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La bomba lanzada a Hiroshima hace 74 años fue originalmente construida como defensa del nazismo

Pilar Faller Menéndez

Hace 74 años, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanza la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, cobrando la vida de 80,000 personas, y dejando a 35,000 heridos, posteriormente más de 60,000 personas más morirían por los efectos de la lluvia radiactiva que dejó.

¿El motivo de esta agresión en donde murieron miles de personas inocentes? Fue la negativa japonesa de rendirse para poder ponerle fin a la Segunda Guerra Mundial, ya que el entonces presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman consideró que de no utilizar la bomba, se perderían más vidas.

Fue así como un “Little Boy”, apodo de las dos bombas atómicas que serían lanzadas contra Japón fue lanzada, llevando varias inscripciones en su caparazón entre las cuales una decía: “Saludos al emperador de los hombres de Indianápolis, con lo cual se referían al barco que transportó la bomba.

De los 90,000 edificios que existían en Hiroshima, solamente quedaron en pie 28 mil, de los 200 médicos que trabajaban en esa ciudad 180 murieron o sufrieron incapacidad para seguir laborando. De las 1,780 enfermeras solamente permanecieron 150 para atender a los miles de enfermos y moribundos que dejó esta masacre.

Las muertes se dieron en apenas nueve segundos después de haber recibido el impacto de la bomba, y fue cuando Japón tomó la decisión de firmar su rendición definitiva, lo cual puso fin a la Segunda Guerra Mundial.

Quién pensaría que el origen de este ataque letal provino de una carta de su inventor Albert Einstein a Franklin D. Roosevelt en 1939 en donde le informaba la capacidad de crear una poderosa bomba con alcances inimaginables de destrucción, en la que advertía que de caer en manos de Adolf Hitler podría ser de extremo peligro.

Tras la carta, se pone en marcha el Proyecto Manhattan, y los científicos estadounidenses después de dos años aseguraron poder crear esa arma atómica, por lo cual Roosevelt asignó un gran presupuesto para construirla.

Para llevar a cabo este proyecto fueron reclutados científicos y técnicos de todo el mundo, en donde varios premios Nobel participaron, logrando después de varios factores por resolver crear una reacción en cadena y la posibilidad de crear la bomba.

Para lograr el Proyecto Manhattan fue fundada en Los Alamos una ciudad para albergar a los 6 mil científicos que participaban en el proyecto, junto con sus familias, lugar seleccionado para evitar la filtración de información, así como la seguridad que implicaba su lejanía, de existir algún accidente. El proyecto ya había implicado en 1945, 2 millones de dólares.

La inteligencia norteamericana obtuvo información sobre la certeza de que Hitler no estaba construyendo la bomba atómica, y aunque los científicos dudaron de continuar con el proyecto dada esta información, el poder político dio la orden de continuar con la construcción.

Los mejores hombres de las fuerzas armadas norteamericanas fueron reclutados para ser los encargados de arrojar esta bomba letal. Harry S. Truman, entonces vicepresidente de Estados Unidos, desconocía este proyecto, debido al hermetismo confidencial que se guardó del mismo. A la muerte de Roosevelt asume la presidencia y a los pocos días se entera de lo que se estaba produciendo en Los Alamos.

Muchos de los implicados en el proyecto expresaron su desacuerdo de utilizar la bomba, ya que se tenía la certeza de que Japón no contaba con recursos humanos ni científicos para crear un arma similar, por lo que se sugirió un plan alternativo en el cual planteaban una reunión con científicos japoneses para demostrarles el poder de la bomba, pero esta idea fue descartada.

En Alamgordo, Nuevo México, se realizó una prueba, y la explosión que causó la bomba dejó estupefactos a los presentes, que en un principio quedaron cegados. El estruendo que causó la explosión fue aterrador: un hongo de tierra y fuego se elevó hasta el cielo, y hubo quienes pensaron que el estallido había penetrado la corteza de la Tierra.

El científico estadounidense Robert Oppenheimer, comenzó a recitar un fragmento del libro sagrado de los hindúes, el cual recordó muchos años después del lanzamiento de la bomba, debido al dilema ético con el que vivió este científico a lo largo de su vida.

Albert Einstein escribió seis años después del lanzamiento de la primera bomba otra carta al presidente de los Estados Unidos en la que expresó: “Toda posible ventaja militar que Estados Unidos pudiese conseguir con las armas nucleares quedará totalmente oscurecida por las pérdidas psicológicas y políticas, así como los daños causados al prestigio del país. Podría incluso provocar una carrera armamentística mundial”. La persuasión de Einstein no surtió efecto, y actualmente, tal como predijo, en muchos países del mundo existen experimentos y construcciones de armas nucleares.

La bomba fue embarcada en el crucero de guerra Indianápolis, para ser transportada a Tinian, la base norteamericana más importante del Pacífico. Hasta el último momento no se había decidido su destino, aunque habían considerado cuatro opciones: Kokura, Hiroshima, Niigata y Kyoto que había sido la primera opción.

Los requisitos para decidir la ciudad en la que se lanzaría la bomba, eran que la ciudad no hubiera recibido un bombardeo previo, que demostrara evidencia del poder colosal de la bomba, y que ningún otro pudiera atribuirse el mérito de hacer desaparecer una ciudad, y para su desgracia, Hiroshima fue la ciudad elegida.

Un tripulante del avión bombardero “Enola Gay” que fue el que soltó la bomba, al ver el hongo en el horizonte expresó; “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”. Un sobreviviente, muchos años después del suceso narró: “El Sol se hizo pedazos y cayó. El cielo, que siempre me había parecido tan lejano, quedó sin el sostén que le daba el Sol y se vino abajo casi al mismo tiempo. La luz creció tanto que no pudo soportarlo. De modo que la luz murió aquel día”.

Uno no puede imaginarse que después de la explosión nada haya quedado con vida a un kilómetro y medio a la redonda del centro de la explosión, ya que todo quedó convertido en polvo radiactivo y las personas literalmente se desintegraron. A los sobrevivientes se les desprendía la piel y las quemaduras que tenían eran atroces, así como la mutación de sus miembros. En pocas horas, sus cuerpos pasaban del color amarillo al rojo y terminaban negras, supurantes y hediondas.

Antes del lanzamiento de la bomba, Japón ofreció su rendición con las siguientes condiciones: que la institución imperial se mantuviera, que no fuera ocupado, y que serían ellos quienes dirigirían su propio desarme y juzgarían los crímenes de guerra de sus hombres. La propuesta fue rechazada porque Estados Unidos exigía una rendición total.

El mundo quiere paz, no el horror de la violencia que en la actualidad estamos viviendo, parece ser que no aprendimos nada de los horrores que se vivieron durante el siglo pasado con tecnologías crueles y sistemáticas para matar. No se puede olvidar que un país como los Estados Unidos que pregona la libertado como su credo, haya matado en segundos, a cientos de miles de personas, con la bombas de Hiroshima y Nagasaki, ataques cobardes que no pueden ser olvidados porque fueron la nueva muerte, la de la era atómica: anónima, masiva e instantánea.

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