente en los días en que llegaba tras una noche sin buen descanso. Lo que parecía, en apariencia, una conducta rebelde más, escondía un entramado emocional mucho más profundo.

Al comenzar a explorar su historia personal y familiar, el panorama se tornó más claro. Andrés era el hijo menor de una pareja en edad avanzada. Su nacimiento no fue planeado. Sus hermanos, ya adultos cuando él llegó al mundo, no crecieron junto a él, sino que lo vieron más como una responsabilidad inesperada que como parte de una convivencia cercana. La relación con ellos estaba marcada por los constantes juicios, regaños y una sensación persistente de no estar a la altura.

Su padre, un hombre de 71 años, pensionado y de carácter firme, era emocionalmente distante. Casi no había espacio para el diálogo, y mucho menos para la expresión de afecto. Creía que el respeto y la formación se lograban a través de la dureza, de la autoridad mantenida a distancia.

En cuanto a su madre, ella tenía 56 años. Había atravesado la menopausia cuando Andrés aún era un niño. Ese proceso, junto con las circunstancias familiares, contribuyó a generar una desconexión emocional entre ambos. Ella, consciente o no, trataba de compensar esa ausencia afectiva con sobreprotección y permisividad. Así, se fue formando una dinámica desequilibrada: por un lado, la rigidez de un padre ausente emocionalmente; por el otro, la complacencia de una madre cargada de culpa.

El entorno escolar puede  detectar señales de alerta
El entorno escolar puede detectar señales de alerta / Erick Romero

En ese entorno, Andrés fue creciendo con una sensación difusa de no pertenecer. Se sentía como un error que la familia había tenido que aceptar a la fuerza. Las constantes invalidaciones y correcciones marcaron su autoestima. Fue en los videojuegos donde encontró una forma de escapar. No era solo un entretenimiento: era un refugio. Ahí podía tener control, tomar decisiones y relacionarse con otros sin sentirse juzgado o expuesto.

Durante una de sus sesiones, relató cómo alguna vez se sintió profundamente conectado con una chica a la que conoció jugando en línea. Conversaban seguido, se entendían bien, pero un día ella simplemente desapareció. A partir de ese momento, comenzó a repetir frases como “el amor no existe”, una idea que también proyectaba sobre la relación de sus padres, a quienes veía como dos personas resignadas a convivir sin afecto. Solía decir que su madre permanecía con su padre porque “no le quedaba de otra”.

Al hablar de sí mismo, se describía como un estorbo, como si su sola existencia fuera una carga que su entorno simplemente aprendió a sobrellevar. Esa percepción fue moldeando su forma de estar en el mundo: sus reacciones agresivas eran una defensa, una manera de no sentirse tan vulnerable ante el rechazo constante.

Con el tiempo, y gracias a un proceso terapéutico constante, Andrés fue encontrando un espacio seguro donde comenzar a hablar de sus heridas. A medida que iba construyendo confianza, empezó a entender que su comportamiento tenía una raíz emocional profunda. Descubrió que su enojo no era más que una forma de protegerse del dolor de no sentirse visto, y que su apatía en la escuela no tenía que ver con una falta de capacidad, sino con una pérdida de sentido.

La enfermedad impacta a personas de todas las edades, adultos son los más afectados

Noticia Destacada

Quintanarroenses desconocen los síntomas de la depresión; porcentaje de pacientes han aumentado

Una anécdota lo marcó especialmente. En medio de una partida en línea, uno de sus compañeros le dijo: “Escóndete en esa cueva, así evitarás que lo que pase afuera te mate”. Esa frase le removió algo. De niño, solía llamar a su cuarto “su cueva”, su lugar seguro. Comprendió que, desde muy pequeño, el aislamiento fue su mecanismo de protección frente a un entorno que no lo contenía emocionalmente.

A medida que sanaba, también comenzó a reconfigurar sus vínculos. Su relación con los videojuegos ya no era solo una fuga, sino un canal de expresión y creatividad. Se interesó en el diseño de videojuegos, y ese nuevo enfoque le dio una dirección, una meta. Algo propio. Empezó a estudiar en esa línea, canalizando su energía en una actividad que realmente le interesaba.

Su relación con su madre también se transformó. Ella accedió a recibir acompañamiento psicológico y, desde ahí, comenzó a trabajar la culpa que sentía, así como la tendencia a sobreprotegerlo. Aprendió a contener sin anular, a guiar sin invadir. Con su padre, el vínculo sigue siendo distante, pero Andrés ya no lo vive con angustia: ha aprendido a poner límites, a no esperar lo que el otro no puede dar, y a buscar afectos más saludables.

Hoy, Andrés vive en Ciudad de México. Conserva una pequeña pero significativa red de amistades con las que puede mostrarse tal como es. Sigue jugando videojuegos, pero ahora lo hace desde otro lugar: no para evadir, sino para crear y compartir. En ocasiones se pone en contacto con su terapeuta para hablar de cosas que necesita procesar. Ya no desde la urgencia, sino desde la conciencia de que puede pedir ayuda cuando la necesita.

Con el acompañamiento adecuado, el apoyo emocional y una red  de contención, reconstruirse sí es posible.
Con el acompañamiento adecuado, el apoyo emocional y una red de contención, reconstruirse sí es posible. / Erick Romero

Abordaje terapéutico

Este caso, como tantos otros, es parte del día a día en la consulta. Actualmente, el psicólogo que atendió a Andrés trabaja con nueve adolescentes en su práctica privada. De ellos, cuatro acuden por temas relacionados con la depresión, cuatro por ansiedad y uno más por una combinación de ambos trastornos. También acompaña a cuatro mujeres adultas: una con diagnóstico de depresión, una con ansiedad y dos que enfrentan ambas condiciones.

De acuerdo con la información proporcionada por el psicólogo Darwin Fernández, en su consulta privada actualmente atiende a nueve adolescentes varones cuyas edades oscilan entre los 14 y los 21 años. De estos, cuatro presentan cuadros relacionados con la depresión, otros cuatro acuden por ansiedad y uno más enfrenta ambos padecimientos de manera simultánea. En estos casos, el abordaje terapéutico requiere un trabajo integral que combina la comprensión del contexto familiar, la historia emocional y las dinámicas propias de la adolescencia y la juventud.

Asimismo, Fernández da seguimiento a cuatro mujeres dentro del mismo rango de edad. Una de ellas asiste por síntomas relacionados con la depresión, otra por ansiedad y las dos restantes atraviesan un cuadro mixto de ansiedad y depresión. Según explicó el especialista, este tipo de combinaciones suele estar profundamente ligadas a procesos de desgaste emocional, falta de validación afectiva o situaciones persistentes de presión y exigencia, factores que afectan con especial intensidad a quienes se encuentran en esta etapa de construcción personal.

Siguiente noticia

Pobladores y turistas de Villa Blanca protestan contra proyecto del cuarto muelle en Cozumel