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Cultura

Messiaen a prueba

Pedro de la Hoz

Experiencia mística, deslumbramiento ante colores y sonidos, vindicación del espíritu sobre las miserias humanas. En esas frases se resume la vida y la obra de Oliver Messiaen, compositor francés que genera fervores en unos cuántos intérpretes que se atreven a ejecutar su música, por las dificultades expresivas que entraña. Con los públicos es diferente; aun cuando no conozcan su obra y la descubran casualmente, casi nadie es capaz de permanecer impasible ante los sugerentes colores de las partituras.

Consciente de que se acercaba la conmemoración del aniversario 110 del nacimiento de Messiaen en Aviñón el 10 de diciembre de 1908, el pianista italiano Paolo Vergari, valorado por sus registros discográficos de autores del siglo XX, como Gian Francesco Malipiero y Gino Tagliapietra, quiso entregar una de las páginas más intensas del catálogo del autor francés, Veinte miradas sobre el Niño Jesús, en una presentación calificada en Roma como uno de los acontecimientos más relevantes del fin de la temporada anual de conciertos.

Vergari dijo al finalizar la interpretación: “Tocar todas las piezas de esta obra es un placer y un desafío, porque encierra una síntesis entre la investigación más moderna del lenguaje musical y el profundo significado de la música en sí. La característica de Messiaen es no deslumbrarse con las técnicas compositivas, sino, a través de ellas, despertar asombro. Interpretar a Messiaen es para mí experimentar esto. Estoy feliz de continuar profundizando en este compositor, también porque su escritura para piano es fascinante por las posibilidades tonales y expresivas que se extienden al máximo”.

Entiéndase la exactitud de la palabra desafío, por cuanto la obra transcurre a lo largo de algo más de dos horas de fluidas ideas que por momentos vuelven sobre sí mismas. Messiaen escribió la partitura en los días finales de la Segunda Guerra Mundial y la estrenó en París el 26 de marzo de 1945. Ese privilegio recayó en Yvonne Loriod, quien sería más tarde su esposa.

El misticismo de Messiaen se había acentuado en los años del conflicto bélico. Enrolado en el ejército como miembro de una banda de música y camillero, sin disparar un solo tiro, fue capturado por los invasores nazis y remitido al campo de trabajo Stalag VIII-A, de Görlitz, en la ocupada Polonia, una especie de vitrina con la que el régimen hitlerano quería disimular su crueldad de cara a las misiones de la Cruz Roja.

En ese campo se hallaba destacado un abogado melómano devenido oficial de la Wehrmacht, Carl-Albert Brüll, quien al saber que Messiaen era un calificado músico, lo liberó de los horrores del trabajo forzado para que se dedicase a componer y liderar veladas presuntamente destinadas a aliviar las penas de los reclusos y cultivar a los guardianes.

En esas condiciones compuso una partitura extraordinaria, Cuarteto para el fin de los tiempos. El formato no fue elegido, sino obligado: entre los prisioneros había un clarinetista franco-argelino, de origen hebreo, Henri Akoka; un violinista francés, Jean Le Boulaire, y un chelista, Étienne Pasquier, que se las había arreglado para recomponer un instrumento desvencijado de solo tres cuerdas. El pianista sería el propio Messiaen.

El cuarteto se estructura en ocho movimientos y refleja con claridad dos pasiones del compositor francés: la fe católica y el canto de los pájaros como material sonoro. Los nombres de los ocho movimientos, inspirados en el libro del Apocalipsis de la Biblia, son: Liturgia de cristal; Canción del Ángel que anuncia el Juicio Final; Abismo de los pájaros; Intermedio; Alabanza a la Eternidad de Jesús; Danza de furia para las siete trompetas; Confusiones del arco iris para el ángel que anuncia el fin de los tiempos, y Alabanza a la inmortalidad de Jesús.

La elección del Apocalipsis no fue fortuita. Para quienes sufrieron la guerra y los horrores del nazismo, el fin de los tiempos no era una especulación, sino una inminente realidad. El compositor puso a prueba su resistencia y vocación espiritual al escribir la obra en pentagramas dibujados por él mismo sobre resmas de papel estraza proporcionadas por un prisionero que laboraba en la cocina.

Caía nieve sobre el cobertizo improvisado donde se estrenó el cuarteto el 15 de enero de 1941. Messiaen, Le Boulaire y Pasquier resolvieron con Brull salvoconductos falsificados para marchar del campo un año después. Akoka se había fugado tres meses después del concierto, al saltar sobre un tren que partía del campo con el clarinete bajo el brazo.

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