Marcelina May Chan de 78 años de edad pertenece al grupo de habitantes de Yucatán que emigraron hacia Quintana Roo durante la mitad del Siglo XX con el fin de encontrar mejores oportunidades de vidas y establecerse en las “nuevas tierras”.
La abuelita señaló que llegó a Calderitas hace más de 53 años en compañía de su difunto esposo y 5 hijos. Señaló que al principio fue una decisión difícil, pues en su antiguo hogar en Akil, Yucatán, contaba con el cariño de su familia y el recuerdo de su padre.
Pero sabía que debía encontrar su propio lugar y construir una morada para sus seres queridos.
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No obstante, al llegar a Calderitas, aparecieron diversos obstáculos. La carencia de los servicios básicos y la lejanía con la ciudad representó dificultades para su vida diaria y la de sus queridos.
La falta de energía eléctrica los mantenía a oscuras gran parte de la noche, dependían solo de velas, y la falta de agua los obligaba a pedir de manera frecuente pipas o recolectar agua en el pozo de algunos vecinos.
Don Modesto, su difunto esposo, pasaba largas jornadas de trabajo en Chetumal, pues se dedicaba al comercio, a la venta de comida y a la famosa “bolita” de lotería para proveer dinero a su familia.
De igual forma, Marcelina recordó las recetas que le había enseñado su abuela, y comenzó con la venta de dulces y postres yucatecos como caballero pobre, dulce de nance, calabaza, entre otros. Así como se dedicaba a la venta de sus bordados artesanales.
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No obstante, las fronteras lingüísticas le impedían relacionarse de manera plena con sus nuevos vecinos y potenciales clientes.
En ese sentido, rebeló que aprendió a hablar español hasta los 20 años. La adquisición de su segunda lengua fue obligada, pues más tarde se dedicó a la venta de comida tradicional yucateca para ganar dinero y necesitaba comunicarse con sus clientes.
Relató que en diversas ocasiones recibió discriminación y comentarios ofensivos por hablar maya: “En Yucatán era común hablar maya, a mis 3 hijos les enseñé hablar maya, pero a los demás no, preferí que hablaran español porque no quería que sufra el mismo rechazo que yo viví”, declaró con tono de tristeza.
Del mismo modo, sus primeros hijos presentaron desafíos para aprender en la escuela, pues todas las clases eran en español: “Les pedí que aprendieran hablar español, pero que no olvidaran que también hablan maya”, comentó la abuelita.
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Señaló que sentía vergüenza al emplear su lengua materna frente a las personas, pues varias veces podía ver reacciones desagradables en los presentes.
Sin embargo, hoy en día se siente orgullosa de conservar la lengua maya, y se dice una verdadera “mayera”, tal como su papá y su abuelita lo eran.
Destacó que es una lengua importante, llena de cultura e historia, e hizo un llamado para los jóvenes maya hablantes: “En ningún se debería tener vergüenza de ser portador de la lengua maya, pues es la verdadera voz de nuestros ancestros”.