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Campeche

Elegantes reminiscencias de la jarana en el De Paula Toro

Siguiendo la tónica contemporánea de justificar la existencia del todo artístico como producto del rescate y preservación del legado histórico, el Gran Ballet Folclórico del Estado de Campeche, en el marco del Otoño Cultural 2019, presentó una serie de estampas reminiscentes muy interesantes, pero sobre todo hermosas y elegantes. Impregnadas de un profundo resabio femenino, debido con seguridad, al trabajo de su directora original e histórica, Gloria Montero.

Inicia el espectáculo con una serie de músicas empleadas en las vaquerías de Yucatán, poniéndoles una serie de trazos geométricos, desplazamientos y zapateados muy vistosos y que de alguna manera hicieron emparentarlos con los que Alfredo Cortés Aguilar compusiera para el Ballet Folclórico de Yucatán.

No sería nada extraño que ambos bailarines eran muy buenos amigos, edades semejantes, coincidencias artísticas y cada uno miraba con admiración y respeto el trabajo del otro. Lo sorpresivo del cuadro yucateco, es la velocidad con que la charanga campechana toca las jaranas que bailan los integrantes del ballet.

De inmediato dio inicio un cuadro de campechanas vestidas muy elegantes y en tonos serios, grises, negros y blancos. Se les unen un grupo de bailarines vestidos de gris y blanco. Entonces se entiende que la escena habla de la clase alta de esa ciudad porteña, bailando una serie de danzas del tipo de salones europeos.

Irrumpe el escenario un nutrido grupo de bailarinas que portan un traje confeccionado sobre miriñaques o “levantafaldas”, igual que el anterior las interpretaciones son mesuradas y elegantes, salpicadas de fantasía e intentando el buen humor a través de un personaje vestido de diablo, que se inmiscuye en todo el escenario y en todos los bailes de grupo de mujeres.

En un montaje coreográfico, se unen otros danzantes para ejecutar un baile conocido aquí en la Península como palitos y jicaritas, pero ahí bailado como jicaritas y sonajitas en una propuesta carnavalesca. Esta escena fue muy grata y entretenida, explotada en un amplio sentido de los recursos coreográficos. El vestuario en las mujeres un tanto desarrapado y en contrastante el de los hombros vistoso y bien portado.

La escena final es creada a partir de la fusión épocas, niveles sociales, dejándonos ver la convivencia armoniosa de las distintas clases sociales. A esta escena se unen el panadero, el vendedor de pámpano, el de los dulces de los niños y otros ambulantes más. La sensación es de un happening de los años setentas del siglo pasado.

En algunos intermedios se gozó de la intervención de un declamador y un cantante, para darle un sentido de revista teatral a dicha función que fue muy aplaudida y del agrado de los asistentes.

Al salir del teatro Toro a pasadas las nueve y media de la noche y caminar sobre la misma calle 12, nos topamos que un gentío que salía de la Casa de la Cultura, donde también hubo evento imposible de cubrir porque no se puede estar en dos lugares a la misma hora.

Eran varios los espacios favorecidos con actividades teatrales. En la sala Juan de la Cabada, también hubo función y la explanada de la Plaza Cívica, cercana a la de Moch Couh, estaban lista una tarima y varias gradas para otro evento.

Eran cercanas las once de la noche cuando paramos en la cafetería Sotavento, donde se puede deglutir mirando pinturas, objetos antiguos, libros históricos e imágenes de Emiliano Zapata y Frida Kahlo. Y además consumir alimentos sanos y hechos ahí mismos, como todos los panes, por ejemplo.

(Víctor Salas)

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