Síguenos

Cultura

He caminado en el poema

Manuel Tejada Loría*

Buenas noches. Gracias por acompañarnos. He preparado este breve texto para comentar algunos detalles en torno a este libro Inmóvil en el viento. Inicio y finalizo con el primer y último poema del libro:

La franca aspiración del ave

por ser pez.

La ciclópea mirada de la luz

remojándolo todo.

La brisa sin pausa de un

andar profundo.

Y este mar.

Y estas olas golpeándome, irrepetibles.

Fusionado al mineral del tiempo

soy esta arena desparramada.

Este sargazo

que en medio del pecho finge

una herida.

O soy también esa misma herida.

La arena y el sargazo.

La nube pasajera y una gaviota.

Los labios salinos besando

este instante.

Y este mar. Otra vez

el mar.

Y si no fuera cierto. Y si fuera que este libro más bien sirvió para exorcizar fantasmas, miedos, nostalgias. Y que ha llegado la hora de soltar lo que en versos a veces sana, y que tal vez vuelva al desosiego e incertidumbre ante los días fugaces. Porque la vida es así: fugaz.

Inmóvil en el viento es la crónica en verso de un instante. “El hoy es fugaz, es tenue y es eterno -dice Borges- otro Cielo no esperes, ni otro Infierno”. Y fue este dejar de esperar lo que motivó el movimiento, y fue la escritura el desbordamiento de lo que la pasividad no puede contener.

Insisto: la escritura no es un acto solitario, más bien tiene que ser solidario, porque se alimenta de la incertidumbre que diariamente nos habita, de aquellos momentos en nuestra privacidad, donde sin nombres, sin cargos, sin títulos, sin otro rol más que uno mismo, nos reconocemos tal y como somos.

La literatura busca integrar, mostrar y comprender la relación que tenemos con las cosas, con la naturaleza, con nosotros mismos, y por supuesto, con la sociedad en su conjunto. El único camino que nos falta recorrer es precisamente el de nuestras relaciones humanas, porque si nos aislamos, si evitamos todo intento de diálogo, de comunicación, todo podría estar perdido.

Por eso la literatura tiene que ser un acto solidario, nutrirse desde la colectividad para la colectividad misma. Es así que la responsabilidad del escritor en este siglo tan convulso no es social, sino eminentemente humanista, y precisamente esta perspectiva de solidaridad en la escritura, es lo que mantiene a la literatura como una de las mejores maneras de reencontrarnos con el diálogo.

La poesía ofrece esta opción de alumbrar nuestra realidad, y de dialogar en torno a ella. Somos lenguaje, y somos la articulación de palabras que nos narra cotidianamente y nos mantiene de algún modo sobre esta existencia. El lenguaje poético alimenta este vocabulario de emociones, este territorio a veces inhóspito y oscuro que no nos permite comprender lo que somos.

Por eso insisto en leer poesía, en escribirla, en contagiar, más que este gusto, esta necesidad imperiosa. Y a veces, sólo a veces, transito en el poema como aquellos anfibios tetrápodos que por primera vez salieron de las aguas para adentrarse a rastras a tierra firme.

Y si fuera así. Y si Inmóvil en el viento fuera eso, un libro tetrápodo aprendiendo a dar sus primeros pasos.

¿Y si en verdad la poesía fuera una señal de nuestra próxima evolución?

ICHTHYOSTEGA

No te expulsa el mar. Estás naciendo.

La sal es el alimento primigenio

de los que nacen en el mar.

Parto de hombre y de hambre,

de sueños

y voluntad sobre la arena.

Palma, palma, palmera, en

tus cabellos albos

todavía la sangre retumba en borbotón

y colibrí.

Ya van mis pies sobre la tierra

a rastras, como mis palabras al vuelo

todavía aprendiendo.

Todavía.

—-

* Texto leído por el autor durante la presentación del libro Inmóvil en el viento (Ayuntamiento de Mérida, 2018), en el Centro Cultural José Martí, el viernes 24 de agosto de 2018.

Siguiente noticia

El eterno femenino de Alberto Bojórquez