Ana María Ancona Teigell
“La fe es creer lo que no ves; la recompensa de esta fe es ver lo que crees.”.-
San Agustín
Cuando sabes que Dios te escucha, ¡oras y tienes fe! Y la fe mueve montañas, hace posible lo imposible y te fortalece para enfrentar todas las batallas que te ponga la vida.
¡Cuántas veces en mi camino como persona y periodista callejera he sido testigo de lo que puede hacer por mí y los demás creer en Dios!, saber que está, que te escucha y tener la paciencia de esperar verlo actuar. Nunca me ha fallado, siempre he visto, palpado, sentido en lo profundo de mi espíritu y mi alma su respuesta satisfaciendo mis necesidades, acabando con mis carencias, trabajando a favor de las injusticias, de los más necesitados.
Es tan sabio que cuando todas las puertas se te cierran y tú sigues adelante confiando en su Grandeza y Poder, que son superiores a todo lo humano, comienza a abrirte otros caminos, a poner a las personas indicadas, a darte información que no esperabas. Y, ¡de pronto! Cuando menos lo esperas, el cielo que antes estaba gris empieza a despejarse, ves un rayito de sol y cuando llega la victoria, aparece brillando con todo su esplendor.
Eso es lo que ha olvidado la mayoría de los humanos, que existe un Ser Superior que todo lo ha creado, que estamos bajo su Protección y Amparo, que su Voluntad se hace así en el Cielo como en la Tierra y que si no caminamos tomados de su mano, acabaremos tristes, desolados y solitarios. Porque no entendemos que nosotros no somos nada y Él lo es Todo, que juntos podemos lograr grandes cosas ¡Milagros! ¡Maravillas! Hacer de nuestras vidas una hermosa obra de arte.
Vivimos dando todo por sentado, dejamos de agradecer, de bendecir, de orar, de perdonar, de observar las bellezas que nos rodean que están llenas de Su Gracia y Bondad, de Su Amor y Fidelidad hacia la humanidad. Hemos perdido la brújula, el rumbo de nuestro verdadero destino y ni cuenta nos hemos dado. Seguimos sumergidos en un Mundo enfermo y desequilibrado porque nos hemos alejado de la fuente de nuestra verdadera esencia que no es la humana sino la espiritual. Maquillamos nuestro gran vacío interior con las banalidades de la vida, los excesos, el dinero, la ropa, los perfumes, las joyas, viajes, coches, un sinfín de cosas que aquí se van a quedar y no nos vamos a llevar. Estamos enfermos de rabia, coraje, egoísmo, envidia, gastamos miles de pesos en ansiolíticos que calmen nuestra tormenta mental, cuando debemos sanar nuestro interior.
Pero ,¿sabe qué? Él está siempre ahí, esperando con una infinita paciencia a que llegue el día en que caigas de rodillas porque ya no puedes más y en la grandeza de tu humildad reconozcas que solo no puedes continuar. Y le pidas que sea el capitán de tu vida, que guíe tu barco por aguas tranquilas que te llenen de gozo y felicidad. Porque solo Él puede terminar con las tragedias, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, las pérdidas, que ni la ciencia ni los médicos pueden curar.
La vida no es fácil, pero se vuelve más sencilla de llevar cuando sabes que Él te escucha y eres consciente que tienes un motor llamado corazón, un seguro llamado fe y un conductor llamado Dios.