Por Pedro de la Hoz
El 26 de septiembre de 1957 tuvo lugar en la escena musical norteamericana un acontecimiento que hizo época: el estreno del drama musical West Side Story en el teatro Winter Garden, de Broadway. Del éxito de la producción hablan los dos galardones y cuatro nominaciones a los premios Tony del año siguiente. La versión fílmica, dirigida por Robert Wise, conquistó en 1961 nada menos que diez Oscar, hecho sin precedentes en el cine musical. Desde entonces, la obra y la película no han dejado de seducir a públicos de varias generaciones y países de las más diversas latitudes.
Con independencia del gancho del argumento –una versión muy libre del drama shakesperiano Romeo y Julieta ambientado en el Upper West Side neoyorquino de los años 50, con marginalidad, pobreza y conflictos sociales–, la música emerge como factor de triunfo. Si con entera propiedad se puede hablar de una música que reflejó como ninguna otra los perfiles etnoculturales de una urbe compleja, desafiante y traumática, esa es la que aportó Leonard Bernstein.
Los timbres, las variaciones rítmicas, el pulso de la ciudad, sus tensiones y hasta sus efluvios líricos se aprecian en una partitura donde el sabor latino condimenta más de un pasaje. Mientras de una parte el idioma del jazz colorea la trama sonora, el mambo y el chachachá presentan sólidas credenciales. Bernstein estaba bien informado –esos géneros cubanos acababan de cristalizar– y con su extraordinario talento para el manejo instrumental los incorporó de manera original a su concepción de la obra.
Más allá de la correspondencia de cada pieza con el hilo conductor de la escena –en la cual un enorme peso adquiere la creación coreográfica de Jerome Robbins–, la música de West Side Story brilla por sí misma. Una prueba de ello se tiene en la permanencia en los repertorios orquestales de la suite de danzas sinfónicas que el propio compositor urdió para ser escuchada al margen de las representaciones teatrales.
Es así como, en estos días de gracia por el centenario de Bernstein –nació en Lawrence, Massachusetts el 25 de agosto de 1918–, West Side Story, además de figurar en carteleras de teatros de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, Austria y República Checa, ocupa un sitio prominente en los programas de agrupaciones sinfónicas.
En el otro extremo del mundo, Australia, la Sinfónica de Queensland festeja el siglo del compositor con una velada a base de la suite orquestal, la obertura Candide –por cierto, la partitura bernsteiniana más interpretada en el mundo–, y la sinfonía La edad de la angustia, inspirada en un poema de W.H. Auden. En el podio, la muy destacada directora mexicana Alondra de la Parra.
El toque latino de Bernstein llega también mediante el álbum West Side Story: Reimagined, del productor, orquestador y percusionista Bobby Sanabria, representante de la cultura nuyorrican (neoyorquino de ascendencia puertorriqueña de primera generación).
Antes de líderar la Multiverse Big Band, Sanabria fue llamado a grabaciones de estudio por Tito Puente, Mario Bauzá, Ray Barreto, Luis Perico Ortiz, Larry Harlow y Charlie MacPherson, entre otros. En esas sesiones, y otros muchos conciertos en vivo, consolidó sus conocimientos sobre el jazz y la música popular latina.
De los originales de Bernstein, que de por sí como hemos visto se hallan impregnados de efluvios latinos, Sanabria realizó versiones en merengue, samba, bomba y plena, mambo y joropo, bolero y guaguancó y hasta en el kompas haitiano.
En el centenario de Bernstein, el músico puertorriqueño consideró que West Side Story “es importante hoy, sobre todo para los jóvenes; la experiencia de la música lleva el mensaje de que tienen que combatir el odio, la envidia, la hipocresía y el racismo con amor”. Y subrayó que el tema “está hoy más vigente que nunca con la política de la administración de Donald Trump en contra de los inmigrantes, en particular los latinos”.