Romeo Frías BobadillaDe El Cráter Porteño
La estigma que siempre persigue en los sectores oficiales con la desidia y falta de respeto a la vida humana, siempre han existido aunque haya recursos para evitar peligros.
Esto viene a cuento por la muerte de fuerzas castrenses en el desierto de Baja California.
Hace muchos años los guardafaros estaban expuestos al mismo abandono y aún más se les dejaba morir por aquello que eran humildes cuidadores de las señales marítimas.
La comunicación hace algún tiempo entonces con los faros de la sonda debía efectuarse cada uno o dos meses. Un barco de la Secretaría de Marina, propio o rentado como lo fue el pailebote “Alberto”, llevaba agua, alimentos, combustible y todo lo que se necesitaba para vivir.
Incluso un médico iba a bordo para ver que se les ofrecía y verificar la salud de todos, tanto de los guardafaros como de sus familias.
En ocasiones, las mujeres daban a luz sin ninguna atención médica, porque los barcos no podían movilizarse enseguida y la señora alumbraba a la buena de Dios.
El descuido; sin embargo, se presentaba a veces por cuestiones administrativas o burocráticas, que echan a perder siempre las cosas.
Por los barcos que no llegaban a tiempo por tener otros contratiempos, se pasaban dos o cuatro hasta seis meses sin que la comunicación a las islas se llevara a efecto.
Y claro, a los funcionarios poco les importaba ya que en tierra todos están seguros sin correr ningún riesgo y en el caso de los guardafaros “ahí vean cómo se las arreglan”.
Como ya dijimos pasaron muchos meses y nadie comunicaba con las islas, cayos, penínsulas o arrecifes remotos. Eran aquellos tiempos en que ni barcos pesqueros pasaban por esas rutas.
En uno de los cayos, el personal de guardianes de faros sin agua, ni alimentos, ni medicinas estuvieron a punto de morir como pasó algunas veces, sobre todo por la sed y el sol abrasador. Por medio de señales que estuvieron haciendo un día, un buque que navegaba no lejos de ahí vio que a lo mejor algo necesitaban los fareros y se prestaron a traerlos a Progreso para librarlos de una muerte segura.
Cuando arribaron a Progreso y se presentaron en la Capitanía de Puerto para notificar al capitán en jefe de la oficina la situación en que se encontraban por la falta de la comunicación logística, el capitán, “demostrando que era muy responsable de su deber”, les dio una reprimenda haciéndoles ver que eran servidores de la Patria y que debían morir en el cumplimiento de su deber.
Uno de los guardafaros que también conocía su misión como guardián de las costas le gritó; “¡Usted está loco, Capitán: lo dice porque aquí lo tiene todo y sepa que morirse por descuido de ustedes no vale la pena!”.