Pedro de la Hoz
Cada vez que una manifestación logra ser reconocida en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad no solo se valora su vigencia, sino también se asumen responsabilidades con su preservación, continuidad y promoción.
A México le cabe la satisfacción de que hace apenas unas horas, en la lejana Mauricio, los expertos de la Unesco hayan exaltado la romería de la Virgen de Zapopan, en Jalisco. En esa misma sesión, los rituales congos de Panamá alcanzaron idéntica calificación.
En ambos casos se da la coincidencia de que estamos ante expresiones que tienen su origen en prácticas religiosas. La Llevada de la Virgen, cada 12 de octubre, hasta la basílica de Zapopan, nació de la necesidad popular de reverenciar un ícono al que atribuyen venturosas intervenciones en la vida colectiva o individual o el deseo de que las realice. Los rituales congos invocan a deidades ancestrales que, de acuerdo con el credo de los practicantes, alumbran los caminos de los hijos de quienes fueron brutalmente arrancados de sus tierras para ser esclavizados en esta parte del mundo.
Pero la inscripción de ambas manifestaciones en el repertorio del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad no se debe a su contenido religioso. El merecimiento se fundamenta en su calado tradicional y la permanencia en el tiempo, el carácter integrador que contribuye a la identidad cultural y a la transmisión generacional. Todo ello reviste un valor social, simbólico e incluso económico en las comunidades donde se revelan, ya sean en locaciones muy específicas, como en estados y regiones enteras.
Lo que rodea la Llevada de la Virgen es tan importante o más que la peregrinación propiamente dicha en términos culturales. Las danzas, los trajes, las máscaras, los cantos, las comidas y, por supuesto, la subjetividad de quienes participan de un modo u otro en la romería, configuran un complejo sistema de señales que dan cuenta de la memoria y la densidad espiritual de millones de personas que, año tras año, en 284 ocasiones, son convocadas en su doble condición de protagonistas y espectadores.
Llamativo resulta también, en el orden cultural, cómo la tradición mariana, de indudable linaje católico, se da la mano con tradiciones prehispánicas y sincréticas. La antropóloga Renée de la Torre Castellanos lo valora como “una expresión ciudadana que nos hace recordar nuestras raíces indígenas”, aun cuando se desarrolle en plan devocional.
Como los africanos traídos a Panamá procedían mayoritariamente de la franja que va de Costa de Oro a Angola, la cultura conga era propia o asimilada por los hombres y mujeres víctimas de la trata. En el istmo, luego de la abolición del régimen esclavista, sus descendientes heredaron dioses, bailes y músicas que celebran el espíritu de rebeldía e insumisión, los acontecimientos de la vida diaria y la conexión ancestral con la tierra. Ante la necesidad de encubrir festejos y rituales incomprendidos y hasta atacados por la hegemonía colonial occidental, los congos panameños optaron por montarse sobre el calendario católico, de manera que el ciclo se extiende desde el 20 de enero, día de San Sebastián, hasta el Miércoles de Ceniza.
Los participantes escenifican en palenques la historia simbólica de una sociedad matriarcal gobernada por una reina y su corte. Numerosos personajes tienen asignado el papel de proteger de las asechanzas de los diablos a la reina y las personas congregadas en esos palenques. El Miércoles de Ceniza, día final de la temporada de fiestas, culmina con un combate de los diablos contra la soberana y sus congos, en el que estos arrebatan a aquellos sus aterrorizantes máscaras y los bautizan simbólicamente para liberarlos y conjurar su maldad hasta el año siguiente, cuando se reanude de nuevo el ciclo de rituales festivos.
La inclusión de la Llevada de la Virgen de Zapopan y los ritos de los congos panameños en el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad exige de las autoridades gubernamentales y de la sociedad civil de ambos países, con el apoyo de la comunidad internacional, la concertación de acciones que garanticen la vitalidad de tales prácticas.
Este mismo año la Unesco sonó alarmas sobre algunas expresiones en peligro de extinción, como el Teatro de Sombras, de Siria, y los ritos de iniciación de los varones en las comunidades masai, de Kenia. Confiemos que en América Latina y el Caribe no suceda lo mismo.