
En la Terminal 4 del Aeropuerto Internacional de Cancún (AIC), la familia Johnson aguardaba su vuelo de regreso a Miami, de pie, conversando entre ellos de lo que les espera en casa, ahora que son marido y mujer. Afroamericanos, ambos en sus treintas, aún lucían ese cansancio que sólo se deja ver luego de una semana de celebración.
Él cargaba una mochila negra, y de uno de sus cierres sobresalían discretamente unas flores blancas, parte del arreglo que usaron en su boda, la cual fue apenas la semana pasada, en una playa de la zona hotelera. Llegaron con un grupo pequeño de familiares y amigos que volaron desde Estados Unidos para acompañarlos.

Eligieron este destino por aventuras previas además de recomendación de conocidos, que contrajeron nupcias en el Caribe, siendo según sus palabras un lugar mágico, con agua hermosa. “No nos equivocamos”, dijo ella. “Fue más hermoso de lo que imaginamos”. La ceremonia ocurrió justo cuando caía el sol, con flores blancas, música suave y el rumor del mar como fondo.
Querían algo íntimo, en un sitio especial, y México les pareció ideal por cercanía, precios y paisajes. “Nos atendieron increíble”, comentó el señor Johnson, “La comida, el servicio, la gente fue como estar en casa, debido al mar”, concluyó.
A lo largo de su estancia no solo disfrutaron de la boda. También se dieron tiempo para hacer snorkel en cenotes, visitar Isla Mujeres, comer en el centro de Cancún y pasar un día completo en Playa del Carmen. “Nos gustó mucho salir del hotel”, dijo ella. “Hablar con la gente, caminar por la ciudad, descubrir otros rincones fue de lo mejor”. Coincidieron en que la experiencia no se limitó al lujo del resort. “Nos llevamos algo más que fotos”, dijo la señora Johnson.