Xhaíl Espadas Ancona
Fui invitada a participar en el Atlas Histórico y Cultural de Yucatán en marzo de 2016, en la parte correspondiente al teatro. En ese momento se pidió a quienes nos encargaríamos de las secciones dedicadas a las artes, que redactáramos un párrafo por cada área para incluirlos en cada uno de los capítulos de los que constaría el Atlas. Así, tendríamos que resumir en un párrafo el desarrollo artístico de cada época: la Independencia, la Revolución y la Postrevolución, el Porfiriato, etc. A partir de entonces y hasta enero de 2018, los requerimientos de los editores referentes a las características que habría de tener el texto fueron cambiando constantemente y siempre accedí a hacer las modificaciones solicitadas. Después de trabajar un año en los apartados para los diferentes capítulos, en algún momento entre mayo de 2017 y enero de 2018, decidieron que las artes ya no se anexarían a cada capítulo sino que estarían en un capítulo independiente. Fue así como a finales de enero de este año, recibí el texto “final” impreso. Me percaté de que lo correspondiente a cada capítulo estaba pegado sin transiciones y que faltaba la información de capítulo y medio. Fue entonces cuando me reuní a trabajar con un representante de los editores, hice los cambios que me solicitó en el momento y llegamos a un texto en el que ambos estuvimos de acuerdo. Asumo que, aún así, era pertinente hacer una revisión de este texto puesto que debido a lo seccionado de su nacimiento, el producto final presentaba desorden. Sin embargo, desde el 2 de febrero que envié la última versión, no recibí observación alguna, ni la versión final, a pesar de que me fue prometido mostrármela. No se me dio la oportunidad de revisar galeras. Después de mi envío del 2 de febrero, volví a saber del destino de mi texto cuando se me envió la versión digital del capítulo siete meses más tarde, el 11 de septiembre, seis días antes de la presentación del Atlas. Fue en ese momento, cuando me di cuenta que se le habían incluido falsificaciones históricas.
Mi reclamo no es porque me niegue a que mi texto fuera revisado y modificado, de ser necesario, y prueba de ello fue esta reunión de trabajo, sino porque en un proceso editorial, cualquier texto debe ser sometido a revisión para corregir errores, no para introducirlos. Mi texto fue manipulado y se le añadieron, entre otras cosas, falsedades históricas. A continuación describo algunas de ellas:
En 1846, Diego el mulato, del meridano José Antonio Cisneros, fue dirigida por el español Manuel Argente. Éste fue un suceso importante porque una compañía profesional montó la obra de un yucateco que, además, abordaba un tema de la región. Leyendo el texto que quedó en el Atlas no nos enteramos de quién es el autor, pero sí nos dicen que Cisneros la dirigió. Lo cual, además de ser falso, modifica los análisis que se pudieran hacer del hecho.
Se omitió que José Peón Contreras consolidó su carrera en la Ciudad de México, quien lo lea sin tener este conocimiento creerá que su importancia como dramaturgo se debe a lo que realizó en Mérida.
La zarzuela y el teatro bufo cubano, que en el texto original se mencionan como factores que influyeron en la formación del teatro regional yucateco, en el Atlas quedan como si hubieran contribuido a la formación de Antonio Mediz Bolio como dramaturgo.
De la obra Hipiles y rebozos, que se presentó en 1939, dice que fue en 1949.
En el texto se habla de la llamada Generación del 59, que engloba a una serie de personas que debutaron en teatro alrededor de 1959 y se han dedicado a él durante décadas. Éstas son personas que tomaron muy diversos caminos. En el Atlas se convierten en un grupo llamado Generación del 59.
Originalmente se mencionaba a maestros que dieron clase en Bellas Artes y a otros que lo hicieron en el Cedart. En el libro queda que todos ellos fueron docentes de Bellas Artes.
Pongo estos ejemplos para ilustrar nada más los casos en los que se me cambiaron datos y sin hablar de los errores introducidos en otras partes del capítulo que no eran de mi autoría.
Me parece grave que adulteraciones históricas se editen bajo el sello del Instituto de Historia y Museos de Yucatán, en una publicación que, efectivamente, reunió a decenas de especialistas. No puedo ocultar que mi inconformidad crece porque esas falsificaciones históricas quedan suscritas por mí. Sin embargo, independientemente de lo que esto me afecta de manera personal, como ciudadana reclamo que no quede en las bibliotecas este texto apócrifo, pues no contribuye a la divulgación del conocimiento de la historia del teatro del Estado, sino a su deformación.