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Cultura

La Memoria, la Canción y la Justicia

Pedro de la Hoz

Apenas hace unos días, en Argentina se entonaron canciones para conjurar que ciertos horrores no vuelvan a acontecer. Ni allí ni en ningún otro sitio. Las madres de los desaparecidos de Ayotzinapa y las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo comparten la misma angustia, la misma incertidumbre y la misma sed de justicia. Ver a los hijos partir y luego esfumarse en el agujero negro de la represión, sin que nadie informe a ciencia cierta cuál ha sido su destino, marca con hierro los signos del dolor y la impotencia. ¿Dónde están, qué les hicieron?, preguntan.

El arte, de por sí, no puede ofrecer repuestas, pero al menos siembra la inquietud e incita la toma de conciencia. En la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín, de Buenos Aires, las canciones regresaron al pasado y abrieron compuertas para las luchas de hoy.

León Gieco cantó a las Madres y Abuelas. En el mapa del rock argentino es uno de los imprescindibles. Un rock que se saltó las márgenes del ritmo para militar con las expresiones del cancionero latinoamericano que en los años 80 del pasado siglo entendieron la música como instrumento para interpelar la realidad con agudeza y lucidez, mucho más allá del mero entretenimiento.

Por algo los militares que ensombrecieron el país austral censuraron sus temas, al punto que para que circulara el disco El fantasma de Canterville en 1976, tuvo que modificar los textos de seis canciones.

Una obra de Gieco compuesta en 1978 permeó la memoria colectiva. Solo le pido a Dios representó el reclamo de la generación que padeció tanto la impiedad de las represalias contra las luchas populares como después el sacrificio de combatir en las Malvinas contra el imperialismo británico.

Solo le pido a Dios se entona como un himno, al igual que La cigarra, esa pieza de María Elena Walsh previa a la dictadura que la gran Mercedes Sosa difundió a los cuatro vientos y sigue siendo recibida en su calidad de símbolo de la resistencia. Si la primera clama “solo le pido a Dios / que lo injusto no me sea indiferente”, la segunda da cuenta de una metáfora válida para todos los tiempos: “Tantas veces me mataron / tantas veces me morí / y sin embargo estoy aquí / resucitando…”

Gieco volvió a cantar para las Abuelas en el aniversario 41 de ese movimiento que no cesa de buscar a los niños secuestrados por los militares entre 1976 y 1983. Se tienen datos de más de 500 abducidos. En esa etapa cerca de 30 000 argentinos desaparecieron.

A Gieco le entregaron un pañuelo de las Abuelas. Los portadores fueron Lorena Batisttiol y Manuel Goncalves. Lorena no ha dejado de buscar a su hermana, desaparecida a poco de nacer luego de que sus padres fueran asesinados en La Plata en los primeros meses del régimen militar.

Manuel es un nieto encontrado. Su abuela materna lo halló en 1997 y tuvo que transitar por un largo proceso para recuperar su identidad. Siendo un bebé, los militares que lo encontraron escondido en un ropero el 19 de noviembre de 1976, tras haber tiroteado a su madre, una militante de la Juventud Peronista, lo entregaron en adopción a un matrimonio, sin preocuparse por integrarlo a la familia biológica. Manuel ha dedicado su vida a la búsqueda de otros como él.

En el público que asistió a la velada estaba Silvio Rodríguez. De gira por Argentina en estos días, el trovador cubano, solidario, quiso compartir con Abuelas y Madres su canto. Dos piezas puso por iniciativa propia, Canto arena y Tonada del albedrío, y cuando le pidieron más, ofrendó Solo el amor. Es que solo el amor vence la inacción y el miedo.

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