Conrado Roche Reyes
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II y última
Nueva York, E.E.U.U., 19 de septiembre de 2018.- Antes de comenzar esta crónica, querido lector, permíteme externarte que mis tres pasiones son: Los toros, el béisbol y la música (en ese orden)…
Respecto a lo primero, los toros, he tenido la fortuna de asistir a la feria taurina en la plaza de la Real Maestranza de Caballería, de Sevilla. Y a la catedral del mundo de los toros: La plaza de toros de Las Ventas, en Madrid.
Referente a la música, he tenido la oportunidad de acudir al mítico Filmore West de Los Angeles, donde escuché a los mejores grupos del mundo en su época de pleno auge.
Ahora bien, respecto al béisbol, he tenido la oportunidad de, en los años 80, asistir a juegos de la MLB (Ligas Mayores de Béisbol) en el estadio de los Dogers (mi equipo de la Liga Nacional) y poder ver a Fernando Valenzuela en su apogeo.
Siempre había tenido la ilusión y sueño de asistir a la catedral del béisbol, la casa que construyó “Babe Ruth”, el Yankee Stadium.
Después de este pequeño preámbulo, les cuento cómo continúa un huiro en Nueva York que espera ver un partido de MLB entre los Yankees y Red Sox (los punteros del grupo).
El domingo 15 nos dedicamos a dar la vuelta por el Time Square, asustado de la muchedumbre de distintas nacionalidades en dicho espacio.
Decidimos agarrar un big bus, es decir, para los huiros como yo, el turibus de ADO. Mi hijo, que domina la tecnología (celulares y aplicaciones), para mí cosas del “demonio”, había adquirido un pass que tenía en su celular, el cual le daba acceso a muchas cosas sin pagar, así como acceso premium (es decir, no hacíamos colas en algunas actividades).
El tour nos recorrió toda la ciudad, pasando por el Puente de Brooklyn, Wall Street, Battery Park (de donde salen todos los Ferrys), Empire State Building, St. Patrick’s Cathedral, Washington Square, el barrio bohemio de donde salió Bob Dylan, Simon & Garfunkel, por mencionar algunos, hasta regresar al punto de partida.
Como buen huiro, me encontraba exahusto, pero ni tiempo de jetearme me dio, ya que el tiempo lo teníamos medido para ir al hotel y arreglarnos para ir a un show de Broadway, “Chicago el Musical”. La puesta en escena de más éxito en el momento, en pocas palabras, un show completo, con excelente interpretacion actoral y musical.
Cabe la pena mencionar, que los yucas estamos en todas partes, y no podia faltar uno, en este caso mi sobrino Ricardo, quien nos invitó a cenar a su casa en New Jersey, misma a la que acudimos por medio de una travesía para mí, ya que teníamos que agarrar varios tipos de servicios ferroviarios desde el Metro, hasta el tren rápido de Penn Station y ahí se empezaba a complicar la cosa, ya que para un “beletes” (abuelo), como me dicen mis nietas, ya no estoy para esos trotes. Así que a seguirle el paso a mi hijo Conrado. Llegamos por fin y tuvimos una espléndida charla y cena (cabe mencionar que se lució la esposa de mi sobrino al cocinar una comida hindú, deliciosa).
Por fin, llegó el día indicado, 18 de septiembre, primer juego de la serie entre Yankees y Red Sox. Llegamos con bastante tiempo de anticipación, el clima estaba en óptimas condiciones, para mi criterio. Había un inmenso número de asistentes de diversas nacionalidades, así como los de casa (NY) y otras partes de USA. Todo perfecto hasta entonces, hasta que sentí por primera vez, aquello que había oido tantas veces de “se me vino el alma al piso” literalmente, al avisarnos un guardia que el juego se estaba suspendiendo por mal tiempo, “tormentas eléctricas”… entonces, el alma me volvió cuando nos dijo que se reprogramaba para las 7 PM. Para nuestra gran sorpresa y felicidad, los gringos pueden ser todo, menos pendejos. Ya que a la hora marcada cayó el diluvio, para que a la hora del juego todo estuviese como si nada.
Ya más aliviados, fuimos a la tienda de Yankees Store, sin embargo, la tienda se encontraba hasta la madre de gente. Ahí, alguien nos escuchó hablar y se nos acercó para preguntarnos por nuestra procedencia, le dijimos que de México, y nos dijo que él tambien, pero no quedó ahí, pues identificó nuestro tono tan característico y coloquial que tenemos los huiros, o sea hablamos aporreado, entonces él, un yuca wach, nos dijo que él vivía en Mérida desde hacía 18 años, he ahí cuando le dijimos que los yucatecos estamos en todos lados.
Para hacer más tiempo, que nada más ni nada menos eran 7 horas de espera, fuimos al Hard Rock ubicado en las afueras del estadio y tomamos unas cervezas, resguardándonos del aguacero.
Por fin dieron las 5 PM, hora en la cual nos permitían entrar al estadio, y empezaron las largas filas, esto nos permitió, asombrosamente, ver toda la infrestructura del estadio. Accedimos a él, pasamos el protocolo de seguridad e ingresamos. Fue impresionante todo por dentro, ver un estadio hecho a la medida igual o similar en el que jugaba Babe Ruth.
Empezó la alineación, toda la gente aplaudió y se levantó gritando y echando porras a Aaron Judge, ya que era su regreso después de una terrible lesión.
Empezó mi pesadilla, los Red Sox tomaron la delantera con una carrera, manteniendo así el marcador durante 7 entradas. Al filo de la butaca, observábamos cómo los Yankees, mis preferidos, no podían batear un hit. Pero gracias a Dios, en la séptima, con el pitcher de los RedSox ya agotado, le pudieron conectar un hit, para a su vez acomodar bases y con un jonrón de Walker, hacia el jardín derecho, les dimos la vuelta.
El partido siguió reñido y con 2 errores garrafales con la segunda base de los Yankees, estuvieron a punto de empatarnos y hasta de ganarnos, sin embargo, esto hizo más emocionante el partido y el alarido de más de 50 mil asistentes era mayor, opacando al grito de “¡Lets go red sox!”, con un unísono e impactante “¡Lets go yankees!”. Terminó el partido y los Yankees fueron victoriosos y su servidor también, ya que hubiera sido desastroso para mí perder.
Obviamente, no encontramos nunca a la güera de “las piedras (polcanes) o kibbis”, ni al de las tortas de Manolo’s, ni los esquites, y nunca vimos a las edecanes en diferentes entradas haciendo su aparición (juar juar juar). Sin embargo, nos embutimos de unos hot dogs “extra large”, acompañados de unas cervezotas.
Final feliz para la travesía que me propuse con este objetivo, se respira y se siente el alma de Babe Ruth, Mantle, Berra, Larsen y demás inmortales espíritus presentes, que parecieran que jugaban al mismo tiempo. En sí, una experiencia inenarrable que ha sido de las más emocionantes de nuestras vidas.