VALLADOLID, Yucatán, 7 de abril.- El 15 de septiembre del año de 1881 marcó la historia el día de la inauguración del primer ferrocarril en la península yucateca. La línea férrea inaugurada fue la vía ancha de Mérida a Progreso, llamándose el ferrocarril “Rendón Peniche” por haber sido el señor José Rendón Peniche quien consiguió que la Compañía de los Ferrocarriles Interoceánico e Internacional le traspasara los derechos concesionarios a perpetuidad. Ya inaugurada esta línea ferrocarrilera, se fueron inaugurando otras tales como la de Mérida a Izamal, Mérida a Valladolid, Mérida a Peto, Mérida a Campeche, etc.
El General Francisco Cantón Rosado
Pero hubo un personaje que tuvo gran significación para los vallisoletanos por ser él, quien con enormes esfuerzos pudo acrisolar un gran sueño que fue el llevar a su ciudad natal el transporte que revolucionó la vida y la cotidianidad de todo un pueblo que lo recuerda como uno de sus más importantes y preclaros hijos.
El General Francisco Cantón Rosado, ilustre ex gobernador constitucional del Estado y concesionario de la empresa del ferrocarril de Mérida a Valladolid con ramal a Progreso. El General nació en la “Sultana del Oriente” el 2 de abril de 1833, siendo sus padres don Juan Cantón y doña Rita Rosado de Cantón.
El primero de febrero de 1898 tomó posesión del gobierno del Estado y como buen gobernante favoreció la instrucción pública, mantuvo escrupulosamente la independencia del poder judicial y que gracias al mercado libre se inició también en su administración, una era de prosperidad para el desarrollo de la industria henequenera.
Este pundonoroso militar comenzó a prestar sus servicios desde la edad de 16 años en la Guerra de Castas, en la tierra que lo vio nacer, bajo las órdenes del General Juan José Méndez. Desde entonces, hasta el año de 1876 en que le fue concedida la banda de General por el Gobierno Federal, tomó parte activa en numerosas batallas que la historia le registra, separándose de la política para dedicar sus energías a la obra tan importante de unir su ciudad natal con la capital del estado.
Las buenas relaciones que llevaba con el Presidente de la República, Gral. Díaz, y con el Gral. Don Manuel González, entonces próximo a subir a la presidencia, le facilitaron los medios de obtener la concesión respectiva y fue el 12 de octubre de 1880 cuando celebró dicho contrato con el Gobierno Federal, obligándose a construir un ferrocarril de vía ancha de Mérida a Valladolid, habiendo el Congreso de la Unión aprobado el decreto relativo el 15 de diciembre de 1880.
Después de haber arreglado un pequeño empréstito para adquirir los primeros materiales, el 5 de febrero de 1882, en un terreno cercano a la quinta San Pedro Chucuaxim, al oriente de la capital yucateca, se clavó solemnemente el primer riel de la nueva vía. Era entonces Gobernador del Estado el Gral. Don Octavio Rosado; el discurso inaugural fue encomendado al inteligente escritor Dr. Fabián Carrillo Suaste, quien produjo una bella pieza literaria; pronunciaron así mismo, emotivos discursos, los Sres. Lic. Rafael Castilla Echánove, Ignacio Magaloni, Lic. Néstor Rubio Alpuche, Javier Santa-María y Lic. Apolinar García y García.
El ferrocarril en Valladolid
El tema que me ocupa y que deseo compartirles, es sobre la llegada de la vía férrea a la histórica ciudad de Valladolid que según datos que guardan viejas crónicas tuvo dos inauguraciones: una el 3 de febrero de 1906 y otra el 4 de mayo del mismo año. La primera fue una demostración de admiración y cariño al General Francisco Cantón que el pueblo vallisoletano le tributó, publicando La Revista de Mérida el telegrama de su corresponsal que con esa fecha le envió y que transcribo íntegro: “Valladolid, 3 de febrero de 1906, -Hoy a las 3 y cuarto de la tarde, hizo su llegada a esta ciudad, el primer tren procedente de la capital del estado y en el que se esperaba al General Francisco Cantón. Desde las diez de la mañana un numerosísimo gentío del que formaba parte gran número de señoras y señoritas y que empezó a llegar desde temprano se había formado en el lugar en que se levantará la estación y en el que se detendría el tren. Esa muchedumbre, no obstante el rigor del sol, pues de la estación sólo se han terminado los cimientos, estuvo esperando impacientemente hasta las tres y cuarto, hora en que, llegado el tren, bajó el Sr. Gral. Cantón con sus acompañantes y fue saludado con una delirante exclamación de vítores y aclamaciones. Estuvieron en el lugar indicado, la banda de música de la ciudad y la del circo que estaba actuando en ella. Todo el trayecto, desde el punto de parada hasta la casa habitación del agasajado, estaba adornado con arcos rústicos, cubiertos de follaje. A la bajada del tren, los pasajeros fueron obsequiados con cerveza que se les tenía preparada.
En el mismo punto fueron pronunciados dos discursos en el que se hacía el encomio del Sr. Gral. Cantón, se señalaban las ventajas que procurará a esta ciudad oriental el ferrocarril, iniciado y extendido por él, con tan inmensos esfuerzos y se hacía mención de otros beneficios recibidos por Valladolid de su distinguido hijo. Los oradores que estuvieron felices, terminaron en medio de grandes aplausos.
Al fin toda la concurrencia, calculada en cerca de cuatro mil personas, sin interrumpir los gritos de júbilo y los vítores, y entre la cual y como hemos dicho, se veían señoras y señoritas de la ciudad, acompañó hasta su habitación, al héroe de la fiesta a quien se veía, visiblemente lleno de emoción. Frente a su casa tocó un momento más la música del estado y se retiró para volver más tarde.
En la misma habitación del Gral. Cantón, tuvo lugar por la noche, un baile popular o de “vaqueras”, que fue sumamente concurrido.
Esta manifestación de cariño a quien ha sido el alma de una mejora tan importante para el Estado y sobre todo para esta región, formará época en los anales vallisoletanos, pues no hay memoria de un testimonio popular de afecto amplio, caluroso y espontáneo como el que hoy se ha presentado”.
La inauguración oficial.
Como segunda inauguración, se llevó a cabo tres meses después de la primera, el cuatro de mayo de 1906, que bien puede llamarse inauguración oficial. La Revista de Mérida publicó de su corresponsal en esa ciudad, la crónica que damos a conocer en todas sus partes: “Valladolid, 4 de mayo (por telégrafo). Como oportunamente informó la Revista, a las cinco y media de la mañana de hoy partió de Mérida con destino a esta ciudad el tren inaugural conduciendo a los señores gobernadores propietario e interino del estado, a las personas de su comitiva, a los oradores nombrados y a un gran número de damas y caballeros que vinieron a las fiesta. El paso del tren inaugural por las estaciones de tránsito fue saludado con demostraciones de júbilo. En la villa de Tixkokob estuvo tocando una banda de música en el edificio de la estación adornado con banderolas. En Motul el convoy fue recibido con dianas y música. En la villa de Temax una buena banda ejecutó escogidas piezas; en el pintoresco pueblo de Tunkás se levantaron arcos bajo los que tocaba una banda, y la estación de Quintana Roo estaba profusamente adornada con palmas. Análogas manifestaciones se hicieron en Dzitás, Tinum, Uayma y demás estaciones. Poco antes de las diez y media, el tren hizo su entrada triunfal en Valladolid, en medio del estruendo de los cohetes voladores, repique de las campanas y de las armonías de la banda de música que poblaban el espacio. La ciudad se vistió de gala para recibir el primer tren mensajero de su futura redención pues en todas partes se veían palmas, banderolas y flores. La estación bellamente adornada estaba henchida de gentes de todas las clases sociales, que lanzaron hurras cuando la locomotora se anunció con sus pitazos prolongados y estridentes. Inmediatamente después de la llegada del tren ocuparon el lugar de honor en el estrado preparado al afecto, los señores gobernadores Don Olegario Molina y Don Enrique Muñoz Arístegui, el Lic. Agustín Monsreal Gómez, presidente del H. Tribunal Superior de Justicia, el jefe político Don Máximo Hernández, el juez de primera instancia don José Segundo Gómez Cabral, el Director de los Ferrocarriles Unidos, don Nicolás Escalante Peón y otras especiales personas. Los invitados poetas Lic. José Inés Novelo y Luis Rosado Vega leyeron bellísimas composiciones y un hermoso discurso del Sr. Lic. Don Perfecto Irabién Rosado. Todos fueron muy aplaudidos. En el momento de transmitir este mensaje termina la ceremonia en la estación y se dispone un suculento banquete. Para esta noche se anuncia un gran baile, serenata y otras diversiones. No hay tiempo para más, por correo irán más detalles”.
De la revista de Mérida de fecha 5 de mayo de 1906, tenemos las siguientes notas:
“Ampliamos con más datos la información telegráfica que servimos ayer a nuestros lectores respecto de la inauguración de la vía férrea de Valladolid, el convoy se compuso de 4 elegantes coches “Pullman” y dos de primera clase que fueron materialmente llenados de invitados. En las principales poblaciones del tránsito, se agregaron algunas autoridades y particulares que fueron hasta Valladolid.
El tren llegó a esta ciudad a las once y cinco minutos principiándose enseguida las ceremonias de que ya dimos cuenta. Después muchas personas se fueron al centro de la población, con el objeto de pasearla, mientas se disponía el copiosísimo lunch. Este se continuó sirviendo todo el tiempo que estuvo el tren en Valladolid, pues cuando unas personas se levantaban, otras ocupaban sus sitios; de manera que no es posible determinar ni aproximadamente el número de personas que se sentaron a la mesa.
El banquete fue ofrecido por el Lic. Don Manuel Irigoyen Lara, en nombre de la empresa, habiendo respondido con un brillante brindis, el señor Olegario Molina. La inauguración la declaro el señor Gobernador Interino del Estado Don Enrique Muñoz Arístegui. Tanto a la llegada del tren, como en seguida de la ceremonia, la banda de música rompió a tocar el Himno Nacional.
Al señor General Porfirio Díaz, se le remitió un mensaje participándole el hecho, que fue firmado por las principales personas allí reunidas.
Después del lunch se procedió a la firma del acta que fue suscrita por la mayor parte de la concurrencia.
Poco después de las dos de la tarde salió el tren extraordinario de vuelta a Mérida. El ordinario llevó también mucha gente del pueblo.
Como a la ida, en las principales poblaciones fue recibido el convoy con música y cohetes voladores, llegando a Mérida a las ocho de la noche.
Llegada la línea a Valladolid, los Ferrocarriles Unidos de Yucatán extendieron los siguientes ramales: el de Espita, el 3 de noviembre de 1907 y el de Tizimín, el 30 de noviembre de 1913.
Los ingenieros constructores por orden cronológico fueron: de Mérida a Conkal, don Antonio Espinosa Rendón; de Conkal a Dzitás, don Mariano Brito y hasta Valladolid, G. H. Kilpatric y E. Von Pionthouski; de Dzitás a Espita, Pionthouski y Pedro Meneses y de Espita a Tizimín, Manuel G. Cantón.
El 30 de enero de 1917, bajó a la tumba el Gral. Francisco Cantón Rosado, ejemplar caballero, dejando un recuerdo imperecedero en los corazones de sus conciudadanos por sus cualidades que le hicieron granjearse la simpatía del pueblo yucateco. De él dijo el escritor oriental Felipe Pérez Alcalá:
“Si como militar, en años pasados, vino de oriente a occidente sembrando a su paso la muerte y el exterminio como males anexos a los azares de la guerra, como ferrocarrilero, anduvo en camino contrario, llevando de Occidente a Oriente, el progreso, la prosperidad y la riqueza que sólo florecen a la siembra bienhechora de la paz”.
Y como nota o mejor dicho, anécdota complementaria quiero compartirles que el ferrocarril, permitió a miles de yucatecos recorrer el peculiar paisaje y pintorescas poblaciones en aquel trayecto de inimaginables aventuras, y quiero aseverar que lo fue especialmente para los que alguna vez fuimos niños y que junto a nuestras familias pudimos disfrutar de ese hoy inolvidable paseo.
En ese popular y económico transporte tuve el privilegio de viajar en variadas ocasiones y pude observar, en tan peculiar corrida diaria a la ciudad de Mérida, el trajín de tanta gente que subía y bajaba en cada una de las estaciones por donde el tren hacia obligada parada.
La pesada máquina, que se detenía para cargar mercancía y por ende, permitía abordar a nuevos pasajeros, nos daba la oportunidad, en estaciones como las de Uayma, Tinum o Tunkás, que eran de mis predilectas, disfrutar la amplia variedad de antojitos que se nos ofrecían por un tumultuoso gremio de gritones venteros que ofertaban a viva voz sus exquisitos manjares. Sin temor a equivocarme esto era lo mejor del viaje. Guardo aun en el paladar el sabor de esos deliciosos panuchos y salbutes recién salidos del hirviente sartén. Cómo olvidar los granizados de frescas frutas, las bolsas de ciruela con chile, chicharrones, merengues, yuca y calabazas meladas y hasta hamacas de coloridos matices, que eran ofertadas en esa popular e inolvidable travesía.
El peculiar ruido de la máquina y los vagones sobre los rieles, el grito del maquinista para abordar a tiempo y los pregones de tan singulares personajes son sonidos grabados hoy en mi mente y, que al ver las imágenes, los hago sonar de nuevo en mi imaginación. La llegada a Mérida, después de un viaje de cinco horas, era ya esperada por las nuevas aventuras que allí acontecerían. Tuve ese privilegio, gracias a mis padres, de viajar en ese popular y económico medio de transporte que hoy, como muchas otras cosas, se quedaron en los felices y nostálgicos recuerdos del ayer.
(Leonel Escalante Aguilar, cronista de Valladolid)