Ariel Avilés Marín
La musa Terpsícore rondó feliz por el foro del Teatro Peón Contreras la noche del jueves, pues la Banda Sinfónica del Estado “Luis F. Luna Guarneros”, dedicó todo el concierto que ofreció al numeroso público asistente a esta catedral de la cultura, a composiciones que, originalmente, fueron compuestas con fines dancísticos. Danzas del Viejo Mundo, fue el membrete con el que se dio referencia a este alegre y sabroso programa que llenó esta noche de concierto con alegría y música que, como es natural, contagiaba a los pies las cadencias de sus compases y nos hizo moverlos desde nuestros lugares en el lunetario y las plateas del venerable teatro.
No me canso de celebrar cada vez que este grupo se presenta en concierto, que sus integrantes son un galano grupo de músicos muy talentosos y que, además, rebozan juventud ¡qué digo juventud!, si la inmensa mayoría son adolescentes, y cuentan ya con una preparación técnica que les permite navegar por las partituras más variadas y llegar a puerto seguro en cada actuación. Hay que subrayar que este grupo sigue cosechando la meritoria labor que con ellos llevó a cabo quien fue su director, el Mtro. Oscar Osorio. Ahora, la batuta está en muy buenas manos, no podían ser mejores, pues tener al frente de la agrupación al Mtro. Todor Ivanov, es un acierto y un privilegio para sus integrantes.
Todor es un rumano que ya tomó agua de pozo, y por tanto, ya es yucateco como el que más. Todor llega a nuestros lares como integrante de la Orquesta Sinfónica de Yucatán y muy pronto destaca entre sus atriles, y hoy es el trombón principal de nuestra orquesta. He de destacar también, la presencia y colaboración constante y en apoyo de este grupo de otro destacado integrante de la OSY, William Broverman, trombón bajo de la OSY, y hombre que goza el placer de hacer música y se incorpora a la Banda Sinfónica como ejecutante de tuba, para poner los bajos y acentos graves a las ejecuciones del grupo.
Como el título del programa prometía, la noche transcurrió entre la alegría de danzas de los más diversos puntos de Europa, pues el programa consignaba también, que lo eran del Viejo Mundo. La primera de ellas, nos llega de frías y grises estepas, las de Noruega, y se trata de la Danza Noruega No. 3 de Edvard Grieg. Arrancan con gran brillo los metales y se unen a ellos las maderas en un ritmo alegre y acompasado y se une el grupo en tutti con gran entusiasmo; levanta la voz la trompeta y responden las flautas y reaborda el tutti con alegría; viene un pasaje suave y dulce que cantan flautas y clarinetes y responden con fuerza los metales; la trompeta retoma la voz y le responden las flautas, suena el platillo que marca la entrada del tutti para llevarnos al sonoro final. Fuerte ovación premia a la banda. Con profundo aire de la Belle Epoque, nos llega la Polka Trisch-Tratsch de la autoría de quien fue el Rey del Vals, Johan Strauss Jr. La obra arranca alegre y saltarina con el tutti en el que sobresale la voz del pícolo que canta el tema y al que el trombón hace ricas armonías, viene un cambio de tema por otro igualmente alegre, el bombo pone un fuerte acento y se aborda un pasaje a ritmo de galopa; se retoma el tema inicial con gran alegría para pasar de nuevo a otro alegre tema y llegar al entusiasta final. Nueva y cálida ovación.
Del propio Strauss, nos llega ahora su gustado vals Sangre Vienesa. Inician con gravedad las voces de trombones y tubas y entra el tutti con alegría y cadencia con el tema a un delicioso ritmo de 3/4 y rompe con alegría, los clarinetes y las flautas cantan el gustado y conocido tema del vals y dialogan con los metales, marcan las tubas y trombones el cadencioso ritmo y la trompeta anuncia un cambio a nuevo tema siempre rítmico y alegre, nuevo cambio hacia otro tema que se repite y otro tema más que también se repite; los metales anuncian nuevo cambio y dialogan con las maderas y los diferentes temas se van alternando para volver al tema principal y al alegre final de la obra. Suena fuerte la nueva ovación. En seguida nos llega una serie de tres danzas de Johannes Brahms, eminentemente nacionalistas, las Danzas Húngaras Nos. 7, 6 y 5. Brahms es alemán por nacimiento, originario de Hamburgo, y luego avecindado en Viena. Hay que ubicar que Austria y Hungría eran en ese entonces una unidad, el Imperio Austro-Húngaro. Por circunstancias de la vida, Johannes viaja con su padre, tocando el violín, por toda la provincia húngara y se empapa del alma zíngara y esto lo refleja en su música, en especial en su serie de danzas. Las tres danzas rebozan el alma de los gitanos que pueblan esas tierras, en sus errantes campamentos en donde la alegría se desparrama por las campiñas. Originalmente la parte protagónica de estas obras la debe llevar los violines, pero la suplencia de los clarinetes nos hizo no echarlos de menos. Alegres, cadenciosas, rítmicas y profundamente gitanas, las tres danzas hicieron rebosar de alegría el foro del teatro y conquistaron sonora ovación del respetable.
Por si el espíritu gitano no hubiera sido pleno, se viene en el programa nada menos que las Czardas, de Vittorio Monti, obra virtuosística que generalmente se ejecuta por grandes violinistas. La banda la aborda con solemnidad y se levanta la voz del sax solo, cadencioso y dulce, el triángulo marca un acento y entran los metales con rápida alegría mientras las tubas marcan el compás, se aborda un pasaje a la galopa que se desarrolla veloz y alegre, viene un pasaje lento y sentido para en seguida reabordar la alegría desenfrenada por el tutti; flautas, pícolo y clarinetes cantan alegres el tema principal con el xilófono y arranca de nuevo la desenfrenada alegría con rápidos giros que se van desarrollando y nos llevan al alegre final de la obra. Tremenda ovación corona la interpretación de la banda. Es ahora el Vals del Cucú de Antonín Dvorak que es rítmico y alegre, como los bosques de la región de Bohemia, lo inicia el tutti y la tarola marca el ritmo, la trompeta marca un cambio a un alegre tema que se repite y se aborda una variación del tema inicial para pasar a un nuevo tema; cantan las flautas y los clarinetes y les responden los metales y dialogan entre ellas las secciones y se ejecutan nuevas variaciones al tema, los metales marcan nuevo cambio y se retoma el tema principal para llevarnos a un pleno final. Nueva y fuerte ovación.
De nuevo Dvorak se hace presente, ahora en una de sus alegres y nacionalistas danzas eslavas, se trata de la Danza eslava No. 8. Estalla el tutti con fuerza y alegría y cantan las maderas y el tutti responde con fuerza, de nuevo las maderas con alegría y la música sube con gran fuerza; cantan las flautas y los clarinetes marcan el ritmo y se retoma con fuerza el tema inicial que se repite para fuerte y sonoro final. Del amplio recorrido por Europa, el programa nos lleva hasta Armenia, al ejecutar la Danza de los Sables, del compositor Aram khachaturian, enérgica y trepidante obra que hace remembranza del folclor de esas latitudes, donde los guerreros ejecutan estas típicas danzas varoniles y bravías. Vibrantes, los timbales marcan el ritmo y el xilófono canta con voz clara y fuerte mientras los bombos marcan, los trombones suenan con fuertes disonancias y se reaborda el tema con gran energía y sube la música con fuerza con las tubas marcando el ritmo fuerte y enérgico; el xilófono suena con fuerza nuevamente y viene una escala descendente que nos lleva al sonoro final de la obra y el programa. La ovación se viene fuerte y sonora, con gritos de bravo, por lo que el director nos regala con un ancore, que es nada menos que un Hop Trop, obra que mezcla el ritmo del swing con el folclor de su natal Bulgaria. La obra resulta de gran sonoridad, con marcado ritmo de swing y con profundo aire oriental, remedo del folclor búlgaro. Nueva cerrada, tremenda ovación corona el final del concierto.
Salimos del Peón Contreras con los pies marcando el ritmo de las danzas escuchadas.