Ariel Avilés Marín
El amor filial es una de las columnas de hierro que sostienen el indispensable techo de la familia. Este amor se puede manifestar de una y mil maneras de lo más diferente. Una familia, con una ascendencia potenciada al cuadrado per se, ha conjuntado sus esfuerzos de creatividad en las letras para entregarnos un documento que, además de su valor literario, está repleto del inconmensurable tesoro del amor filial. Rosado y Rosado, amor al cuadrado, ¡Qué al cuadrado! Si son cuatro hermanos, el exponente se potencia hasta la décima sexta potencia. “Cuatro tonos de Rosado en una sola tinta” se titula este documento testimonial de un valor fuera de serie; y difiero con los hermanos y autores, pues considero que los tonos de Rosado se potencian de forma tal que se convierten en un espectro multirrosáseo de las más variadas tonalidades como si de un crepúsculo de playa se tratara.
No tuve el privilegio de conocer a “Coco” Rosado, lo he conocido, y profundamente, a través de los testimonios ricos y amenos de sus cuatro hijos. A Mary Rosado sí, la conocí entrañablemente, fue una maravillosa maestra, de esas de amor infinito y que prodigaba día a día su corazón generoso a sus alumnos y, maravillosamente, ese corazón nunca se agotaba. Alma gemela de la sin par Gloria María Vargas y Vargas, y por ende, gran colaboradora de la benemérita Liga de Acción Social. Cada Día del Lenguaje la participación de Mary no podía faltar en el programa de la sesión; un poema, algún escrito ilustrador… ¡Siempre presente! Pues bien, esta sin par pareja es el eje alrededor del cual gira el libro de los hermanos Rosado y Rosado.
La noche del viernes 5, en el Salón de Usos Múltiples del Gran Museo del Mundo Maya, se llevó a cabo la presentación del libro titulado “Cuatro tonos de Rosado en una sola tinta”, de la autoría de los hermanos Rosado y Rosado, Marita, Nandín, Lalis y Coquis, para citarlos en los coloquiales términos en que se desarrolló el cordial evento. La introducción al mismo lo fue un maravilloso video, de profunda entraña, emotivo hasta arrancarnos gruesas lágrimas ante las sensibles imágenes, música de fondo y el anecdotario ahí contenido. Ante los fascinados ojos de la numerosa concurrencia desfilaron imágenes entrañables deviniendo a través del tiempo; se evocó al Estado Seco, entrañable y antigua cantina meridana, comics de tiempos idos, como Educando a Papa, Alma, la muñeca de trapo, los inolvidables comerciales de Hemostyl (¡Qué sabroso es!), Chachita, Don Roque. Los soldados, combatientes de plástico de Nandín y con ellos “Combate” (se nos vino a la memoria: “Jaque mate, Rey 2, aquí torre blanca”). El inolvidable y doméstico placer de tomar leche de chiva, recién ordeñada, (dime, ¿todavía las nodrizas cabras van amamantando tus amaneceres?) -¡Se escapó el cochino!, las tarjetas de primera comunión impresas en papel de lino, las crinolinas, las mantillas, las veletas de los patios meridanos, el sin par programa de televisión de antaño “La Bruja Maldita”, los abuelos (Chichí), las copas nevadas de Sarita, las películas españolas de Marisol, infantil cantante española inolvidable. Mención aparte merecieron las temporadas de operetas y zarzuelas de la compañía de Pepita Embil y Plácido Domingo (padre). Los tíos Alfredo y Teté. El orgullo del Grado 33 de Coco. Y Mary, Mary como maestra de escuela, Mary como maestra de vida, Mary incansable y amorosa. Y el desfile interminable de tíos, primos y amigos. Betty Boop. Las inolvidables historietas semanales de Chanoc. Los desayunos con mamá. Las Sisters de la Congregación de Maryknol. La entrañable y centenaria Sociedad “Progreso y Recreo” de Espita. Una verdadera avalancha de recuerdos y emociones que llegaron al fondo del alma de todos los presentes, en cuyos rostros resbaló más de una lágrima.
Los hermanos van tomando la voz uno a uno. Inicia Marita, la mayor: “Estos recuerdos giran alrededor de los quince años de los cuatro” y puntualiza una pertinente aclaración de Mary sobre ella y Coco: “No, no somos parientes, son dos tonos de Rosado”. Señala que los libros autobiográficos suelen ser poco atractivos: “No hoy, siempre”, señala. “Este abarca casi todo el S. XX y el nacimiento del S. XXI. Nuestras adolescencias corrieron por la década de los 60’s, época de grandes innovaciones, convulsiones y de una inexorable tecnología. Una primera parte corre y transcurre en la casa de los abuelos maternos y luego en casa de nuestros papás; época de temporadas de operetas y zarzuelas y de mucho cine”, recuerda con entusiasmo. “Espita de mis amores; la redina, las veladas de Progreso y Recreo, ahí tocamos todos los tonos de rosado, y paladeamos las arepas de almidón de sagú”, evoca con nostalgia. “Las pálidas losetas rosadas del edificio del Roger’s, los programas de televisión como La Familia Ingalls, o La Familia Patrik. Mi primera incursión en las letras, en la revista El Séptimo Cielo, que anunció mi vocación”, señala con entusiasmo. “Papá, contaba cuentos y cuentos; Mamá, escribía siempre, poemas, cuentos, teatro, era muy querida maestra”. Agradece a Coquis por haber armado este libro.
Toca el turno a Nandín. “Combate, es una anécdota y es génesis de este libro”. A su memoria vienen imágenes como su nieto Carlos Elías leyendo el libro al amanecer; sucesos que se recuerdan por una fotografía o una postal. “Georgina da el empujón; le digo: ¿qué quieres que yo escriba? Ella me responde: ¡lo que quieras!” Entonces se sienta ante la computadora y recuerda una carretera, en un largo viaje desde Dzilam Bravo hasta la fábrica que administraba su padre, maderas apiladas, el aserradero, la bodega y ahí, su oficina y cuenta una anécdota sobrecogedora y aleccionadora: “En un anaquel, había cientos de frascos con dedos ¿por qué? Le pregunto a mi padre. Me explica: <Esos dedos son de los que se descuidan en el uso de la sierra, son un mensaje de alerta> Mamá le increpa: <¡No muestres eso a tus hijos!> Nos vamos al mar, la impresión de los frascos con dedos nos acompaña, no quiero entrar a la regadera: ¡Puede caer dedos! Combate, se llevaba a cabo con soldados verdes y grises que venían en las cajitas de gelatina, eran obviamente americanos y alemanes, hacía las instalaciones y fortificaciones, y luego, gas morado y a quemar todo”. Recuerda también las aventuras en Progreso, muchos, muchos primos en casa de los tíos, filas y filas de hamacas. “Ojalá les gusten nuestras anécdotas”, concluye y manda un saludo a la tía Elda Rosado Espínola, “la única tía que nos queda”.
Es ahora Lalis. Historiadora e investigadora. “Yo soy de la época de Parchís, mi ficha es rosa pastel. Esta historia tiene ocho tonos de Rosado, somos cuatro hermanos Rosado y Rosado”. Señala que Luis González, padre de la microhistoria mexicana, puntualiza sobre ella: “No es chisme, y sí es una ayuda para entender la historia monumental”, en seguida agrega: “En el caso presente, fue muy difícil respetar el estilo de cada uno, los variados tonos de rosa; todos, abuelos, padres, tíos”, señala. Pasa a destacar la profunda influencia que, la Maestra Mary dejó en cada uno, sus cuentos, sus clases, sus escritos; “ahora, la estamos emulando”, subraya. Evoca con nostalgia las figuras de Chichí Fina y el Gato Rosado, los abuelos, “la gente de hoy es distinta”. “El Coco Rosado, era muy divertido y popular, le complacía contar”, explica. El cuento de Coco Rosado: “Le jugamos una broma al mesero del Café Express. Me salí del café y fui a prestar el teléfono a la administración del Gran Hotel. Llamo desde ahí al café, me toma la llamada el mesero y le digo: <Necesito hablar con uno que está en el Parque Hidalgo> El mesero es ofrece con gusto a llamarlo, salé a la acera del café y grita: <¡Manuel Cepeda Peraza, le llama por teléfono Coco Rosado!>. Lalis nos dice: “No puedo pasar por el Parque Hidalgo, veo la estatua del general Cepeda, y recuerdo que mi padre le llamó por teléfono, y la risa me gana”. Agradece a Coquis la coordinación del libro y su exigencia para hacer cumplir a todos. “¡Tienen hasta el viernes para entregar sus escritos! Nos gritaba”. Mis nietos, no conocieron a mis padres y menos a mi abuela, pero todos ellos llevan algo del Coco y de Mary. Mis antecesores, no supieron quién era yo, pero yo si sé quienes fueron ellos”, concluye.
Cierra Coquis con las participaciones. Ya se ha definido con sus anécdotas, como en “Deshaciendo Nudos” o “Las Hijas de Eva”. Inicia haciendo los agradecimientos a todos los que han hecho posible que este libro sea una realidad. “En él, van a descubrir que, la más pequeña, era la más terrible” e inicia el relato de recuerdos de su niñez: “Les juro que yo no me quería bañar en la lluvia”. Coquis se metió con sus hermanas en la lluvia que caía. La Maestra Mary grita: “Niñas, métanse” y ellas obedecieron. “Yo, me subí a la mata de hule y de ahí al techo del comedor, ¡era una piscina! El tono de mamá cambia: ¡Georgina del Carmen! y sé que entonces, debo obedecer”. La voz de Coquis se quiebra cuando dice: “¡Extraño a mi mamá Mary!” y en seguida, entre sollozos: “Mari Cris, yo soy tu hermana, tu hermana del alma, y también la primita de todos ustedes, si me lo permiten”, termina conmovedoramente.
La avalancha de emociones ha sido mucha y muy fuerte, sacamos el pañuelo para enjugar una furtiva lágrima. “Cuatro tonos de Rosado en una sola tinta” es un libro que se ha de adoptar de cabecera. Tiene el inmenso valor de lo entrañable, de lo auténtico. ¡Entre Rosados te veas!