
La tarde avanzaba con su ritmo habitual sobre la avenida central. Las sombras de las palmeras se alargaban sobre el pavimento caliente, mientras el tráfico constante componía el fondo de una escena cotidiana. Fue en ese escenario, tan común como impredecible, que Miguel, un hombre de semblante sereno y manos curtidas por el trabajo, se convirtió sin querer en el protagonista de una historia que pudo ser trágica, pero no lo fue.

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Viajaba con su familia en una camioneta Ford, placas CM-4671-A del Estado de Campeche. Regresaban a casa, tal vez con compras del día o tras una conversación alegre. Pero todo cambió en segundos: un fallo en el sistema de frenos convirtió el trayecto en una situación de emergencia.
Miguel no se paralizó. Pese al miedo y al tráfico denso, actuó con claridad. Tenía dos opciones: dejar que el vehículo siguiera su curso o tomar el control. Eligió lo segundo.

Con una maniobra precisa y arriesgada, dirigió la camioneta hacia las jardineras del parque central. El vehículo se detuvo finalmente entre una palmera robusta y una luminaria municipal, sin que se perdiera una sola vida.
“Pensé en mi familia, en los otros autos, en los niños que cruzan esta avenida todos los días”, dijo Miguel, con la voz quebrada por la emoción. Su familia estaba ilesa. Los demás, también.
Al lugar acudieron agentes de la Dirección de Seguridad Pública y peritos de Tránsito y Medio Ambiente para evaluar los daños. La luminaria sufrió daños menores, y la palmera, símbolo de nuestra identidad tropical, quedó marcada por el impacto. Pero lo más importante, la vida, permaneció intacta.

En unas semanas, todo quedará en un reporte oficial, un dictamen de responsabilidades y una cuenta por pagar. Pero para quienes lo vivieron o lo escucharon, Miguel será recordado como el hombre que eligió proteger a todos, incluso a quienes no conocía.
JGH